LAS MASCARAS QUE COPIAN (Décima y última parte)
Por Alexa Padme (esta es una continuación hecha por mi) Busquen las anterior partes en este Blog)
www. Fatralatg.blogspot.mx
Veo que se cayo el interés, por eso a veces no me gusta hacer historias largas , en fin espero les haya gustado la historia y hasta aquí llegamos
La Promesa a Barbara: Maternidad, Disciplina y la Búsqueda de la Perfección
Femenina
Will, ahora completamente
asentado en el cuerpo de Barbara Henderson, había hecho una promesa solemne a
sí mismo, una que iba más allá de la mera supervivencia de su identidad. Se
comprometió a vivir toda la experiencia de la maternidad, no solo como
una mujer, sino como la encarnación perfecta de Barbara. Esto significaba que
el "switch" a la personalidad de Barbara no se activaría en ningún
momento, ni siquiera para mitigar las molestias o el dolor. El parto, la
cúspide de la experiencia femenina, lo enfrentaría con su propia conciencia de
Will. "Si iba a ser una mujer", pensó, "tenía que
experimentar el paquete completo, sin atajos ni simulaciones." Las náuseas
matutinas, la fatiga abrumadora del primer trimestre, y los antojos más
extraños que su "marido" el señor Henderson, divertido y sorprendido,
trataba de complacer, todo lo soportaría con una determinación férrea,
observando cada cambio en su cuerpo y en su mente con la fascinación de un
científico y la resiliencia de un atleta.
Pero la maternidad, para Will, no
se limitaba a los desafíos fisiológicos. También recordó la promesa implícita
que sentía le había hecho a la anterior dueña de ese cuerpo: que lo cuidaría y
lo mantendría en forma, preservando la belleza que ahora era suya. No iba a
permitir que el embarazo arruinara la figura espectacular que tanto había
llegado a apreciar. La idea de "engordar" o perder la sensualidad que
había descubierto lo aterraba más que los propios mareos.
Así, Will se embarcó en una nueva
fase de su transformación, una que combinaba la curiosidad incansable de su
propia mente con la disciplina innata de Barbara. Horas incontables se dedicaba
a investigar, no solo por curiosidad, sino por un imperativo casi obsesivo. Se
sumergía en YouTube, buscando con fervor tutoriales sobre ejercicios para
embarazadas que fueran seguros pero efectivos, probando cada rutina con la
seriedad de un estudiante aplicado. Navegaba por foros de nutrición, comparando
dietas saludables para gestantes, planificando meticulosamente cada
comida, cada snack, como si fuera una estrategia militar para mantener a raya
los kilos de más. No iba a permitir que su figura se desdibujara. Él, como
Barbara, quería seguir siendo tan sensual, femenina y deseable como la
primera vez que se vio en el espejo, con la minifalda y la blusa escotada.
Había una pregunta que lo había
rondado y que ahora, enfrentando su propia maternidad, se volvía crucial: nunca
se había detenido a pensar cómo la Barbara original se había mantenido tan
espectacular al tener a Gavin, o cómo había recuperado su envidiable cuerpo
después del parto. Ahora, con su propio vientre comenzando a abultarse, Will
estaba decidido a emular y, si era posible, incluso superar ese estándar. Era
una forma de honrar el legado de Barbara, pero también una reafirmación de su
propia identidad: la de una mujer que podía con todo, que abrazaba cada aspecto
de su nueva vida con una pasión inquebrantable, incluso si eso significaba un
arduo trabajo y una disciplina férrea mientras gestaba una vida.
El Compromiso de Barbara: Entre el Mimo Conyugal y la Voluntad de Hierro
El embarazo de Barbara se había
convertido en el epicentro de la atención en el hogar Henderson, transformando
la dinámica familiar en un ballet de cuidados y mimos. El señor Henderson, su
"marido", estaba en un estado de éxtasis, desbordando una ternura y
una preocupación que Will, en el cuerpo de Barbara, había llegado a apreciar
genuinamente. La colmaba de atenciones, desde prepararle tés especiales para
los mareos matutinos hasta masajearle los pies hinchados al final del día. Los
antojos, antes una fuente de diversión para Will, se habían vuelto una misión
para el señor Henderson, quien buscaba incansablemente los más extraños
caprichos gastronómicos, desde pepinillos con helado de vainilla hasta sardinas
con chocolate. Cada gesto de su marido era una confirmación de la nueva y
profunda conexión que habían forjado, una intimidad que superaba la mera
atracción física y se adentraba en los lazos de la devoción.
