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sábado, 5 de julio de 2025

El Secreto de Dumbledore: El Alma que Presté

 



Capítulo 1: El Fin y el Nuevo Comienzo

La varita de tejo de Lord Voldemort silbó en el aire, liberando la Maldición Asesina que impactó directamente en Harry Potter. El joven cayó, su cuerpo inerte, en medio del caos humeante del Ministerio de Magia cuando buscaban a Sirius que pensaban estaba atrapado por Voldemort. Dumbledore, aunque un rival formidable, sucumbió finalmente ante la implacable crueldad de su antiguo alumno, y su luz se extinguió. Con el camino despejado y sus principales oponentes eliminados, Voldemort consolidó su poder. El mundo mágico se arrodilló, sumido en un silencio de terror que se extendió por años, una era oscura donde la esperanza parecía perdida.

Pero de las cenizas de la resistencia, Hermione Granger y Ron Weasley, con el corazón roto y la desesperación como único combustible, hicieron renacer al Ejército de Dumbledore. Una sombra de lo que fue la organización original, una chispa de esperanza en la noche más oscura. Se sucedieron años de lucha clandestina, de sacrificios inútiles, de pérdidas devastadoras que diezmaban sus filas. La magia se agotaba, y la sombra de Voldemort, con sus mortífagos cada vez más poderosos, parecía invencible.

Un día, la traición se materializó en sus propias filas. Un susurro, una mirada, y la ubicación de su último escondite fue revelada a los mortífagos. La batalla fue breve, brutal. Ron cayó luchando, su cuerpo cubierto de heridas, sus ojos fijos en Hermione hasta el último aliento. 

Hermione, fue capturada, y fue arrastrada a la plaza central, donde la multitud de magos aterrorizados observaba, impotente, su ejecución pública. La Maldición Asesina que el mismo Voldemort lanzó, la golpeó, un destello verde que lo consumió todo. Sintió el frío, la oscuridad, el fin.

Pero el fin no fue el fin.

No hubo tiempo, no hubo espacio, solo una sensación abrumadora de ser comprimida, arrastrada a través de un túnel de luz y sonido. Y luego, el llanto. El llanto de un bebé. El suyo propio. Abrió los ojos, aunque el mundo era aún una mancha borrosa, y lo supo. La conciencia de Hermione Granger, con cada memoria, cada cicatriz, cada palabra de los libros que había devorado, estaba intacta. Estaba de vuelta. En el pasado.

Y no en cualquier pasado. El cuerpo que la contenía era pequeño, indefenso, pero un nombre, un nombre que resonó con el peso de la historia mágica, apareció en su mente: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore. El propio Albus Dumbledore. El bebé en cuya piel acababa de reencarnar era el futuro director de Hogwarts, el mago que Voldemort asesinaría, el hombre cuya vida ella conocía ahora con una claridad espantosa.

Recordaba todo: la muerte de Harry, la caída de Dumbledore, la desesperada lucha del Ejército de Dumbledore, la traición, su propia ejecución. El futuro se presentaba ante ella como un mapa borroso, pero con los puntos clave marcados con sangre y pérdida. No era tan claro como le gustaría: las fechas exactas se mezclaban, los detalles menores se difuminaban. Pero creía que era lo suficiente para cambiar los resultados. Se lo prometió a sí misma, con la determinación férrea que siempre la había caracterizado: no le contaría esto a nadie. Nadie podía saberlo. Y solo trataría de cambiar lo necesario, lo mínimo indispensable, para vencer a Voldemort. La misión de su nueva vida había comenzado, disfrazada bajo los pañales de un bebé y el peso de un futuro que solo ella conocía.

