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sábado, 21 de junio de 2025

Las Mascaras que copian Secuela Decima y ultima parte

  LAS MASCARAS QUE COPIAN (Décima y última parte)

Por Alexa Padme (esta es una continuación hecha por mi) Busquen las anterior partes en este Blog)


www. Fatralatg.blogspot.mx

Veo que se cayo el interés, por eso a veces no me gusta hacer historias largas , en fin espero les haya gustado la historia y hasta aquí llegamos


La Promesa a Barbara: Maternidad, Disciplina y la Búsqueda de la Perfección Femenina

Will, ahora completamente asentado en el cuerpo de Barbara Henderson, había hecho una promesa solemne a sí mismo, una que iba más allá de la mera supervivencia de su identidad. Se comprometió a vivir toda la experiencia de la maternidad, no solo como una mujer, sino como la encarnación perfecta de Barbara. Esto significaba que el "switch" a la personalidad de Barbara no se activaría en ningún momento, ni siquiera para mitigar las molestias o el dolor. El parto, la cúspide de la experiencia femenina, lo enfrentaría con su propia conciencia de Will. "Si iba a ser una mujer", pensó, "tenía que experimentar el paquete completo, sin atajos ni simulaciones." Las náuseas matutinas, la fatiga abrumadora del primer trimestre, y los antojos más extraños que su "marido" el señor Henderson, divertido y sorprendido, trataba de complacer, todo lo soportaría con una determinación férrea, observando cada cambio en su cuerpo y en su mente con la fascinación de un científico y la resiliencia de un atleta.

Pero la maternidad, para Will, no se limitaba a los desafíos fisiológicos. También recordó la promesa implícita que sentía le había hecho a la anterior dueña de ese cuerpo: que lo cuidaría y lo mantendría en forma, preservando la belleza que ahora era suya. No iba a permitir que el embarazo arruinara la figura espectacular que tanto había llegado a apreciar. La idea de "engordar" o perder la sensualidad que había descubierto lo aterraba más que los propios mareos.

Así, Will se embarcó en una nueva fase de su transformación, una que combinaba la curiosidad incansable de su propia mente con la disciplina innata de Barbara. Horas incontables se dedicaba a investigar, no solo por curiosidad, sino por un imperativo casi obsesivo. Se sumergía en YouTube, buscando con fervor tutoriales sobre ejercicios para embarazadas que fueran seguros pero efectivos, probando cada rutina con la seriedad de un estudiante aplicado. Navegaba por foros de nutrición, comparando dietas saludables para gestantes, planificando meticulosamente cada comida, cada snack, como si fuera una estrategia militar para mantener a raya los kilos de más. No iba a permitir que su figura se desdibujara. Él, como Barbara, quería seguir siendo tan sensual, femenina y deseable como la primera vez que se vio en el espejo, con la minifalda y la blusa escotada.

Había una pregunta que lo había rondado y que ahora, enfrentando su propia maternidad, se volvía crucial: nunca se había detenido a pensar cómo la Barbara original se había mantenido tan espectacular al tener a Gavin, o cómo había recuperado su envidiable cuerpo después del parto. Ahora, con su propio vientre comenzando a abultarse, Will estaba decidido a emular y, si era posible, incluso superar ese estándar. Era una forma de honrar el legado de Barbara, pero también una reafirmación de su propia identidad: la de una mujer que podía con todo, que abrazaba cada aspecto de su nueva vida con una pasión inquebrantable, incluso si eso significaba un arduo trabajo y una disciplina férrea mientras gestaba una vida.


El Compromiso de Barbara: Entre el Mimo Conyugal y la Voluntad de Hierro

El embarazo de Barbara se había convertido en el epicentro de la atención en el hogar Henderson, transformando la dinámica familiar en un ballet de cuidados y mimos. El señor Henderson, su "marido", estaba en un estado de éxtasis, desbordando una ternura y una preocupación que Will, en el cuerpo de Barbara, había llegado a apreciar genuinamente. La colmaba de atenciones, desde prepararle tés especiales para los mareos matutinos hasta masajearle los pies hinchados al final del día. Los antojos, antes una fuente de diversión para Will, se habían vuelto una misión para el señor Henderson, quien buscaba incansablemente los más extraños caprichos gastronómicos, desde pepinillos con helado de vainilla hasta sardinas con chocolate. Cada gesto de su marido era una confirmación de la nueva y profunda conexión que habían forjado, una intimidad que superaba la mera atracción física y se adentraba en los lazos de la devoción.

