Juan y Pedro, dos amigos inseparables de dieciséis años, salían del colegio, el bullicio de los pasillos desvaneciéndose tras ellos. Para ellos, la verdadera aventura comenzaba justo al cruzar el umbral de la escuela. Adoraban pasear sin rumbo fijo por las calles de la ciudad de México, siempre encontrando algo nuevo que capturara su atención o que les provocara una risa.
El sol de la tarde se filtraba entre los edificios, proyectando largas sombras sobre la acera. Juan, un poco más observador que su compañero, entrecerró los ojos. "Oye, Pedro, ¿ves eso allá a lo lejos?", preguntó, señalando con la cabeza hacia una intersección más adelante.
Pedro siguió su mirada. Sobre el asfalto, cerca de un semáforo, se distinguía una silueta inusual. "Parece... una cámara", respondió Pedro, con un ligero matiz de curiosidad en su voz.
Ambos se miraron, una chispa de interés encendiéndose en sus ojos adolescentes. Una cámara abandonada en plena calle no era algo que se viera todos los días. Aún no lo sabían, pero ese pequeño objeto, aparentemente inofensivo, era el punto de partida de una aventura que cambiaría sus vidas de una manera que jamás podrían haber imaginado. Con cada paso que daban hacia ella, el destino tejía un hilo invisible, preparándolos para lo mágico y lo inesperado que estaba por venir.
Mientras Juan y Pedro se acercaban a la intersección, la figura de la cámara se hacía más nítida. Ya no era solo un punto en la distancia, sino una cámara de aspecto antiguo, montada sobre un trípode de madera y metal, extrañamente colocada en la orilla de la acera, como si alguien la hubiera dejado allí a propósito para un propósito desconocido. No era el tipo de cámara digital moderna que solían ver, sino una de esas cámaras de fuelle, de las que solo conocían por películas o museos.
"¿Quién dejaría una cámara así en la calle?", murmuró Pedro, la curiosidad superando cualquier atisbo de cautela.
Juan, con los ojos fijos en el aparato, añadió: "Y sobre un trípode... es como si estuviera esperando a alguien. O a algo".
La intriga crecía con cada paso. La escena era peculiar: los edificios modernos de la Ciudad de México contrastaban con la cámara anacrónica. No había nadie cerca, ni un alma que pareciera haberla olvidado o estar usándola. El semáforo cambió a verde, los coches pasaron con indiferencia, pero para Juan y Pedro, el mundo se había reducido a ellos y a la extraña cámara en el cruce. Sentían una extraña punzada de emoción, la sensación de estar a punto de descubrir algo extraordinario, algo que definitivamente no era parte de su rutina habitual. La aventura que habían anhelado, sin saberlo, los estaba esperando justo allí.
Juan y Pedro se quedaron un momento en silencio, sus miradas viajando del letrero a la cámara, y de la cámara al letrero. La incongruencia de la escena era palpable. ¿Una cámara antigua de trípode, perfectamente alineada para fotografiar un cartel de "El Nuevo Tú" con el rostro recortado, en medio de una concurrida esquina de la Ciudad de México?
"Esto es muy raro, Juan", dijo Pedro finalmente, su voz un poco más baja. Se acercó un poco más al trípode, como si la cercanía pudiera descifrar el misterio. La cámara era de un modelo de fuelle, de esas que usaban placas fotográficas. Estaba inmaculada, casi brillante, como si acabara de salir de una tienda.
Juan, siempre un poco más impulsivo, se dirigió al letrero. "Pero, ¿por qué "El Nuevo Tú"? Y ¿por qué le falta la cara a la chica?". Su dedo se acercó al hueco ovalado donde debería estar el rostro de la estudiante. La imagen de la chica, a pesar de no tener cara, transmitía una energía contagiosa, como si invitara a cualquiera a completar su identidad.
Una idea, audaz y un poco descabellada, empezó a formarse en la mente de Juan. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Miró a Pedro, que seguía absorto en la cámara.