Capítulo 2: Una Infancia Forzada y un Amor Prohibido

Los primeros años de Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore transcurrieron para Hermione en una lucha constante entre la mente adulta y el cuerpo infantil. Atrapada en el cuerpo diminuto y ajeno de un bebé, sentía el desgarro entre su mente adulta y las limitaciones de su nuevo envase. Cada logro infantil de Albus –el primer hechizo espontáneo, la primera palabra coherente, la primera vez que sus pequeños dedos se aferraron a una escoba de juguete– era para Hermione una humillación y una frustración. Su deseo férreo, la única brújula clara en su mente, era detener a Lord Voldemort, nada más. Eso era todo lo que importaba. Por eso, su memoria del futuro era quirúrgicamente precisa en todo lo relacionado con el ascenso y reinado del Señor Oscuro Voldemort, con las batallas clave y las muertes que sellaron su victoria. Pero extrañamente, peligrosamente, vaga en otros aspectos. Los nombres de figuras históricas como Grindelwald resonaban en su mente, sí, y conocía la trágica historia de Ariana, pero los detalles íntimos de sus vidas, los matices de sus relaciones personales, estaban velados. Esos eran incidentes "aparte" de su misión principal de vencer a Voldemort. Y lo más crucial, lo que la atormentaría más tarde, era una laguna devastadora: Hermione no recordaba que Tom Riddle era Voldemort. Recordaba al monstruo, sí, pero el niño y el joven detrás de la figura del Señor Tenebroso se habían borrado de su conocimiento explícito.

La tragedia familiar de los Dumbledore se desplegó ante Hermione con una dolorosa familiaridad, aunque con la distancia de saberse no del todo parte de ella. Revivió el dolor por su padre, Percival, encarcelado, la reclusión de Ariana por su inestable magia, la repentina y accidental muerte de Kendra por un estallido incontrolado de Ariana. Sintió la carga del resentimiento de Albus por su repentina responsabilidad como cabeza de familia. Era un Albus Dumbledore brillante, sin duda, un prodigio en Hogwarts, devorando libros y correspondencia, tal como la Hermione que fue. Era fácil, a veces, olvidar que su cuerpo era el de un chico. Porque, en esencia, Dumbledore no era gay; era una chica, Hermione, atrapada en el cuerpo de un hombre. Y esa era una verdad que, aunque subyacente, la hacía vulnerable de maneras que el Albus original nunca habría sido. Las hormonas masculinas de Albus la inundaban, provocando impulsos y atracciones que la confundían profundamente.

El verano de 1899 llegó, pesado con el luto y la carga familiar. Fue en este estado de frustración y ambición juvenil, en este cuerpo que comenzaba a sentir los impulsos de una juventud ajena, cuando Gellert Grindelwald apareció en Godric's Hollow. Hermione, desde la perspectiva de Albus, sintió la innegable e inmediata conexión, una chispa que la sorprendió por su intensidad. Grindelwald no solo era tan brillante como ella, sino que su carisma era embriagador. Sus ojos, llenos de un fuego oscuro y ambicioso, prometían un mundo más grande, una liberación de las cargas que Albus sentía. La idea de "El Bien Mayor", de la dominación mágica, sonaba seductora en su estado vulnerable y hasta pensó que lo podría convencer de unirse a su causa contra Voldemort.

Los días se convirtieron en semanas de un torbellino intelectual y emocional. Hablaban durante horas, sus mentes entrelazadas en debates sobre la magia, el poder, el destino de los magos. Grindelwald era magnético, un espejo de su propia inteligencia, pero con un filo peligroso que a la parte Hermione de su cerebro le gritaba "¡Peligro!". Sin embargo, la Hermione atrapada en el cuerpo de Albus, sintiendo las oleadas de atracción física que este cuerpo masculino experimentaba, se vio arrastrada. Las conversaciones se volvían más íntimas, las miradas más intensas. Los toques accidentales se prolongaban. Hermione, que en su vida anterior había sentido afecto por Ron pero no se había materializado nunca, por Harry, nunca había experimentado una atracción tan avasalladora aunque le gustaba pero... El cuerpo de Albus respondía a Grindelwald, y Hermione, para su sorpresa y horror, se encontró completamente enamorada.

Era un amor febril, apasionado, forjado en el crisol de ambiciones compartidas y una soledad profunda. Se enamoró de la mente de Grindelwald, de su visión audaz, de la forma en que la hacía sentir comprendida y poderosa. La ingenuidad de una joven, atrapada en un cuerpo que la traicionaba con impulsos ajenos, sucumbió por completo al carisma arrollador de ese mago tenebroso. Era un amor prohibido, un amor por un hombre que representaba todo lo que el mundo mágico acabaría temiendo. Y Hermione lo sintió en cada fibra de su ser: estaba segura de que amaba a Grindelwald.