Gavin, por su parte, aunque aún procesaba la singularidad de tener a su mejor amigo gestando a su futuro hermano, también se sumó a la ola de cuidados. Vigilaba a "su madre" con una mezcla de afecto filial y la preocupación tácita de un amigo que velaba por el cuerpo de otro. Le ofrecía ayuda con las tareas, la acompañaba a sus citas médicas y, a menudo, la encontraba recostada en el sofá con una manta, observando con una mezcla de asombro y admiración la transformación que el embarazo operaba en el cuerpo de La Nueva Barbara.

Sin embargo, en medio de esta burbuja de atenciones, la "nueva Barbara" mantenía una disciplina férrea. Tanto su marido como Gavin le aconsejaban que no exagerara con el ejercicio, preocupados por su salud y la del bebé. "Barbie, tómalo con calma", decía el señor Henderson, "puedes darte un respiro, no tienes que ser tan estricta". Gavin, por su lado, le insistía en que se permitiera algún capricho culinario sin culpas. Pero Will, en el cuerpo de Barbara, se mantenía firme en su promesa. Su visión de la feminidad de Barbara era inquebrantable. Se negaba a que la gestación opacara la figura que tanto había llegado a apreciar y a la que se había aferrado como ancla de su nueva identidad.

En su mente, la imagen de sí misma, espléndida y sensual, bailaba constantemente. Se visualizaba de nuevo en sus minifaldas ajustadas, sintiendo la tela acariciar sus muslos. Anhelaba volver a enfundarse en sus vestidos escotados que tan bien realzaban su figura, el brillo de sus bolsos de diseño colgados del hombro, y la comodidad ajustada de sus jeans ceñidos. Incluso sus prendas íntimas de encaje, guardadas en un cajón, eran un recordatorio de la sensualidad que estaba decidida a recuperar. Y lo más importante para ella, sus amadas zapatillas, zapatos y botas de tacón, que ahora reposaban arrumbadas en el armario, reemplazadas por prácticos pero aburridos zapatos planos de maternidad.

En el presente, se conformaba con la comodidad necesaria para su estado: vestidos holgados que ocultaban el creciente vientre y los funcionales brasieres de maternidad. Pero su futuro ya estaba meticulosamente planeado. Con una previsión casi obsesiva, y sin que nadie lo supiera, ya había comprado una colección de fajas de abdomen de postparto de las mejores marcas, dispuestas en el cajón de la lencería, listas para ser usadas con la determinación de un soldado que se prepara para la batalla. La maternidad sería una experiencia completa y profunda, sí, pero la sensualidad y la feminidad icónica de Barbara Henderson no se negociarían. Will estaba decidido a demostrar que podía ser una madre devota y, al mismo tiempo, la encarnación perfecta de la belleza y el estilo de Barbara, una promesa que se había convertido en su obsesión más gratificante.



La Fusión Final: El Amanecer de Barbara Henderson

Will, en el cuerpo de Barbara, había cruzado el umbral final de su transformación de una manera tan gradual que apenas fue perceptible, ni siquiera para él. La promesa de vivir la maternidad "completa", de no ceder ante la tentación del "switch", había sido el catalizador que disolvió la última barrera, la última fibra que lo conectaba a su ser original. Se había olvidado de ser el Will adolescente; el nombre, los recuerdos de su antigua vida, todo se sentía ahora como un sueño ajeno, una historia lejana contada por otro. Cada día que pasaba, cada patada del bebé en su vientre, cada conversación con el señor Henderson o con Gavin, lo anclaba más y más profundamente en la identidad de Barbara.

La diferencia, y lo que hacía su caso tan singular en comparación con la total desaparición de Barbara en el cuerpo de Will, era que ella (la nueva Barbara) aún poseía un eco persistente de que alguna vez había sido Will. Este recuerdo, sin embargo, no era un ancla que la arrastrara de vuelta a su antigua vida, ni un lamento por lo perdido. Era, más bien, una capa de experiencia enriquecedora, un matiz sutil que dotaba a su nueva personalidad de una profundidad y una perspectiva únicas. La impulsividad de Will había sido reemplazada por la mesura y la paciencia de una mujer adulta; la despreocupación adolescente había mutado en la más profunda responsabilidad maternal.