Gavin, por su parte, aunque aún
procesaba la singularidad de tener a su mejor amigo gestando a su futuro
hermano, también se sumó a la ola de cuidados. Vigilaba a "su madre"
con una mezcla de afecto filial y la preocupación tácita de un amigo que velaba
por el cuerpo de otro. Le ofrecía ayuda con las tareas, la acompañaba a sus
citas médicas y, a menudo, la encontraba recostada en el sofá con una manta,
observando con una mezcla de asombro y admiración la transformación que el
embarazo operaba en el cuerpo de La Nueva Barbara.
Sin embargo, en medio de esta
burbuja de atenciones, la "nueva Barbara" mantenía una disciplina
férrea. Tanto su marido como Gavin le aconsejaban que no exagerara con el
ejercicio, preocupados por su salud y la del bebé. "Barbie, tómalo con
calma", decía el señor Henderson, "puedes darte un respiro, no tienes
que ser tan estricta". Gavin, por su lado, le insistía en que se
permitiera algún capricho culinario sin culpas. Pero Will, en el cuerpo de
Barbara, se mantenía firme en su promesa. Su visión de la feminidad de
Barbara era inquebrantable. Se negaba a que la gestación opacara la figura que
tanto había llegado a apreciar y a la que se había aferrado como ancla de su
nueva identidad.
En su mente, la imagen de sí
misma, espléndida y sensual, bailaba constantemente. Se visualizaba de nuevo en
sus minifaldas ajustadas, sintiendo la tela acariciar sus muslos.
Anhelaba volver a enfundarse en sus vestidos escotados que tan bien
realzaban su figura, el brillo de sus bolsos de diseño colgados del
hombro, y la comodidad ajustada de sus jeans ceñidos. Incluso sus prendas
íntimas de encaje, guardadas en un cajón, eran un recordatorio de la
sensualidad que estaba decidida a recuperar. Y lo más importante para ella, sus
amadas zapatillas, zapatos y botas de tacón, que ahora reposaban
arrumbadas en el armario, reemplazadas por prácticos pero aburridos zapatos
planos de maternidad.
En el presente, se conformaba con
la comodidad necesaria para su estado: vestidos holgados que ocultaban el
creciente vientre y los funcionales brasieres de maternidad. Pero su futuro ya
estaba meticulosamente planeado. Con una previsión casi obsesiva, y sin que
nadie lo supiera, ya había comprado una colección de fajas de abdomen de
postparto de las mejores marcas, dispuestas en el cajón de la lencería,
listas para ser usadas con la determinación de un soldado que se prepara para
la batalla. La maternidad sería una experiencia completa y profunda, sí, pero
la sensualidad y la feminidad icónica de Barbara Henderson no se negociarían.
Will estaba decidido a demostrar que podía ser una madre devota y, al mismo
tiempo, la encarnación perfecta de la belleza y el estilo de Barbara, una
promesa que se había convertido en su obsesión más gratificante.
La Fusión Final: El Amanecer de Barbara Henderson
Will, en el cuerpo de Barbara,
había cruzado el umbral final de su transformación de una manera tan gradual
que apenas fue perceptible, ni siquiera para él. La promesa de vivir la
maternidad "completa", de no ceder ante la tentación del "switch",
había sido el catalizador que disolvió la última barrera, la última fibra que
lo conectaba a su ser original. Se había olvidado de ser el Will adolescente;
el nombre, los recuerdos de su antigua vida, todo se sentía ahora como un sueño
ajeno, una historia lejana contada por otro. Cada día que pasaba, cada patada
del bebé en su vientre, cada conversación con el señor Henderson o con Gavin,
lo anclaba más y más profundamente en la identidad de Barbara.