Pero incluso en el ardor de ese amor, una línea invisible se mantenía, grabada a fuego en su alma: su deber. Los recuerdos de Voldemort, de Harry muerto, de Ron caído, de su propia ejecución pública, eran un ancla que la arrastraba de vuelta a su misión principal. Aunque su corazón latía por Gellert, sabía, con la fría lógica de Hermione Granger, que Grindelwald era una amenaza a largo plazo, un camino hacia el mismo tipo de tiranía que Voldemort encarnaría. Su amor era un peso abrumador, una tentación peligrosa, pero no podía permitirse que oscureciera su objetivo primordial.

Y entonces llegó el duelo. La explosión. La muerte de Ariana. El terror de Aberforth. El escape de Grindelwald.

En ese instante de dolor y caos, mientras el cuerpo de Albus se desplomaba y la culpa lo carcomía, la mente de Hermione sufrió una sacudida brutal. Como si un dique se hubiera roto, los recuerdos completos del futuro que antes le eran velados, los detalles íntimos de la relación de Albus Dumbledore y Grindelwald, se precipitaron sobre ella con una claridad dolorosa.

Recordó el libro, "La Vida y Mentiras de Albus Dumbledore", que Rita Skeeter había escrito mas de medio siglo en el futuro. Recordó las palabras, las insinuaciones sobre la relación de Dumbledore con Grindelwald, la especulación sobre su enamoramiento. Recordó la confirmación de Dumbledore mismo, décadas después, de que se había enamorado de Grindelwald y había sido cegado por esa ambición y afecto. El horror la golpeó con la fuerza de un rayo. Dumbledore no solo había sido un genio que cometió un error. Se había enamorado de un mago tenebroso. Y Hermione, atrapada en su cuerpo, en su juventud, acababa de hacer lo mismo, confirmando la historia, viviendo el dolor que ahora el mundo creería fue solo de Albus. Lo peor era que, una vez que la tragedia había ocurrido, una vez que ya no había vuelta atrás, Hermione, o más bien Dumbledore, recordaba cómo habían sido las cosas en su vida pasada, la vida del Albus original. El velo se había levantado, revelando una verdad que era a la vez personal y terriblemente profética.

Ahora, Albus Dumbledore no solo llevaría el peso de la muerte de Ariana y la ruptura con su hermano. Llevaría también el recuerdo del amor de Hermione Granger por Gellert Grindelwald, una traición a su propia identidad y a su misión. La complejidad de su nueva existencia se multiplicaba, y el camino hacia la derrota de Voldemort se había vuelto aún más enrevesado, marcado por un pasado que ahora era, dolorosamente, suyo.

Capítulo 3: Sombras del Futuro y Errores Repetidos 

Albus/Hermione, habitando el cuerpo y la mente del formidable director de Hogwarts, se esforzó por dirigir la escuela con la sabiduría y la previsión que su predecesor había demostrado. Sin embargo, su conocimiento del futuro, tan nítido en lo que respecta a la amenaza de Lord Voldemort, era un mapa con vastas regiones inexploradas en otros aspectos de la vida mágica. No sabía de cada invento, cada percance menor, cada tragedia que no condujera directamente a la ascensión del Señor Tenebroso. Por ello, y a pesar de su intelecto superior y su deseo de cambiar el destino, dejó pasar muchas cosas, permitiendo que ciertos eventos se desarrollaran tal y como lo habían hecho en la línea temporal original.