Aunque todavía se sorprendía a sí misma fantaseando con la posibilidad de modelar las prendas más sensuales de su guardarropa o de ser el centro de todas las miradas femeninas por su figura envidiable, este era, quizás, el único rastro tangible del antiguo Will. Era un vestigio de su vanidad juvenil masculina, ahora transmutado en la sofisticación y el gusto impecable por la moda de Barbara, una mujer que siempre había sabido cómo destacar. Pero incluso esa vanidad estaba subordinada a su propósito principal. Ella, la nueva Barbara, ahora era sumamente responsable y pensaba constantemente en su futuro como madre.

El embarazo había cimentado su identidad de una manera irreversible. Cada punzada, cada náusea, cada antojo, cada ecografía en la que veía crecer a ese pequeño ser dentro de sí, la ligaba más profundamente a la mujer que se había convertido. Will no existía más. Su conciencia se había fundido por completo con la de Barbara Henderson. Ella era la mujer, la esposa devota, y pronto, la madre, que el destino, de la manera más insospechada y extraña, había querido que fuera. La promesa de las máscaras se había cumplido de una forma retorcida e inalterable: la vida de Barbara era ahora la única realidad de Will.



Epílogo: La Nueva Barbara, Estrella Global y Madre Plena

Cinco años se habían deslizado desde aquel día en que Will, en el cuerpo de Barbara, abrazó su destino y la inminente maternidad. La vida, con su inescrutable sabiduría, había tejido una nueva normalidad para la familia Henderson, una tapicería rica en matices, alegría y un secreto que solo uno conocía. Barbara, la mujer que ahora era Will, se había convertido en la orgullosa y devota madre de dos hermosos hijos: Gavin, ahora un joven de 20 años, un alma madura y perceptiva, consciente de la peculiaridad de su familia y del increíble acto de fe que vivían. Y luego estaba Lara, una hermosa y vivaz niña de 5 años, cuyos ojos brillaban con la inocencia y el amor más puros por sus padres y su hermano mayor. Para Lara, Barbara era simplemente su madre, y Gavin, su amado hermano. La verdad de las máscaras, la increíble odisea de las identidades intercambiadas, era un secreto celosamente guardado en lo más profundo del corazón de Gavin, una carga silenciosa que, con el tiempo y la aceptación, había aprendido a llevar con una madurez sorprendente para su edad.

La vida de la "nueva Barbara" había florecido de una manera que ni la Barbara original ni el Will adolescente habrían podido imaginar. Tal como se lo había prometido a sí misma en aquellos días de náuseas y antojos, recuperó su figura con una rapidez asombrosa después del embarazo de Lara, manteniendo una disciplina férrea que se había arraigado en su nueva identidad. Era una combinación del instinto de autocuidado de Barbara y la voluntad indomable de Will. El destino, con un giro irónico, la esperaba. Un día, mientras paseaba despreocupadamente con la pequeña Lara en el parque, disfrutando del sol y el bullicio infantil, su belleza innata y su impresionante físico llamaron la atención de un cazatalentos que pasaba por allí. El hombre, con años de experiencia en la industria, quedó anonadado al ver a una madre tan joven y radiante, y más aún, al descubrir que tenía un hijo adolescente. La combinación de una figura impecable, una piel luminosa, una gracia natural y la madurez que emanaba de su maternidad, era una fórmula irresistible que el mercado de la moda buscaba desesperadamente para un nicho en crecimiento.


Así, Barbara, cumpliendo el anhelo más secreto y profundo que Will había alimentado en sus fantasías, comenzó una exitosa y vertiginosa carrera como modelo de ropa para mujeres mayores de 30 años. Se deleitaba posando ante las cámaras, sintiendo la tela de los lujosos vestidos y los jeans ajustados acariciar su piel, moviéndose con una sensualidad innata que ya era parte de ella. Esta vez, no era una actuación para sí misma en la intimidad de su habitación, sino para todo el mundo. Sus fotografías adornaban las portadas y las páginas centrales de numerosas revistas de moda de renombre, y su elegancia y carisma eran elogiados en círculos que iban mucho más allá de su vecindario. La "nueva Barbara" no solo era hermosa; exudaba una confianza tranquila y una sofisticación accesible que la hacían increíblemente atractiva.