La diferencia, y lo que hacía su
caso tan singular en comparación con la total desaparición de Barbara en el
cuerpo de Will, era que ella (la nueva Barbara) aún poseía un eco
persistente de que alguna vez había sido Will. Este recuerdo, sin embargo,
no era un ancla que la arrastrara de vuelta a su antigua vida, ni un lamento
por lo perdido. Era, más bien, una capa de experiencia enriquecedora, un matiz
sutil que dotaba a su nueva personalidad de una profundidad y una perspectiva
únicas. La impulsividad de Will había sido reemplazada por la mesura y la
paciencia de una mujer adulta; la despreocupación adolescente había mutado en
la más profunda responsabilidad maternal.
Aunque todavía se sorprendía a sí
misma fantaseando con la posibilidad de modelar las prendas más sensuales de su
guardarropa o de ser el centro de todas las miradas femeninas por su figura
envidiable, este era, quizás, el único rastro tangible del antiguo Will. Era un
vestigio de su vanidad juvenil masculina, ahora transmutado en la sofisticación
y el gusto impecable por la moda de Barbara, una mujer que siempre había sabido
cómo destacar. Pero incluso esa vanidad estaba subordinada a su propósito
principal. Ella, la nueva Barbara, ahora era sumamente responsable y pensaba
constantemente en su futuro como madre.
El embarazo había cimentado su
identidad de una manera irreversible. Cada punzada, cada náusea, cada antojo,
cada ecografía en la que veía crecer a ese pequeño ser dentro de sí, la ligaba
más profundamente a la mujer que se había convertido. Will no existía más. Su
conciencia se había fundido por completo con la de Barbara Henderson. Ella era
la mujer, la esposa devota, y pronto, la madre, que el destino, de la manera
más insospechada y extraña, había querido que fuera. La promesa de las máscaras
se había cumplido de una forma retorcida e inalterable: la vida de Barbara era
ahora la única realidad de Will.
Epílogo: La Nueva Barbara, Estrella Global y Madre Plena
Cinco años se habían deslizado
desde aquel día en que Will, en el cuerpo de Barbara, abrazó su destino y la
inminente maternidad. La vida, con su inescrutable sabiduría, había tejido una
nueva normalidad para la familia Henderson, una tapicería rica en matices,
alegría y un secreto que solo uno conocía. Barbara, la mujer que ahora era
Will, se había convertido en la orgullosa y devota madre de dos hermosos hijos:
Gavin, ahora un joven de 20 años, un alma madura y perceptiva,
consciente de la peculiaridad de su familia y del increíble acto de fe que
vivían. Y luego estaba Lara, una hermosa y vivaz niña de 5 años, cuyos
ojos brillaban con la inocencia y el amor más puros por sus padres y su hermano
mayor. Para Lara, Barbara era simplemente su madre, y Gavin, su amado hermano.
La verdad de las máscaras, la increíble odisea de las identidades
intercambiadas, era un secreto celosamente guardado en lo más profundo del
corazón de Gavin, una carga silenciosa que, con el tiempo y la aceptación,
había aprendido a llevar con una madurez sorprendente para su edad.
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Así, Barbara, cumpliendo el
anhelo más secreto y profundo que Will había alimentado en sus fantasías,
comenzó una exitosa y vertiginosa carrera como modelo de ropa para mujeres
mayores de 30 años. Se deleitaba posando ante las cámaras, sintiendo la
tela de los lujosos vestidos y los jeans ajustados acariciar su piel,
moviéndose con una sensualidad innata que ya era parte de ella. Esta vez, no
era una actuación para sí misma en la intimidad de su habitación, sino para
todo el mundo. Sus fotografías adornaban las portadas y las páginas
centrales de numerosas revistas de moda de renombre, y su elegancia y
carisma eran elogiados en círculos que iban mucho más allá de su vecindario. La
"nueva Barbara" no solo era hermosa; exudaba una confianza tranquila
y una sofisticación accesible que la hacían increíblemente atractiva.
Incluso le propusieron
incursionar en la actuación, una oportunidad que muchos envidiarían. Pero a eso
se negó rotundamente. Para Barbara, la mujer que ahora era Will, estar con
sus hijos tenía la máxima prioridad. No había negociación en ese punto. Sin
embargo, al modelaje no se pudo resistir, pues le permitía explorar y proyectar
esa feminidad y sensualidad que tanto había llegado a amar. No obstante, puso
condiciones claras e innegociables: sus hijos siempre serían lo primero,
sus horarios se ajustarían a las necesidades de Gavin y Lara, y su familia
tendría prioridad absoluta sobre cualquier compromiso laboral, por lucrativo
que fuera. Sus jefes, reconociendo el valor único y el magnetismo que Barbara
aportaba a sus marcas, aceptaron encantados, sabiendo que habían encontrado una
gema rara.
