Pero ahora, un año después, el juego había avanzado, y con él, la "pubertad" de Grace había entrado en acción con una fuerza arrolladora. Los cambios no eran solo físicos; eran una avalancha de nuevas sensaciones, emociones y, para su horror, deseos que no eran suyos. Kenzaburo seguía siendo un hombre, y su tendencia natural era mirar a las mujeres. Sin embargo, en el cuerpo de Grace, la línea entre sus propios deseos y los impulsos del cuerpo se desdibujaba peligrosamente.
El primer golpe vino con Anna Doll. Anna, que en la historia original de Magical Academy debía ser una rival para Grace, se había convertido en su confidente más cercana. Y ahora, Anna se estaba enamorando de Grace. Al principio, Kenzaburo sentía una extraña repulsión mezclada con una incómoda fascinación. Una joven sintiéndose atraída por él, que era una joven. Era antinatural, o al menos así lo pensaba su mente de hombre. Pero cuando Anna le sonreía con sinceridad, o le tomaba la mano en un gesto de amistad, el cuerpo de Grace respondía con un rubor incontrolable y una extraña calidez en el pecho. Kenzaburo luchaba por sofocar un suspiro que no era suyo, o una risa dulce que Grace habría soltado.
Luego, llegaron los protagonistas masculinos. Virgile Vierge, el príncipe estoico; Richard Verseau, el seductor; Pierre Gemeaux, el brillante intelectual; Lambert Balance, el protector silencioso... Y demás personajes masculinos de la academia. Todos, uno a uno, empezaban a sentir cosas por Grace. Kenzaburo, en su mente, intentaba distanciarse, verlos como meros personajes de IA. Pero el cuerpo de Grace reaccionaba. Un cumplido de Virgile, una mirada intensa de Richard, un gesto de apoyo de Lambert, provocaban un palpitar en su pecho que él no podía controlar. Y lo más aterrador: una parte de Kenzaburo, la parte que se estaba fusionando con Grace, comenzaba a encontrar esos gestos... atractivos.
Grace empezaba a tener problemas en distinguir si era Grace o Kenzaburo. Las atracciones que surgían, primero por Anna, ahora también por sus compañeros masculinos, eran demasiado confusas. La personalidad de Grace, esa "villana" que en realidad era una joven incomprendida, estaba absorbiendo la esencia de Kenzaburo.
Cada día, Kenzaburo se encontraba actuando más femenino, más dulce y más adorable. Respondía a los cumplidos con una gracia natural, sus gestos se volvían más delicados, su voz, que antes había intentado mantener neutra, ahora sonaba meliflua y encantadora. Ya no tenía que "esforzarse" para ser Grace; el cuerpo lo hacía por él, y una parte de él ya no quería luchar. Los recuerdos de su vida como Kenzaburo Tondabayashi, el empresario, el hombre, se sentían cada vez más distantes, como un sueño borroso. La vida en la academia, las preocupaciones del club de magia de Grace, los chismes, las competiciones... todo eso se sentía más real.
¿Qué haría? La pregunta resonaba en lo que quedaba de la mente de Kenzaburo. Pero la respuesta ya no era suya, sino una compleja amalgama. Estaba perdiendo su identidad, no por coacción, sino por una fusión inevitable de cuerpo y alma. La estrategia había fracasado. El control se había desvanecido. En un momento de claridad, mientras Virgile le ofrecía una flor recién florecida, Kenzaburo sintió un genuino rubor y un deseo incipiente de tomar su mano.
Kenzaburo Tondabayashi, el hombre que había desafiado a la muerte, estaba cediendo. No había escapatoria. No quedaba más que abrazar su nueva realidad. La vida de Grace Auvergne se había convertido en la suya. Y si el juego dictaba que ella se enamorara, o que fuera el centro de afecto, Kenzaburo ya no podía resistirse. Se inclinaría hacia la persona que ahora era, una villana redimida, adorada por todos, y con un corazón que ya no distinguía entre géneros, solo sentía. La desgracia no era el final malo del juego, sino la pérdida completa de sí mismo.