Incluso le propusieron incursionar en la actuación, una oportunidad que muchos envidiarían. Pero a eso se negó rotundamente. Para Barbara, la mujer que ahora era Will, estar con sus hijos tenía la máxima prioridad. No había negociación en ese punto. Sin embargo, al modelaje no se pudo resistir, pues le permitía explorar y proyectar esa feminidad y sensualidad que tanto había llegado a amar. No obstante, puso condiciones claras e innegociables: sus hijos siempre serían lo primero, sus horarios se ajustarían a las necesidades de Gavin y Lara, y su familia tendría prioridad absoluta sobre cualquier compromiso laboral, por lucrativo que fuera. Sus jefes, reconociendo el valor único y el magnetismo que Barbara aportaba a sus marcas, aceptaron encantados, sabiendo que habían encontrado una gema rara.



En el fondo, Will nunca se había ido por completo. Aunque su conciencia adolescente se había fusionado y transformado en la de Barbara, subsistía en ella una chispa inefable, un eco de su ser original que se manifestaba de maneras sutiles. Cuando posaba frente a la cámara, especialmente en poses que requerían un toque de audacia o una expresión de poder, un ligero rastro de su masculinidad original afloraba a la superficie. Era una fuerza casi imperceptible, una confianza sin complejos que se traducía en una postura más fuerte, una mirada más penetrante o un gesto más osado de lo que la Barbara original habría exhibido. Era la última huella de Will, el chico que había explorado la feminidad y la había hecho suya, transformándose en una Barbara Henderson completa, realizada y, en todos los sentidos, una estrella. El oscuro secreto de las máscaras se había desvanecido en el trasfondo, dejando una vida plena y exitosa, donde la identidad forjada era ahora la única y verdadera.




Epílogo: La Nueva Barbara, Estrella Global y Madre Plena

Cinco años se habían deslizado desde aquel día en que Will, en el cuerpo de Barbara, abrazó su destino y la inminente maternidad. La vida, con su inescrutable sabiduría, había tejido una nueva normalidad para la familia Henderson, una tapicería rica en matices, alegría y un secreto que solo uno conocía. Barbara, la mujer que ahora era Will, se había convertido en la orgullosa y devota madre de dos hermosos hijos: Gavin, ahora un joven de 20 años, un alma madura y perceptiva, consciente de la peculiaridad de su familia y del increíble acto de fe que vivían. Y luego estaba Lara, una hermosa y vivaz niña de 5 años, cuyos ojos brillaban con la inocencia y el amor más puros por sus padres y su hermano mayor. Para Lara, Barbara era simplemente su madre, y Gavin, su amado hermano. La verdad de las máscaras, la increíble odisea de las identidades intercambiadas, era un secreto celosamente guardado en lo más profundo del corazón de Gavin, una carga silenciosa que, con el tiempo y la aceptación, había aprendido a llevar con una madurez sorprendente para su edad.

La vida de la "nueva Barbara" había florecido de una manera que ni la Barbara original ni el Will adolescente habrían podido imaginar. Tal como se lo había prometido a sí misma en aquellos días de náuseas y antojos, recuperó su figura con una rapidez asombrosa después del embarazo de Lara, manteniendo una disciplina férrea que se había arraigado en su nueva identidad. Era una combinación del instinto de autocuidado de Barbara y la voluntad indomable de Will. El destino, con un giro irónico, la esperaba. Un día, mientras paseaba despreocupadamente con la pequeña Lara en el parque, disfrutando del sol y el bullicio infantil, su belleza innata y su impresionante físico llamaron la atención de un cazatalentos que pasaba por allí. El hombre, con años de experiencia en la industria, quedó anonadado al ver a una madre tan joven y radiante, y más aún, al descubrir que tenía un hijo adolescente. La combinación de una figura impecable, una piel luminosa, una gracia natural y la madurez que emanaba de su maternidad, era una fórmula irresistible que el mercado de la moda buscaba desesperadamente para un nicho en crecimiento.