En el fondo, Will nunca se
había ido por completo. Aunque su conciencia adolescente se había fusionado
y transformado en la de Barbara, subsistía en ella una chispa inefable, un eco
de su ser original que se manifestaba de maneras sutiles. Cuando posaba frente
a la cámara, especialmente en poses que requerían un toque de audacia o una
expresión de poder, un ligero rastro de su masculinidad original afloraba a
la superficie. Era una fuerza casi imperceptible, una confianza sin
complejos que se traducía en una postura más fuerte, una mirada más penetrante
o un gesto más osado de lo que la Barbara original habría exhibido. Era la
última huella de Will, el chico que había explorado la feminidad y la había
hecho suya, transformándose en una Barbara Henderson completa, realizada y, en
todos los sentidos, una estrella. El oscuro secreto de las máscaras se había
desvanecido en el trasfondo, dejando una vida plena y exitosa, donde la
identidad forjada era ahora la única y verdadera.
Epílogo: La Nueva Barbara, Estrella Global y Madre Plena
Cinco años se habían deslizado
desde aquel día en que Will, en el cuerpo de Barbara, abrazó su destino y la
inminente maternidad. La vida, con su inescrutable sabiduría, había tejido una
nueva normalidad para la familia Henderson, una tapicería rica en matices,
alegría y un secreto que solo uno conocía. Barbara, la mujer que ahora era
Will, se había convertido en la orgullosa y devota madre de dos hermosos hijos:
Gavin, ahora un joven de 20 años, un alma madura y perceptiva,
consciente de la peculiaridad de su familia y del increíble acto de fe que
vivían. Y luego estaba Lara, una hermosa y vivaz niña de 5 años, cuyos
ojos brillaban con la inocencia y el amor más puros por sus padres y su hermano
mayor. Para Lara, Barbara era simplemente su madre, y Gavin, su amado hermano.
La verdad de las máscaras, la increíble odisea de las identidades
intercambiadas, era un secreto celosamente guardado en lo más profundo del
corazón de Gavin, una carga silenciosa que, con el tiempo y la aceptación,
había aprendido a llevar con una madurez sorprendente para su edad.
La vida de la "nueva
Barbara" había florecido de una manera que ni la Barbara original ni el
Will adolescente habrían podido imaginar. Tal como se lo había prometido a sí
misma en aquellos días de náuseas y antojos, recuperó su figura con una rapidez
asombrosa después del embarazo de Lara, manteniendo una disciplina férrea que
se había arraigado en su nueva identidad. Era una combinación del instinto de
autocuidado de Barbara y la voluntad indomable de Will. El destino, con un giro
irónico, la esperaba. Un día, mientras paseaba despreocupadamente con la
pequeña Lara en el parque, disfrutando del sol y el bullicio infantil, su
belleza innata y su impresionante físico llamaron la atención de un cazatalentos
que pasaba por allí. El hombre, con años de experiencia en la industria, quedó anonadado
al ver a una madre tan joven y radiante, y más aún, al descubrir que tenía un
hijo adolescente. La combinación de una figura impecable, una piel luminosa,
una gracia natural y la madurez que emanaba de su maternidad, era una fórmula
irresistible que el mercado de la moda buscaba desesperadamente para un nicho
en crecimiento.
Así, Barbara, cumpliendo el
anhelo más secreto y profundo que Will había alimentado en sus fantasías,
comenzó una exitosa y vertiginosa carrera como modelo de ropa para mujeres
mayores de 30 años. Se deleitaba posando ante las cámaras, sintiendo la
tela de los lujosos vestidos y los jeans ajustados acariciar su piel,
moviéndose con una sensualidad innata que ya era parte de ella. Esta vez, no
era una actuación para sí misma en la intimidad de su habitación, sino para
todo el mundo. Sus fotografías adornaban las portadas y las páginas
centrales de numerosas revistas de moda de renombre, y su elegancia y
carisma eran elogiados en círculos que iban mucho más allá de su vecindario. La
"nueva Barbara" no solo era hermosa; exudaba una confianza tranquila
y una sofisticación accesible que la hacían increíblemente atractiva.
