La Prisión de Piel: El Fracaso de la Empatía
David era un adolescente típico: egoísta, impaciente y convencido de que su madre, Elena, vivía una vida de ocio y comodidad. La veía siempre ocupada con tareas del hogar, el trabajo, las preocupaciones, pero para él, eran "cosas de adultos" que no justificaban su constante cansancio o sus reclamos por "ayuda". "Ella solo se queja", pensaba David, "mi vida es la que es dura, con la escuela y mis videojuegos". Elena, por su parte, observaba con desilusión la indiferencia de su hijo. Soñaba con que él entendiera, aunque fuera por un instante, el peso invisible que ella cargaba.
Un día, la tensión en la casa era palpable. Elena, agotada, le pidió a David que hiciera algo simple, lavar los platos. David, en su habitual actitud, resopló y dijo: "¡Siempre soy yo! ¡Tú no haces nada! ¡Ojalá supieras lo que es ser yo!" Elena, con una mirada de profunda tristeza y desesperación, respondió: "¡Y tú ojalá supieras lo que es ser yo, David! ¡Quizás así aprenderías!"
Las palabras, cargadas de una intención inconsciente, fueron escuchadas. Una extraña energía vibró en el aire. Al día siguiente, la casa se despertó con un caos inaudito. David se encontró en el cuerpo de su madre, Elena. Elena, en el cuerpo de David.
David, al ver todo esto, siguiendo solo sus preocupaciones, y siendo muy egoísta le dice a su madre quien ahora esta en su cuerpo "TIENES QUE APRENDER A SER YO."
El primer día fue un desastre. David, en el cuerpo de Elena, intentó manejar las tareas del hogar, el estrés del trabajo de su madre, las llamadas de la escuela. La ropa se sentía extraña, los tacones eran imposibles. Cada músculo le dolía. Descubrió que la vida de Elena no era un paseo, sino una maratón sin fin de responsabilidades y preocupaciones. El agotamiento era físico y mental.
Elena, en el cuerpo de David, intentó ser su hijo. Jugó videojuegos, se quejó de las tareas, intentó la vida despreocupada que él llevaba. Pero el peso de sus propias responsabilidades, la preocupación por el dinero, por la casa, por su "nuevo" cuerpo de David, la abrumaban. No podía relajarse. Extrañaba su propio cuerpo, su autonomía.
Al intentar revertir el cambio, se dieron cuenta de que no podían. Ningún hechizo, ningún artefacto, nada funcionaba. Era una transformación permanente. El "Hada de las Bromas" que quizás orquestó esto no existía en su universo, ni había un objeto mágico. Simplemente, la realidad había cambiado. Sus identidades habían sido reescritas, y el mundo los aceptó como la nueva "Elena" y el nuevo "David".
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses. La desdicha se instaló en ambos.
David, en el cuerpo de Elena, se resignó a una vida que no quería. La mujer que se suponía que era, la madre y esposa, era una prisión Ahora tenia que cumplir a su "marido" por las noches, cosa que nunca disfrutó, pero se estaba mentalizando a que el era Elena, pero.... Las responsabilidades lo asfixiaban. Los malestares físicos, la rutina agotadora, el simple hecho de ser visto y tratado como una mujer, algo que él, como adolescente, nunca había valorado ni entendido, lo consumían. No desarrolló empatía real, solo una profunda amargura. Se volvió una mujer funcional, pero vacía, viviendo una vida que le era ajena, con una creciente sensación de soledad. La lección de "ser su madre" no lo hizo madurar; solo lo quebró. Nunca aprendió a apreciar la complejidad de la vida de su madre, solo la sufrió.
Elena, en el cuerpo de David, también se hundió en la desdicha. Intentó ser un buen hijo, cumplir con sus tareas, interactuar con los amigos de David, pero su mente adulta no podía adaptarse a la vida de un adolescente. Se sentía atrapada, sin voz, sin poder sobre su propio destino. La vitalidad de su juventud se había ido, reemplazada por la apatía y el resentimiento. Vio a su propio hijo (en su cuerpo) marchitarse bajo las presiones, pero no podía ayudarlo, porque ella misma era prisionera. Solo quería saber si cuando fuera mayor... cuando fuera adulto podría sentirse un poco mejor.
Nunca hubo una reconciliación, ni una comprensión mutua verdadera. Solo una lenta y dolorosa adaptación. David se acostumbró a ser Elena, y Elena a ser David, cada uno prisionero en la piel del otro, sus vidas originales olvidadas, y la lección de la empatía, un fracaso rotundo y permanente. Sus almas, atrapadas en cuerpos equivocados, simplemente se marchitaron en la resignación.
FIN
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