Así, Barbara, cumpliendo el anhelo más secreto y profundo que Will había alimentado en sus fantasías, comenzó una exitosa y vertiginosa carrera como modelo de ropa para mujeres mayores de 30 años. Se deleitaba posando ante las cámaras, sintiendo la tela de los lujosos vestidos y los jeans ajustados acariciar su piel, moviéndose con una sensualidad innata que ya era parte de ella. Esta vez, no era una actuación para sí misma en la intimidad de su habitación, sino para todo el mundo. Sus fotografías adornaban las portadas y las páginas centrales de numerosas revistas de moda de renombre, y su elegancia y carisma eran elogiados en círculos que iban mucho más allá de su vecindario. La "nueva Barbara" no solo era hermosa; exudaba una confianza tranquila y una sofisticación accesible que la hacían increíblemente atractiva.

Incluso le propusieron incursionar en la actuación, una oportunidad que muchos envidiarían. Pero a eso se negó rotundamente. Para Barbara, la mujer que ahora era Will, estar con sus hijos tenía la máxima prioridad. No había negociación en ese punto. Sin embargo, al modelaje no se pudo resistir, pues le permitía explorar y proyectar esa feminidad y sensualidad que tanto había llegado a amar. No obstante, puso condiciones claras e innegociables: sus hijos siempre serían lo primero, sus horarios se ajustarían a las necesidades de Gavin y Lara, y su familia tendría prioridad absoluta sobre cualquier compromiso laboral, por lucrativo que fuera. Sus jefes, reconociendo el valor único y el magnetismo que Barbara aportaba a sus marcas, aceptaron encantados, sabiendo que habían encontrado una gema rara.

En el fondo, Will nunca se había ido por completo. Aunque su conciencia adolescente se había fusionado y transformado en la de Barbara, subsistía en ella una chispa inefable, un eco de su ser original que se manifestaba de maneras sutiles. Cuando posaba frente a la cámara, especialmente en poses que requerían un toque de audacia o una expresión de poder, un ligero rastro de su masculinidad original afloraba a la superficie. Era una fuerza casi imperceptible, una confianza sin complejos que se traducía en una postura más fuerte, una mirada más penetrante o un gesto más osado de lo que la Barbara original habría exhibido. Era la última huella de Will, el chico que había explorado la feminidad y la había hecho suya, transformándose en una Barbara Henderson completa, realizada y, en todos los sentidos, una estrella. El oscuro secreto de las máscaras se había desvanecido en el trasfondo, dejando una vida plena y exitosa, donde la identidad forjada era ahora la única y verdadera.





Segundo Epílogo: El Secreto Revelado, el Amor Perdurado

Otros cinco años se habían sumado al inexorable paso del tiempo, cincelando nuevas capas en la compleja tapicería de la vida de los Henderson. La popularidad de Barbara no había diezmado en lo absoluto. A sus 43 años, seguía siendo un ícono, el centro de miradas y de atención en la vertiginosa industria del modelaje, una figura que irradiaba gracia, elegancia madura y una autenticidad magnética que pocos podían igualar. Pero ese día, la prensa no solo estaba expectante por su deslumbrante presencia; el acontecimiento principal era la boda de su amado hijo. Gavin, ahora un joven de 25 años, se unía en matrimonio con Susan, una mujer tan inteligente como amable, cuyo amor por Gavin era tan profundo como el que Barbara sentía por ambos. El padrino de la boda era Will, quien seguía siendo la versión mejorada de sí mismo sin acordarse de que el fue en algún momento la madre del novio y ahora un hombre responsable y carismático, y a su lado su esposa Rose, ahora una psicóloga infantil de renombre, sería la madrina de la novia. La felicidad de todos era palpable, un aura de alegría y celebración que flotaba en el ambiente, casi tangible.

Pero Barbara, la mujer que era Will, había guardado una promesa en lo más profundo de su corazón desde hacía mucho tiempo. Una promesa que se había hecho a sí misma cuando la fusión de identidades se había vuelto irreversible y cuando el pequeño bebé de Barbara comenzaba a gestarse en su vientre. Había decidido que, en el día de la boda de Gavin, un hito tan significativo en su vida, le revelaría el secreto. Era un acto de amor supremo, un momento de clausura para el doloroso pasado y un regalo de verdad para el hijo que había amado y protegido en dos vidas distintas.