Fue esta laguna crucial en su memoria lo que la atormentaría más tarde. Cuando Tom Riddle, el estudiante brillante y perturbador, desató al Basilisco de la Cámara de los Secretos, Hermione (como Dumbledore) vio la oscuridad en el muchacho. Sospechaba de él, sí, con la misma perspicacia que el Dumbledore original. La presencia de Tom Riddle le sonaba profundamente familiar, un eco persistente en los recovecos de su mente, una alarma silenciosa que no lograba identificar. Sabía que ese nombre era importante, crucial, pero la conexión directa con el rostro desfigurado del Señor Oscuro, Lord Voldemort, no se concretaba. Era como tener la palabra en la punta de la lengua, pero sin poder pronunciarla. Por eso, y a pesar de su desconfianza, no pudo actuar con la contundencia necesaria para detenerlo de raíz. Así, el Albus Dumbledore que era Hermione no intervino de forma que pudiera salvar a Hagrid de la expulsión o liberar su nombre por completo, pues no tenía la evidencia irrefutable ni la convicción absoluta de que Riddle era el culpable final. La historia, en ese punto, se repitió, un doloroso recordatorio de su amnesia selectiva.

Cuando Tom Riddle desapareció del mundo mágico, sumergiéndose en las sombras tras terminar sus estudios en Hogwarts, Hermione (como Dumbledore) sintió un desasosiego creciente. El nombre de Riddle resonaba en su mente como una campana de advertencia, insistente pero incomprensible. Sabía que era importante, peligroso, pero la pieza clave, la conexión con el futuro tirano, simplemente no encajaba. La había dejado escapar. O más bien, la había dejado ir sin comprender la magnitud de la amenaza que representaba.

El tiempo se arrastró, y el mundo mágico encontró una paz tensa. Pero Hermione sabía que era una calma antes de la tormenta.

Y la tormenta llegó.
No con un estruendo, sino con un susurro, un miedo creciente que se extendía como una plaga. Los ataques comenzaron, primero aislados, luego con una brutalidad inconfundible. Familias de muggles masacradas, magos y brujas de sangre impura torturados, desapariciones inexplicables. Un nuevo nombre, temido y prohibido, comenzó a ser pronunciado en susurros: Lord Voldemort.
La primera vez que Albus Dumbledore escuchó ese nombre en su nuevo contexto de terror, fue como si una pared de su mente se derrumbara. El eco de "Lord Voldemort" resonó con la fuerza de un rayo, y de repente, con una claridad brutal y devastadora, la laguna se cerró. Las imágenes se precipitaron: el Harry Potter muerto, el Ron Weasley caído, su propia ejecución. Y la cara. La cara pálida, serpentina, sin nariz, del Señor Oscuro. Y luego, en una revelación horripilante, esa cara se superpuso a la del joven encantador y frío que había estado en su propio comedor de Hogwarts años atrás. Tom Riddle. Era él. Siempre fue él.
Un nudo de horror y arrepentimiento se formó en la garganta de Hermione. Cayó de rodillas en su despacho, el peso de la revelación aplastándola. ¿Cómo pudo haber sido tan ciega? ¿Cómo pudo su propio subconsciente haberle jugado una triquiñuela tan cruel? La obsesión por "Voldemort" había sido tan específica que había oscurecido el camino hacia su origen. Las oportunidades perdidas se agolpaban en su mente:
Quizá, si lo hubiera sabido, si hubiera conectado a Tom Riddle con el futuro Señor Oscuro, hubiera tratado de llevarlo por la senda del bien. Habría intentado desentrañar sus oscuros secretos antes, confrontar sus tendencias sociópatas con la empatía que ella, Hermione Granger, poseía.
Habría estado más con él, lo habría vigilado de cerca, intentado comprender sus motivaciones más profundas, buscar el punto de inflexión.
Habría intentado ayudarle con sus demonios internos, con la soledad y el resentimiento que percibió en el niño, pero cuya magnitud maligna nunca comprendió del todo. Habría buscado una forma de evitar la fragmentación de su alma.
Pero ya era demasiado tarde. La oportunidad de detener a Voldemort antes de que naciera, antes de que se convirtiera en la monstruosidad que recordaba, se había perdido irremediablemente. La semilla de la oscuridad había germinado, y ahora era un árbol frondoso de terror.
La guerra que había venido a prevenir estaba, de nuevo, sobre ellos, y Hermione, como Dumbledore, tendría que enfrentarla con las cicatrices de su propia ceguera y el conocimiento de un pasado que había vuelto a repetirse en los puntos más dolorosos. Su misión, ahora, era la misma, pero el camino se había vuelto infinitamente más amargo.
Fue en esta primera llegada de Lord Voldemort al poder, mientras el terror se extendía y las filas de los mortífagos se engrosaban, que Hermione/Dumbledore experimentó una segunda y más profunda revelación. No fue un flash, sino una comprensión gradual, una dolorosa decodificación de sus propios recuerdos fragmentados. Se dio cuenta de algo que hasta ese momento había ignorado por completo: lo que realmente recordaba del Señor Tenebroso, con claridad y detalle, era desde el momento en que Harry Potter, Ron Weasley y ella misma habían ingresado a Hogwarts. Y esto había sucedido justo después de que Voldemort asesinara a los padres de Harry.
Sus recuerdos del futuro, aunque siempre presentes, habían sido hasta ese momento nublados, imprecisos en los detalles cruciales de la primera guerra. Por eso no había podido detener a Voldemort en su primera ascensión al poder; siempre le había faltado la información precisa, la certeza de los "cómos" y los "cuándos" que precedieron a la era de Harry. Aquello era un pozo ciego en su mente, una barrera temporal infranqueable. Pero ahora ya era otra cosa. El velo se había disipado en lo que respecta a la segunda era de Voldemort. Tenía el mapa más claro, sabía con precisión casi absoluta todo lo que iba a pasar con Voldemort desde que el trío original ingresara a Hogwarts. Las tramas, los desafíos, las pistas para los Horrocruxes... todo estaba ahí, listo para ser utilizado.