Incluso le propusieron
incursionar en la actuación, una oportunidad que muchos envidiarían. Pero a eso
se negó rotundamente. Para Barbara, la mujer que ahora era Will, estar con
sus hijos tenía la máxima prioridad. No había negociación en ese punto. Sin
embargo, al modelaje no se pudo resistir, pues le permitía explorar y proyectar
esa feminidad y sensualidad que tanto había llegado a amar. No obstante, puso
condiciones claras e innegociables: sus hijos siempre serían lo primero,
sus horarios se ajustarían a las necesidades de Gavin y Lara, y su familia
tendría prioridad absoluta sobre cualquier compromiso laboral, por lucrativo
que fuera. Sus jefes, reconociendo el valor único y el magnetismo que Barbara
aportaba a sus marcas, aceptaron encantados, sabiendo que habían encontrado una
gema rara.
En el fondo, Will nunca se
había ido por completo. Aunque su conciencia adolescente se había fusionado
y transformado en la de Barbara, subsistía en ella una chispa inefable, un eco
de su ser original que se manifestaba de maneras sutiles. Cuando posaba frente
a la cámara, especialmente en poses que requerían un toque de audacia o una
expresión de poder, un ligero rastro de su masculinidad original afloraba a
la superficie. Era una fuerza casi imperceptible, una confianza sin
complejos que se traducía en una postura más fuerte, una mirada más penetrante
o un gesto más osado de lo que la Barbara original habría exhibido. Era la
última huella de Will, el chico que había explorado la feminidad y la había
hecho suya, transformándose en una Barbara Henderson completa, realizada y, en
todos los sentidos, una estrella. El oscuro secreto de las máscaras se había
desvanecido en el trasfondo, dejando una vida plena y exitosa, donde la
identidad forjada era ahora la única y verdadera.
Segundo Epílogo: El Secreto Revelado, el Amor Perdurado
Otros cinco años se habían sumado
al inexorable paso del tiempo, cincelando nuevas capas en la compleja tapicería
de la vida de los Henderson. La popularidad de Barbara no había diezmado en lo
absoluto. A sus 43 años, seguía siendo un ícono, el centro de miradas y de
atención en la vertiginosa industria del modelaje, una figura que irradiaba
gracia, elegancia madura y una autenticidad magnética que pocos podían igualar.
Pero ese día, la prensa no solo estaba expectante por su deslumbrante
presencia; el acontecimiento principal era la boda de su amado hijo. Gavin,
ahora un joven de 25 años, se unía en matrimonio con Susan, una mujer tan
inteligente como amable, cuyo amor por Gavin era tan profundo como el que
Barbara sentía por ambos. El padrino de la boda era Will, quien seguía siendo
la versión mejorada de sí mismo sin acordarse de que el fue en algún momento la
madre del novio y ahora un hombre responsable y carismático, y a su lado su
esposa Rose, ahora una psicóloga infantil de renombre, sería la madrina de la
novia. La felicidad de todos era palpable, un aura de alegría y celebración que
flotaba en el ambiente, casi tangible.
Pero Barbara, la mujer que era
Will, había guardado una promesa en lo más profundo de su corazón desde hacía
mucho tiempo. Una promesa que se había hecho a sí misma cuando la fusión de
identidades se había vuelto irreversible y cuando el pequeño bebé de Barbara
comenzaba a gestarse en su vientre. Había decidido que, en el día de la boda de
Gavin, un hito tan significativo en su vida, le revelaría el secreto. Era un
acto de amor supremo, un momento de clausura para el doloroso pasado y un
regalo de verdad para el hijo que había amado y protegido en dos vidas
distintas.
En medio del bullicio de la
recepción, con la música vibrando y las risas llenando el aire, Barbara tomó a
su hijo de la mano. Con un gesto de su cabeza, lo guio lejos de la multitud,
conduciéndolo a un salón apartado y cerrado, un refugio de intimidad en medio
del caos festivo. El corazón de Gavin, aunque acelerado por la emoción de su
boda, latía con una mezcla de anticipación y un extraño presentimiento. La
expresión seria en el rostro de su "madre" le indicó que algo
trascendental estaba a punto de suceder.