En medio del bullicio de la recepción, con la música vibrando y las risas llenando el aire, Barbara tomó a su hijo de la mano. Con un gesto de su cabeza, lo guio lejos de la multitud, conduciéndolo a un salón apartado y cerrado, un refugio de intimidad en medio del caos festivo. El corazón de Gavin, aunque acelerado por la emoción de su boda, latía con una mezcla de anticipación y un extraño presentimiento. La expresión seria en el rostro de su "madre" le indicó que algo trascendental estaba a punto de suceder.

"Gavin, cariño", comenzó Barbara, su voz suave, cargada con la dulzura innata de la Barbara original y la profunda determinación de Will. Sus ojos, los de Barbara Henderson, brillaban con una honestidad brutal. "Quiero pedirte perdón. Hay algo que debí haberte dicho hace mucho, mucho tiempo." Los ojos de Gavin, ahora los de un hombre maduro, se fijaron en los de su madre, buscando respuestas, preparándose para lo que fuera que viniera.

"La realidad, hijo", confesó Barbara, su voz apenas un susurro que llenó el pequeño espacio, "es que yo soy Will. Nunca me fui. Siempre estuve aquí." Una pausa cargada de una emoción densa, casi palpable, llenó el aire. "Cuando todo esto pasó, y me di cuenta de que tu madre se había perdido, y que yo… yo estaba atrapado en su cuerpo, no quería que sufrieras más de lo necesario. Quería hacerte la vida más fácil. Y por eso, me transformé. Me convertí en tu madre, en Barbara Henderson, al cien por cien, con cada fibra de mi ser, para que no sintieras su ausencia." Las palabras brotaron, una liberación largamente esperada. "Lo que siento por ti, Gavin, es absolutamente auténtico. Cada abrazo que te di, cada consejo, cada momento que hemos compartido como madre e hijo… todo es real. El amor que siento por ti, es el amor de tu madre, porque yo soy ella."



Barbara continuó, revelando la profundidad de su propia y compleja transformación. "Tu madre, la verdadera Barbara, se convirtió en Will. Y yo... yo me he convertido en ella. Soy esta mujer que ves, esta madre que te ama. Pero, aunque soy Barbara Henderson ahora, nunca he olvidado quién fui. El recuerdo de Will vive en mí, como una capa más de mi existencia. Y te confieso esto ahora, en un día tan importante, porque tú lo mereces. Tú, mi valiente hijo, has guardado nuestro secreto por años, has cargado con esta verdad en silencio, sin quejarte, sin dudar. Solo quiero que sepas que, aunque sé que alguna vez fui Will, ahora soy Barbara, tu madre, y te amo mucho, más allá de cualquier cuerpo o identidad."

Gavin escuchó en silencio, una mezcla de asombro y una comprensión profunda pintada en su rostro. Sus ojos, ahora húmedos, nunca se apartaron de los de la mujer frente a él. Cuando Barbara terminó de hablar, una pequeña sonrisa, teñida de melancolía pero también de inmenso alivio, se dibujó en sus labios. "Lo sé, mamá", dijo Gavin, su voz tranquila y llena de una aceptación serena. "Lo sospeché. Hubo momentos, destellos, que me hacían dudar, que me decían que algo no encajaba del todo, pero… decidí no pensar mucho en ello. Era más fácil así, para todos nosotros." Se acercó a ella y la abrazó con una fuerza que transmitía años de amor, respeto y gratitud acumulados. "Gracias por todo, mamá. Gracias por elegirme, por cuidarme, por ser la madre que necesitaba, sin importar quién eras antes." Separando el abrazo, Gavin miró a la mujer frente a él, sus ojos llenos de afecto incondicional, sellando el momento con las palabras que Barbara más anhelaba escuchar. "Realmente te quiero. Gracias, Mamá."



El secreto había sido finalmente revelado, no para causar dolor o confusión, sino para liberar, para forjar un lazo aún más fuerte, forjado en la verdad y el sacrificio. En ese salón apartado, la increíble historia de las máscaras se convirtió en un testamento a la fuerza del amor, la identidad y la aceptación, trascendiendo las barreras del cuerpo y la memoria. Las luces de la boda brillaban afuera, marcando el inicio de una nueva vida para Gavin, pero también el cierre de un capítulo extraordinario y el afianzamiento de una familia que, a pesar de su origen inusual, era más auténtica y profunda que nunca.

FIN

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