Sin embargo, las lagunas persistían, y algunas de ellas eran importantes. Por ejemplo, por más que intentara, no recordaba cómo Alastor Moody fue sustituido por Barty Crouch Jr. en su cuarto año, ni los detalles exactos del ritual que llevaría al renacimiento físico de Voldemort en el cementerio. Pero sí sabía que ese renacimiento debía ocurrir, y, crucialmente, cómo y por qué debían buscarse los Horrocruxes. La estrategia de la guerra estaba en su mente, pero ciertos momentos clave en el camino se mantenían en la oscuridad.

Capítulo 4: Los Elegidos y la Felicidad Prohibida

La primera guerra concluyó con la aparente derrota de Lord Voldemort a manos de un bebé, Harry Potter. El mundo mágico respiró un suspiro de alivio, una paz que Hermione sabía era frágil y temporal. Albus Dumbledore, con la mente de Hermione guiándolo, dedicó los siguientes años a consolidar su posición en el mundo mágico, a observar, a preparar los cimientos para la inevitable segunda venida del Señor Oscuro. Su sabiduría y su poder crecieron, pero también lo hizo la soledad de su secreto.

Finalmente, llegó el año. El 1 de septiembre de 1991.

Albus Dumbledore se comportó con su habitual decoro y majestuosidad durante el banquete de bienvenida en el Gran Comedor de Hogwarts. Presidió la Mesa Alta, su mirada azul brillante escrutando a los nuevos estudiantes de primer año mientras el Sombrero Seleccionador hacía su trabajo. Con cada nombre leído, con cada niño que cruzaba el umbral del Gran Comedor, el corazón de Hermione, atrapado en el pecho de Dumbledore, latía con una expectación creciente, una mezcla de nerviosismo y una alegría casi insoportable.

Y entonces los vio.

"Potter, Harry", llamó la profesora McGonagall.

Un murmullo recorrió el Gran Comedor. El rostro del niño, con el cabello azabache y las gafas, y la cicatriz en forma de rayo. Su corazón se encogió al verlo tan pequeño, tan inocente, el niño que había muerto en sus brazos en otra vida.

"Weasley, Ronald."

El chico pelirrojo, pecoso, con una expresión de perpetua sorpresa. Ron. Su Ron. El amigo, el confidente, el valiente, el que había muerto por ella.

Y luego, su propio nombre en la boca de McGonagall, aunque en esta línea temporal se pronunciaría diferente: "Granger, Hermione."