"Pedro", dijo Juan, con un tono que denotaba que algo divertido se le había ocurrido. "Ven aquí. Creo que sé qué tenemos que hacer".
Juan se acercó al letrero, con esa chispa de travesura en sus ojos. "Mira, Pedro, es como esos stands de fotos que ves en Chapultepec o en las ferias. Pones tu cabeza en el agujero y sales con otro cuerpo, ¿sabes?". Recordó haberlos visto en alguna de sus tantas exploraciones por la ciudad. La idea de simular ser la chica del cartel le pareció divertida.
Pedro se unió a él, aún un poco escéptico. "Sí, ya sé cuáles dices. ¿Pero aquí? Y no hay nadie, ni siquiera un bote para poner monedas. ¿Quién va a tomar la foto?". Su mirada escaneó el entorno, buscando alguna explicación, algún dueño, pero las calles seguían su ritmo indiferente.
Juan se encogió de hombros, con la confianza que le daba su espíritu aventurero. "Pues, ¿qué perdemos con intentar? Es gratis. Y mira la cámara... está apuntando justo aquí". Se acercó al cartel y, con una mezcla de curiosidad y un toque de burla, asomó su cabeza por el hueco ovalado, alineando su propio rostro con el cuerpo de la estudiante sonriente.
En el momento en que la cara de Juan apareció en el cartel, una luz brillante, casi imperceptible al principio, parpadeó desde el objetivo de la cámara. Fue tan rápido que Pedro, aunque lo notó, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Un suave clic se escuchó, no el sonido mecánico y metálico de una cámara de fotos común, sino algo más etéreo, como el chasquido de un interruptor invisible.
Juan, aún con su cara en el agujero, parpadeó. Sintió una extraña sensación, como un cosquilleo recorriendo su cuerpo, pero lo atribuyó a la emoción del momento o a su propia imaginación.
Pero cuando se retiró del cartel, algo no estaba bien. Pedro lo miró, sus ojos abriéndose de par en par, su mandíbula cayendo levemente. No era Juan quien se había apartado del letrero. Delante de Pedro, con el uniforme de colegiala idéntico al del cartel y el cabello rojo vibrante que antes era castaño, estaba... ¡una chica! Una chica que, con una mezcla de confusión y asombro, se miraba las manos, el uniforme, ¡y el nuevo cuerpo que tenía!
La voz de Pedro salió en un susurro apenas audible, cargada de incredulidad: "¿J-Juan?".
La chica parpadeó, llevó una mano a su cabello, y luego a su pecho. Sus ojos, los mismos ojos verdes de Juan, se encontraron con los de Pedro, reflejando un terror y una sorpresa absolutas. Un grito ahogado escapó de sus nuevos labios. "¡¿Qué... qué me pasó?!"
La ahora chica, con el cabello rojo como el fuego y el uniforme de colegiala idéntico al del cartel, se llevó una mano a la frente, como si intentara asimilar la realidad que la golpeaba. Sus ojos verdes, que antes eran los de Juan, estaban llenos de una mezcla de confusión y pánico. Se sentía... extraña. Todo su cuerpo, su ropa, su cabello, su voz, era diferente. Una oleada de sensaciones nuevas la invadió.
Pedro, aún con la boca abierta, no salía de su asombro. La escena era demasiado surrealista para su joven mente. "¿Juan? ¿Eres tú? O... ¿tú quién eres?", balbuceó, su voz apenas un hilo. Se frotó los ojos, pensando que quizás estaba soñando o que el cansancio del día le estaba jugando una mala pasada.
La chica lo miró con exasperación, aunque su voz sonó más aguda y femenina de lo que estaba acostumbrado. "¡Tarado! ¡Claro que soy yo, Juan!", exclamó, el eco de su nueva voz resonando en sus propios oídos. Se tocó el cabello rojo y luego el uniforme y su falda, una expresión de absoluto horror cruzando su rostro. "Pero... ¡me siento extraño! ¡Mira esto, Pedro! ¡Mira lo que me pasó!"