Para Kenzaburo, sumido en la confusión de sus nacientes sentimientos y la creciente atracción hacia Virgile, todo parecía perdido. La línea entre su antigua identidad y la de Grace se había difuminado hasta casi desaparecer. Sin embargo, en el mundo real, el tiempo transcurría a un ritmo diferente. Tan solo habían pasado unos cuantos días desde que su alma había sido proyectada al juego, días cruciales en los que su hija, Hinako Tondabayashi, absorta en sus exámenes finales, no había podido acceder a Magical Academy: Love & Beast.
Cuál fue su sorpresa cuando, finalmente libre de la presión académica, Hinako encendió la consola y se sumergió en el juego para ver cómo progresaba la "partida" de su padre. La escena que la recibió la dejó boquiabierta. Grace Auvergne, con la inconfundible melena rubia platino y los ojos amatista que ahora conocía tan bien, estaba a centímetros de besar al príncipe Virgile Vierge bajo la luz de la luna virtual.
Hinako, una joven con una mente abierta y una afición secreta por el BL (Boys' Love), sintió una punzada inicial de emoción y sorpresa. "¡Papá!", pensó, con una mezcla de asombro y ligero orgullo. Pero la realización la golpeó con la rapidez de un rayo. Su padre no era Grace; él estaba en el cuerpo de Grace. Ese no era un romance entre dos apuestos jóvenes, sino la psique de su padre a punto de sucumbir a la narrativa del juego.
Reaccionando con la velocidad de un ninja digital, Hinako tomó el control. Los menús del juego danzaron ante sus dedos mientras buscaba desesperadamente la opción de "mensaje directo" a Grace. Tecleó frenéticamente, las palabras brotando de su preocupación: "¡Papá! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡No deberías besarlo! ¡Recuerda, eres Grace! ¡Si sigues así, podrías terminar con el final de la Reina! ¡Casada con Virgile y teniendo que dar a luz a sus bebés! ¡Seguro que no quieres eso!"
En ese instante virtual, en el clímax de una escena romántica cuidadosamente programada, algo en la mente de Kenzaburo hizo clic. La voz aguda y familiar de Hinako resonó en su conciencia como una campanada que lo despertaba de un sueño profundo. La imagen de Virgile se desdibujó, reemplazada por una punzante sensación de irrealidad. "Dar a luz... bebés...", la idea, filtrándose a través de la confusión hormonal de Grace, le resultó grotesca y cómica a la vez.
Con una frase que habría sido perfectamente natural en boca del viejo Kenzaburo Tondabayashi, aunque sonara extraña en los delicados labios de Grace, exclamó con repentina convicción: "Aún no estamos listos. Dame más tiempo." Y con una agilidad sorprendente, impropia de la languidez que lo había embargado, Grace se alejó del desconcertado príncipe, corriendo a través de los jardines virtuales hasta llegar a su habitación en la residencia de la academia.
Kenzaburo se dejó caer sobre la cama virtual, su corazón latiendo con fuerza. La intervención de Hinako lo había salvado, al menos por ahora. Pero la pregunta lo carcomía: ¿podría su hija mantenerlo a raya para siempre? La pubertad de Grace era una fuerza poderosa, y su propia voluntad parecía cada vez más débil ante la influencia del cuerpo y la narrativa del juego.
El destino de Kenzaburo en el cuerpo de Grace pendía de un hilo digital. Hinako era su ancla con el mundo real, pero ella no siempre podría estar ahí, con los dedos listos sobre el teclado. ¿Sucumbiría finalmente a los encantos virtuales de la academia y perdería por completo su identidad? ¿O encontraría una manera de resistir la influencia del juego y, quizás, incluso encontrar un camino de regreso a su propia vida, dejando atrás el cuerpo de la adorable pero problemática villana? El juego, para Kenzaburo Tondabayashi, apenas había comenzado.
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Bastante interesante, espero le des continuidad
ResponderBorrarlo pensaré, pero creo que no ha tenido el suficiente éxito.
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