La niña de cabello abundante y voz enérgica. Ella misma. Con la misma curiosidad insaciable, la misma necesidad de saber, la misma chispa de inteligencia.

El Albus Dumbledore que era Hermione mantuvo una fachada impecable durante todo el banquete, con una sonrisa serena y comentarios oportunos. Pero por dentro, un torbellino de emociones la asaltaba. La felicidad de verlos vivos, sanos, tan jóvenes e ignorantes del destino que les esperaba, era abrumadora. Las lágrimas picaron en sus ojos, pero se contuvo. No podía traicionar su secreto.

Más tarde esa noche, en la soledad de su despacho de director, detrás de la gárgola, Albus Dumbledore se permitió ser solo Hermione Granger de nuevo. Las pesadas puertas se cerraron, el silencio envolvió la estancia, y se desplomó en su silla, dejando que las lágrimas corrieran libremente por su rostro surcado por el tiempo. No eran lágrimas de tristeza, sino de un alivio y una felicidad tan intensos que dolían.

"Harry... Ron...", susurró, su voz ronca de emoción. Extendió una mano temblorosa, como si pudiera tocar sus fantasmas del futuro. Los había vuelto a ver. Estaban vivos. Esa era la oportunidad. Esa era la razón de todo.

Y luego, una sonrisa, una verdadera sonrisa de orgullo, se dibujó en sus labios. "Y tú, Hermione...", dijo, dirigiendo su mirada a su propio reflejo en una de las copas de su escritorio. "Mira lo que has hecho. Mira lo que vas a hacer." Denotaba un profundo orgullo de saber lo que ella, la Hermione Granger original, lograría en el futuro, los sacrificios que haría. Era una felicidad teñida de la melancolía de un pasado que no pudo cambiar por completo, pero cargada de la esperanza de un futuro que, ahora sí, tenía una oportunidad real de ser diferente.

 

Capítulo 5: El Ajedrez del Destino y una Muerte Inesperada

A partir de la llegada de Harry, Ron y Hermione a Hogwarts, las cosas comenzaron a suceder con una familiaridad inquietante, pero con sutiles, a veces imperceptibles, alteraciones. La línea del tiempo, esa compleja red de eventos y decisiones, ya no era la que Hermione recordaba con precisión milimétrica. Ella, en el cuerpo de Albus Dumbledore, jugaba un ajedrez mortal contra un futuro que conocía solo en fragmentos, pero con la determinación inquebrantable de una estratega nata.

Con sus recuerdos de la segunda guerra contra Voldemort ahora claros y definidos (desde la muerte de los Potter en adelante), Albus/Hermione guio al trío a través de sus años escolares. Sus "consejos" eran a menudo veladas sugerencias, pruebas aparentemente casuales, o la colocación de piezas clave en el lugar correcto en el momento preciso. Ella sabía de la Piedra Filosofal, del Basilisco, de los dementores y de Sirius Black, de la Copa de los Tres Magos y el regreso de Voldemort, de la Orden del Fénix y los Horrocruxes. Cada año escolar se convirtió en un campo de entrenamiento, una preparación metódica para la guerra que se avecinaba. Harry, Ron y ella misma (Hermione Granger, la niña), con la guía sutil de Dumbledore, se volvieron más fuertes, más sabios, más resilientes, listos para enfrentar lo inevitable.

La mente de Hermione, fusionada con la brillantez de Albus, era una fuerza imparable. Fue ella quien se aseguró de que Harry obtuviera la Capa de Invisibilidad a tiempo, quien sembró las dudas sobre Quirrell, quien facilitó la información crucial sobre los Horrocruxes sin revelar demasiado. No podía explicar cómo lo sabía, pero podía guiar. Y con su dirección, los eventos se desarrollaron de manera diferente: Harry, Ron y Hermione ganaron las batallas de sus primeros años con menos contratiempos, más cohesionados, más conscientes de los peligros que les acechaban. El destino se desviaba, poco a poco, de su curso original.