Sus palabras, pronunciadas con la familiar indignación de Juan, disiparon cualquier duda que Pedro pudiera haber tenido. No había error: su amigo, su compañero de aventuras, se había transformado en la chica del cartel. La cámara mágica no solo tomaba fotos, ¡sino que te convertía en la persona de la imagen! El aire de la Ciudad de México de repente se sintió cargado de una magia inexplicable y aterradora. La aventura que habían imaginado se había vuelto mucho más real y extraordinaria de lo que jamás habrían creído posible.
"Juan" estaba en shock. Se miró las manos, sus nuevos brazos, la corbata a cuadros, su falda gris, chaleco azul y la blusa blanca, con los puños apretados en una mezcla de frustración y desesperación. Su mente adolescente, acostumbrada a la rutina de la escuela y las bromas con Pedro, no lograba procesar la magnitud de lo que acababa de ocurrir. ¿Un chico de dieciséis años, transformado en una colegiala y mayor que ellos? Era una pesadilla sacada de una película de ciencia ficción.
"No, no, no, ¡esto no puede estar pasando!", exclamó, su nueva voz temblorosa. Se sentía atrapado en un cuerpo que no era suyo, con una identidad que le era ajena. La vergüenza y el pánico empezaron a apoderarse de él. "¿Qué voy a hacer, Pedro? ¡Mis padres! ¡La escuela! ¡Mi vida! ¡Esto es una locura!"
Pedro, por su parte, seguía inmóvil junto al trípode, con los ojos fijos en su amigo transformado. El asombro le había robado las palabras, pero la realidad de la situación comenzaba a calar. Su mejor amigo estaba ahora parado frente a él como una chica. Se rascó la nuca, completamente superado por los acontecimientos.
Juan, incapaz de quedarse quieto, comenzó a caminar de un lado a otro por la acera, con la esperanza de que la acción lo ayudara a pensar. Sus ojos escanearon la calle, buscando a alguien, a un encargado de la cámara, a un transeúnte que pudiera explicar lo inexplicable. "¡Tiene que haber alguien! ¡Alguien que sepa qué es esto! ¡Alguien que pueda... deshacerlo!", balbuceaba, con la voz ahogada por la desesperación.
Mientras Juan y Pedro estaban inmersos en su dramática revelación y búsqueda de soluciones, un nuevo elemento se introdujo en la escena, completamente ajeno a su crisis. Por detrás de ellos, sin ser vista ni por el transformado Juan ni por el aturdido Pedro, una pequeña niña de unos diez años, con un vestido oscuro y el cabello recogido en una coleta, caminaba despreocupadamente. Sus ojos curiosos se fijaron en la cámara antigua, que aún permanecía apuntando al cartel de "El Nuevo Tú". Atraída por el brillo de la lente o la novedad del aparato, la niña se acercaba con paso lento pero decidido, dirigiéndose directamente hacia el misterioso objeto que había desencadenado el caos en la vida de Juan. La amenaza de una nueva transformación se cernía en el aire, completamente desapercibida.
Juan estaba, como un buen adolescente, absolutamente impávido ante la magnitud de la situación, su mente oscilando entre el pánico y una curiosidad innegable. La extrañeza de su nueva voz y la ligereza de la falda que ahora vestía eran tan desconcertantes como fascinantes. Llevó una mano a su nuevo cabello rojizo, luego la deslizó por sus hombros, explorando con asombro las nuevas proporciones de su cuerpo, sus pechos, su cadera, su cintura y finalmente vio que lo que debería estar entre sus piernas ya no estaba. Se sentía... diferente, en cada fibra de su ser, y a pesar del terror de la situación, una pequeña parte de él no podía evitar el impulso de explorar esta inesperada transformación.
Pedro, al verlo tan absorto en sí mismo, o más bien, en su "nueva ella", trató de sacudirlo de su estupor. "¡Juan! ¡No es momento para eso! ¡Tenemos que hacer algo! ¡Alguien nos va a ver!" Su voz sonaba desesperada, el pánico comenzando a invadirlo también.