"Gavin, cariño",
comenzó Barbara, su voz suave, cargada con la dulzura innata de la Barbara
original y la profunda determinación de Will. Sus ojos, los de Barbara
Henderson, brillaban con una honestidad brutal. "Quiero pedirte perdón.
Hay algo que debí haberte dicho hace mucho, mucho tiempo." Los ojos de
Gavin, ahora los de un hombre maduro, se fijaron en los de su madre, buscando
respuestas, preparándose para lo que fuera que viniera.
"La realidad, hijo",
confesó Barbara, su voz apenas un susurro que llenó el pequeño espacio,
"es que yo soy Will. Nunca me fui. Siempre estuve aquí." Una
pausa cargada de una emoción densa, casi palpable, llenó el aire. "Cuando
todo esto pasó, y me di cuenta de que tu madre se había perdido, y que yo… yo
estaba atrapado en su cuerpo, no quería que sufrieras más de lo necesario.
Quería hacerte la vida más fácil. Y por eso, me transformé. Me convertí en tu
madre, en Barbara Henderson, al cien por cien, con cada fibra de mi ser, para
que no sintieras su ausencia." Las palabras brotaron, una liberación
largamente esperada. "Lo que siento por ti, Gavin, es absolutamente
auténtico. Cada abrazo que te di, cada consejo, cada momento que hemos
compartido como madre e hijo… todo es real. El amor que siento por ti, es el
amor de tu madre, porque yo soy ella."
Barbara continuó, revelando la
profundidad de su propia y compleja transformación. "Tu madre, la
verdadera Barbara, se convirtió en Will. Y yo... yo me he convertido en ella.
Soy esta mujer que ves, esta madre que te ama. Pero, aunque soy Barbara Henderson
ahora, nunca he olvidado quién fui. El recuerdo de Will vive en mí, como
una capa más de mi existencia. Y te confieso esto ahora, en un día tan
importante, porque tú lo mereces. Tú, mi valiente hijo, has guardado nuestro
secreto por años, has cargado con esta verdad en silencio, sin quejarte, sin
dudar. Solo quiero que sepas que, aunque sé que alguna vez fui Will, ahora soy
Barbara, tu madre, y te amo mucho, más allá de cualquier cuerpo o identidad."
Gavin escuchó en silencio, una
mezcla de asombro y una comprensión profunda pintada en su rostro. Sus ojos,
ahora húmedos, nunca se apartaron de los de la mujer frente a él. Cuando
Barbara terminó de hablar, una pequeña sonrisa, teñida de melancolía pero
también de inmenso alivio, se dibujó en sus labios. "Lo sé, mamá",
dijo Gavin, su voz tranquila y llena de una aceptación serena. "Lo
sospeché. Hubo momentos, destellos, que me hacían dudar, que me decían que algo
no encajaba del todo, pero… decidí no pensar mucho en ello. Era más fácil así,
para todos nosotros." Se acercó a ella y la abrazó con una fuerza que
transmitía años de amor, respeto y gratitud acumulados. "Gracias por todo,
mamá. Gracias por elegirme, por cuidarme, por ser la madre que necesitaba, sin
importar quién eras antes." Separando el abrazo, Gavin miró a la mujer
frente a él, sus ojos llenos de afecto incondicional, sellando el momento con
las palabras que Barbara más anhelaba escuchar. "Realmente te quiero.
Gracias, Mamá."
El secreto había sido finalmente
revelado, no para causar dolor o confusión, sino para liberar, para forjar un
lazo aún más fuerte, forjado en la verdad y el sacrificio. En ese salón
apartado, la increíble historia de las máscaras se convirtió en un testamento a
la fuerza del amor, la identidad y la aceptación, trascendiendo las barreras
del cuerpo y la memoria. Las luces de la boda brillaban afuera, marcando el
inicio de una nueva vida para Gavin, pero también el cierre de un capítulo
extraordinario y el afianzamiento de una familia que, a pesar de su origen
inusual, era más auténtica y profunda que nunca.
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