Sin embargo, a pesar de toda su previsión y su meticulosa planificación, Hermione se encontró con una verdad aterradora que había eludido su memoria fragmentada: su propia muerte no estaba en sus planes originales.

El Dumbledore original había muerto en el ministerio de magia, rescatando a Harry que engañado por Critcher iba a rescatar a Sirius. Este detalle crucial, esta fecha específica de su propia desaparición en la línea temporal que recordaba, era una laguna devastadora que solo se reveló dolorosamente a medida que el calendario de Hogwarts avanzaba hacia ese quinto año fatídico. Había planeado la caída de Voldemort, había orquestado el camino de Harry, pero nunca consideró la posibilidad de su propia muerte en esta nueva vida. La ironía era brutal: a pesar de más de cien años de existencia en el cuerpo de Albus, la muerte, el concepto de su propia mortalidad en esta era, siempre había parecido una posibilidad lejana, una meta a la que se dirigía el Albus original, no la Hermione que vivía, Por eso sabía que si jugaba bien sus cartas podría sobrevivir ese año y Salvar a Harry de una muerte inminente.

Una vez que este conocimiento se asentó, el pánico inicial de Hermione fue rápidamente reemplazado por la fría y calculada determinación que la caracterizaba. 

Como fue planeado, Harry instruyo a sus compañeros en la defensa y ataques mágicos, lo que logro que todos sobrevivieran, ahora el timón estaba en manos de Hermione, pues el Dumbledore original había muerto para esas fechas, pero no importaba, ya tenia suficiente información para lograr el éxito, pero.. algo salió Mal.

Una Maldición, buscando los Horrocruxes, se le había escapado un detalle, que era propenso a las Maldiciones, Snape le dijo que a lo sumo le quedaría un año de vida.

Si iba a morir, debía asegurarse de que su sacrificio no fuera en vano. Con más de un siglo de vida a sus espaldas, la muerte se había convertido en un pensamiento menos temible, una pieza más en el intrincado rompecabezas. Trató de dejar todo arreglado, de que su partida sirviera al propósito final de derrotar a Voldemort.

Fue entonces cuando planeó su muerte con Severus Snape, una danza macabra de confianza y engaño, asegurándose de que el Maestro de Pociones mantuviera su papel crucial como doble agente. Pero su genio estratégico fue más allá. Sabiendo la sed de Voldemort por la Varita de Saúco, planeó meticulosamente cómo esta caería en sus manos. Consciente del complejo truco de la lealtad de la varita, que reconocería como dueño a quien desarmara a su poseedor legítimo, manipuló los eventos para que Draco Malfoy fuera quien la desarmara indirectamente en la Torre de Astronomía, convirtiéndose así en su verdadero, aunque inconsciente, amo.

También orquestó que la Varita de Saúco no le sirviera a Voldemort plenamente. Aseguró que la Piedra de la Resurrección, una de las Reliquias de la Muerte, llegara a Harry en el momento justo, un elemento crucial para su sacrificio final y la eventual derrota de Voldemort. Todo fue planeado por Hermione, una mente brillante y decidida, ahora sin la ayuda de los conocimientos del Dumbledore original que habían muerto un año antes en su línea temporal. Cada detalle, cada giro, cada pieza del rompecabezas final, fue su propia creación, un legado que dejaría para asegurar que Harry, Ron y ella misma triunfaran donde ella, en otra vida, había fallado. El telón se alzaba para el acto final, y Albus Dumbledore, con el alma de Hermione Granger, se preparaba para su inminente y calculado final.

 Capítulo 6: El Sacrificio Final y el Legado de una Leona

Y así, en la cúspide de la Torre de Astronomía, bajo la luna de un sexto año escolar, la vida de Albus Dumbledore llegó a su fin. La Maldición Asesina de Severus Snape, ejecutada con la frialdad acordada, golpeó su pecho. El cuerpo de Dumbledore se precipitó al vacío, y con él, la segunda vida de Hermione Granger. No hubo dolor, solo una última exhalación, un suspiro de alivio teñido con la amargura de la despedida. Había planificado cada detalle, cada movimiento, cada sacrificio, para que el destino, esta vez, se inclinara hacia la luz. Su muerte no era un fracaso, sino el acto final de una estrategia maestra, el engranaje necesario para el triunfo que ella, desde su nueva existencia, solo podía vislumbrar.