Pero mientras Juan estaba distraído con su propia metamorfosis y Pedro intentaba procesar el caos, una pequeña sombra se movía sigilosamente detrás de ellos. La niña, con sus ojos brillantes y una curiosidad infantil, había llegado hasta el trípode. La cámara y el letrero con el hueco para la cara eran demasiado tentadores. Sin dudarlo, encontró una pequeña caja de madera abandonada cerca y la arrastró hasta el cartel. Con un poco de esfuerzo, se subió a ella, ajustándose la altura para que su pequeña cara quedara justo a la altura del orificio recortado.
Juan y Pedro seguían discutiendo en susurros, completamente ajenos a la amenaza inminente que se cernía a sus espaldas. La niña, ajena a cualquier peligro, sonrió tímidamente, lista para tomar "su" foto, sin saber que estaba a punto de activar la misma magia que había atrapado a Juan.
La niña, con su inocencia, ya se había subido a la caja y había asomado su carita curiosa por el hueco del cartel, lista para su foto imaginaria. Justo en ese instante, un destello de luz emanó de la cámara, acompañado por el mismo clic etéreo que había transformado a Juan.
Juan, aún lidiando con la extraña sensación de su nuevo cuerpo, no había tenido tiempo de reaccionar del todo cuando Pedro soltó un grito de asombro. "¡Juan, mira el cartel! ¡La imagen ha cambiado!"
Un segundo destello más intenso que el anterior brotó de la cámara, seguido de un click más fuerte, casi como un trueno diminuto. Una onda de energía pareció envolver el área. Pedro, que miraba con horror, parpadeó. Cuando la luz se disipó y Juan se separó del cartel, no fue la misma chica con cabello rojo la que emergió. En su lugar, de pie ante Pedro, con un vestido oscuro y el cabello recogido en una cola de Caballo, estaba... ¡una niña pequeña de unos diez años!
La niña, con los mismos ojos azules, se miró las manos diminutas, luego su vestido. Lanzó un pequeño grito agudo y luego, con la voz clara y femenina de una niña, exclamó: "¡¿Qué?! ¡¿Ahora soy una niña?! ¡¿Pero qué está pasando aquí?!"
Pedro, estupefacto, vio cómo su amigo había pasado de ser un chico a una chica adolescente, y ahora a una niña. La situación había escalado de lo extraño a lo completamente absurdo. La cámara mágica no solo transformaba, ¡sino que lo hacía en cadena, usando las imágenes del último "disparado"!
La pequeña, con el vestido oscuro y la cola de caballo, estaba completamente estupefacta. Se miraba las manitas, el cuerpo diminuto, y el vestido. Un grito de frustración y desconcierto se escapó de sus labios. "¡Pedro! ¡Mira esto! ¡Ahora soy... una niña de verdad! ¡¿Pero qué significa esto?!" La voz aguda resonaba con la desesperación de un adolescente atrapado en el cuerpo de una pequeña.
Pedro, que había sido testigo de la doble transformación en cuestión de minutos, no cabía en sí de asombro. Su boca estaba ligeramente abierta y señalaba el letrero con incredulidad. No sabía qué decir, cómo reaccionar. Era una situación que desafiaba toda lógica y explicación. "¿Juan? Pero... ¿cómo...?"
Ambos estaban tan absortos en la inexplicable cadena de transformaciones que no se percataron de la figura que se acercaba por la acera. Era una mujer, de unos 35 años, que venía caminando con paso apresurado y una expresión de preocupación en el rostro. Su mirada se detuvo abruptamente en el cartel y en la pequeña figura de la niña, que ahora era Juan.
"¡Alexa! ¡Mi niña! ¡Aquí estás! ¿Qué haces con esa cámara?", exclamó la mujer, con un tono de alivio mezclado con regaño. ¡Era la madre de la verdadera niña que se había transformado, y ahora Juan estaba en su lugar!
La pequeña se giró al escuchar la voz, y sus ojos se abrieron de par en par al ver a la mujer acercándose. Era una total desconocida, pero claramente la reconocía como "Alexa". El pánico real y abrumador finalmente se instaló. ¿Cómo le explicaría a esta mujer que él no era su hija Alexa, sino un chico de dieciséis años atrapado en el cuerpo de la niña? La aventura había pasado de lo divertido a lo catastrófico en un abrir y cerrar de ojos, y con la llegada de la madre de la niña original, las cosas estaban a punto de volverse aún más complicadas y vergonzosas.
La madre de Alexa, con una mezcla de alivio y ligera molestia por haber encontrado a su hija cerca de un objeto tan extraño, tomó a la pequeña Juan de la mano con firmeza. "¡Alexa, cuántas veces te he dicho que no te alejes así! Vamos, ya es tarde", dijo, comenzando a guiarla en dirección opuesta.
Pero la escena no había pasado desapercibida para todos. Una joven oficinista, vestida con un traje sastre color salomón, caminaba por la acera y había sentido curiosidad al ver la peculiar instalación de la cámara y el cartel. En ese momento, la imagen en el letrero era la de la estudiante con cabello rojo, la forma anterior de Juan. La joven se había detenido a observar, preguntándose qué significaba todo aquello.
Al ver a la madre llevarse a la niña que había estado frente al cartel, la oficinista sintió un impulso repentino. Quizás la niña sabía algo sobre esa extraña cámara. Justo cuando la madre de Alexa se disponía a cruzar la calle, la pequeña Alexa, sintiendo el terror de ser llevada lejos de la única pista para volver a la normalidad, forcejeó con todas sus pequeñas fuerzas. Su agarre en la mano de su "madre" cedió, y con una agilidad sorprendente para su nuevo cuerpo infantil, se soltó y corrió a toda velocidad hacia la cámara y el letrero, donde aún se mostraba la imagen de la estudiante adolescente.
Pedro observaba la escena con los ojos muy abiertos, sin saber si reír, llorar o simplemente desaparecer. La situación era cada vez más caótica y ridícula. Ahora, no solo tenía a su amigo transformado en una niña pequeña, sino que la madre de esa niña estaba confundida y una oficinista curiosa se acercaba al origen de todo el embrollo. El misterio de la cámara mágica de "El Nuevo Tú" se estaba desenvolviendo de una manera completamente impredecible en plena calle de la Ciudad de México.
Ahora convertida en una niña pequeña, Juan corrió con todas sus fuerzas hacia la cámara, sus pequeñas piernas moviéndose lo más rápido que podían. Su mente adolescente estaba llena de desesperación. La oficinista de traje sastre color salmón y tacones a juego se había detenido frente al cartel, completamente absorta en la imagen de la estudiante pelirroja. Parecía estar a punto de hacer lo mismo que él había hecho en un principio: asomar su rostro por el hueco.
Pedro observaba la escena con una mezcla de horror y incredulidad. Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Primero Juan, luego la niña, y ahora esa mujer. ¿Cuántas personas más iban a caer en la trampa de esa extraña cámara?
"¡No! ¡Señorita, no lo haga!", gritó Pedro, tratando de advertir a la oficinista, pero su voz se perdió en el ruido de la calle.
La pequeña Juan llegó justo cuando la mujer estaba inclinándose, con una sonrisa curiosa en el rostro, preparada para convertirse en "su nuevo yo". Con una agilidad sorprendente, la niña se lanzó hacia adelante, agarrándose a una de las piernas de la mujer con ambas manos, tratando de detenerla.
"¡No se meta ahí! ¡Es peligroso!", gritó Juan con su vocecita infantil.
La oficinista de traje salmón, movida por la curiosidad, finalmente había colocado su rostro en el hueco del cartel donde se mostraba la imagen de la estudiante pelirroja. Un destello de luz emanó de la cámara, y al retirarse, su apariencia había cambiado por completo, transformándose en la estudiante con el cabello rojo.
La pequeña Alexa antes Juan, que había sido testigo de esta nueva transformación, sintió el pánico crecer. La imagen en el cartel era ahora la de la estudiante, la forma que él había tenido justo antes de convertirse en niña. Era su oportunidad. Sin dudarlo, empujó la caja de madera hasta colocarla justo frente al agujero del cartel. Con agilidad, se subió y asomó su rostro infantil por el hueco que ahora mostraba el cuerpo de la oficinista con el traje sastre color salmón.
Un nuevo destello de luz brotó de la cámara antigua, seguido por el ya familiar clic mágico. Al retirarse del cartel, la pequeña niña ya no estaba. En su lugar, Pedro observó con incredulidad cómo su amigo, ahora en el cuerpo de la oficinista de traje salmón y tacones a juego, se tambaleaba un poco, ajustándose la falda y mirando sus manos con una expresión de profundo asombro y confusión.
"¡Pedro!", exclamó Juan, con la voz ahora adulta y femenina de la oficinista llamada Betty. "¡¿Qué demonios está pasando?! ¡Ahora soy... soy esta señorita!" Se miró el traje, los tacones, y su rostro reflejó una mezcla de sorpresa y creciente desesperación. Había pasado de chico a chica adolescente, de chica adolescente a niña, y ahora a una oficinista en medio de la calle en la Ciudad de México. La situación era más surrealista y caótica de lo que jamás hubiera podido imaginar. La madre de Alexa observaba la escena con la boca abierta, sin entender nada, mientras su hija, ahora la estudiante pelirroja, miraba a la nueva "Betty" con una expresión entre curiosa y asustada.
Mientras el caos de las transformaciones se desataba, la madre de Alexa, que había dejado a su hija (ahora la estudiante pelirroja) por un segundo, se acercó al letrero con la esperanza de encontrar a la niña que momentos antes había estado correteando. La oficinista, ahora transformada en la estudiante pelirroja, se encontraba de pie, aún lidiando con su nueva apariencia, cuando la madre de Alexa se asomó por detrás del letrero, justo al lado de donde "Betty" (Juan) acababa de salir.
Lo que la madre de Alexa vio la dejó atónita. En lugar de su pequeña hija, una joven con un traje sastre color salmón y el cabello rojo la miraba con una expresión confusa. Era la oficinista que había usado la cámara antes, ahora de pie y visible.
Juan, transformado en la oficinista Betty, estaba en shock. Su cerebro adolescente no podía procesar la secuencia de eventos. Su mirada se encontró con la de la madre de Alexa, que no entendía absolutamente nada. Luego, sus ojos de "Betty" se desviaron hacia abajo, hacia su propio pecho, y una nueva ola de asombro lo invadió. La sensación de esos "nuevos atributos" era innegable, y su expresión de perplejidad se mezcló con una sorpresa casi cómica. ¿Qué demonios le estaba colgando del pecho que era enorme?
La oficinista original, ahora convertida en la estudiante pelirroja, se acercó a Juan/Betty, mirándola con una expresión de desconcierto. "¿Pero qué está pasando aquí?", preguntó la estudiante, con la voz de la oficinista. Ambas estaban igual de confundidas.
Pedro, el único que mantenía su forma original, se llevó las manos a la cabeza. La situación era tan absurda que parecía sacada de una película de fantasía. Tres personas, incluida su mejor amigo, atrapadas en cuerpos ajenos, y las confusiones aumentando con cada nueva persona que se acercaba al misterioso cartel. La calle de México, normalmente tan transitada, ahora era el escenario de un enredo mágico de identidades.
Juan, ahora en el cuerpo de la oficinista Betty, se acercó a Pedro con una mezcla de sorpresa y un extraño orgullo en su voz femenina, adulta. Se tocó el traje sastre salmón y los nuevos "atributos" que lo sorprendían.
"¡Pedro! ¡Mira!", exclamó, con su nueva voz resonando de una manera inusual para él. "¡Ahora soy... esta hermosura!" Juan, a pesar del pánico, no perdía su esencia adolescente de asombro ante lo insólito.
Pedro, con el rostro aún pálido por la conmoción, solo pudo asentir lentamente. "Sí, