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viernes, 1 de agosto de 2025

La Condena de Josie: Un Alma Comprada Demasiado Cara


 

La Condena de Josie: Un Alma Comprada Demasiado Cara

Lucio, un estudiante de secundaria, albergaba un odio irracional hacia su maestra, la señorita Josie. La encontraba irritante, sus métodos aburridos, su voz monótona. Sin embargo, al mismo tiempo, envidiaba la vida que Josie aparentaba tener. La veía llegar en su coche, siempre impecable con sus trajes elegantes, y se imaginaba que su vida era de lujo, independencia y respeto. "Ella vive bien", pensaba Lucio, "ojalá yo pudiera tener esa vida, sin las estupideces de la escuela y con dinero".

Un viernes, mientras Lucio deambulaba por el bullicioso Mercado de Sonora, un lugar donde los deseos y los pactos a menudo se entrecruzaban con la realidad, una mujer joven y de belleza enigmática se le acercó. Sus ojos, profundos y oscuros, parecían ver a través de él. "Puedo ver tu alma, joven", susurró con una voz melodiosa. "Y conozco tus más profundos deseos. Anhelas la vida de otro, ¿no es así? La vida de tu maestra, Josie".

Lucio se quedó mudo, asombrado por la precisión de la mujer.

"El próximo viernes 13", continuó ella, entregándole un pequeño vial de cristal con un líquido amarillento y burbujeante. "Acércate a ella, sin ser visto, y vierte esta bebida en tu vaso. En el instante en que la bebas, tu alma saldrá de tu cuerpo, libre, y podrás apoderarte del suyo. Tendrás su vida, sus bienes, su respeto. Pero hay un precio. Un precio alto. Tu cuerpo original morirá en el instante del intercambio, y el alma de la maestra Josie, al ser desterrada de su cuerpo por un acto no deseado, irá al paraíso, liberada de sus cargas. Pero tú... tú, Lucio, cuando tu tiempo en ese cuerpo termine, tu alma irá directamente a los infiernos, condenada por este robo vital. Es la única forma de que la maldición se complete. ¿Aceptas el precio por la vida de Josie?"

Lucio no lo pensó dos veces. La promesa de esa vida aparentemente perfecta, la facilidad, la independencia... el castigo eterno le pareció un riesgo lejano, una fantasía. Tomó el vial, asintió con una determinación imprudente.

El viernes 13 llegó, oscuro y lluvioso. Con el corazón martilleándole en el pecho, Lucio se deslizó en el salón de profesores durante el receso, vertiendo el líquido amarillento un vaso de cristal. Cuando ella regresó el  bebió el último sorbo, un flash blanquecino, imperceptible para todos salvo para ellos, lo envolvió.

Lucio se encontró de pie, mirando su propio cuerpo de adolescente caer inerte al suelo. Se sintió extrañamente ligero, poderoso. Miró a su alrededor. Las otras maestras ni siquiera notaron el cuerpo de "Lucio" entre los pupitres. Era como si su existencia se hubiera desvanecido, excepto por el alma de Josie que, con un último y ligero suspiro, ascendió hacia la luz.

Desde ese día, Lucio vivió la vida de su Maestra Josie. Al principio, la euforia fue inmensa. Se miraba en el espejo, admirando el cabello perfectamente peinado, el traje elegante, la figura madura. Tenía su coche, su apartamento, su estatus. Creía haberlo logrado.

Pero la ilusión se desvaneció rápidamente. La vida de Josie no era lo que él pensaba. Su "elegante" apartamento era una prisión de soledad. Y lo peor de todo, su marido. El señor Martínez, el hombre apuesto que todos veían como un pilar de la comunidad, era un tirano en casa. Abusivo, maltratador, susurrante. Josie vivía en un infierno privado, disimulado por una fachada de perfección. Las agresiones físicas y verbales eran diarias, y Lucio, atrapado en el cuerpo de Josie, sintió el terror y la impotencia que ella había vivido.

El trabajo, que desde fuera parecía tan fácil, era agotador. Las pilas de exámenes, las reuniones con padres, los problemas de disciplina, la presión constante. Se dio cuenta de que la sonrisa de Josie era una máscara de dolor y resignación. Y cada noche, al acostarse, el recuerdo de la condena eterna que pesaba sobre su alma le helaba la sangre. Había vendido su alma por una vida que, de cerca, era una pesadilla.

Lucio, en el cuerpo de Josie, se hundió en la desdicha. No aprendió a apreciar la vida que tenía antes, ni a valorar la suya. Solo se consumió por el tormento diario y la certeza ineludible de su destino final. Su odio por la señorita Josie se transformó en una comprensión amarga de su sufrimiento, y su deseo de "vivir bien" se convirtió en una condena silenciosa. Así vivió sus días, una farsa perfecta para el mundo, pero un infierno personal, esperando el momento en que su alma, al fin liberada de ese cuerpo, cumpliría su pacto y descendería a las llamas eternas.


FIN

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