Lo que sucedió después ya lo sabemos, pues está escrito en piedra, tanto en los anales del mundo mágico como en la memoria de innumerables lectores. La caída de Lord Voldemort, el triunfo del bien sobre el mal, la reconstrucción de un mundo que había sido desgarrado por la guerra. Las vidas felices de Harry Potter, casado con Ginny Weasley, y de Hermione Granger, unida en matrimonio a Ron Weasley, se desplegaron con la promesa de generaciones futuras y un futuro de paz.

Albus Dumbledore, el recipiente de Hermione, nunca se enteró de estos sucesos. Nunca supo de los besos, los hijos, las carreras exitosas de aquellos a quienes había guiado y salvado. Su sacrificio fue absoluto, desinteresado. El dolor de su soledad, la carga de sus recuerdos selectivos y el amor perdido por Grindelwald, todo se desvaneció con su último aliento, dejándole solo la certeza de haber completado su misión.

Pero estamos seguros de que la Hermione Granger de esta línea temporal, la chica de cabello abundante que entró a Hogwarts en 1991, lograría mucho. Con la sutil guía de Dumbledore/Hermione, creció más fuerte, más sabia, más preparada. Se convirtió en la brillante maga que estaba destinada a ser, superando sus propios límites. Ascendería a Ministra de Magia, una líder justa e inteligente, y sería una madre orgullosa, criando hijos con el mismo valor y bondad que ella había encarnado. Por eso, al final, aunque el nombre de Harry Potter resuene como el Salvador, nuestra verdadera protagonista, la mente detrás de la victoria, la que desafió el tiempo y el destino, debería ser Hermione Granger. Reconocemos todo su valor y entereza, y cómo, con una vida robada y un corazón dividido, ella salvó la vida de miles de magos y muggles.


‘‘EPÍLOGO: EL SECRETO DE LAS DOS HERMIONES’’ 

Años después de la guerra, la Ministra Hermione Granger ordenó renovar la habitación de quien fuera del director de Hogwarts y que se sello como homenaje a este Albus Dumbledore. Entre polvorientos tomos de alquimia, una caja de ébano llamó su atención. Dentro halló: 
1. ‘‘Un retrato inacabado de Dumbledore’’ donde sus ojos azules tenían destellos de ámbar (el color de ‘sus’ ojos originales). 
2. ‘‘Un ejemplar de "Historia de la Magia"‘‘ con anotaciones en los márgenes... en ‘su’ propia letra adolescente: ‘"Grindelwald era la llave, no la cerradura"‘ y ‘"Riddle es la sombra que olvidé nombrar"‘. 
3. ‘‘Una leona de plata’’ con una inscripción: ‘"Para la niña que leyó en la biblioteca mientras el mundo ardía. Gracias por prestarme tu alma. -H.J.G."‘ (Hermione Jean Granger). 
Hermione tocó la leona. De repente, ‘‘memorias ajenas’’ la inundaron: 
- ‘La ejecución en la plaza pública.’ 
- ‘La reencarnación como bebé Dumbledore.’ 
- ‘El amor prohibido por Grindelwald.’ 
- ‘El plan de un siglo para vencer a Voldemort.’ 
No eran sueños. Eran ‘‘demasiado vívidos, demasiado ‘suyos’’’. 
Miró su reflejo en la leona de plata y susurró: 
> ‘—Tú ganaste la guerra que yo perdí. Gracias... ‘hermana’ de alma.’ 
Nunca lo contó. Pero cada 1 de septiembre, dejaba dos flores en la tumba de Dumbledore: 
- ‘‘Una orquídea blanca’’ (por el mago que prestó su cuerpo). 
- ‘‘Un gladiolo púrpura’’ (por la bruja que vivió en él). 
Y en la placa del "Ala Dumbledore", solo ella sonreía al ver el ‘‘grabado oculto’’: 
‘Una leona sosteniendo una varita de saúco.’  


FIN

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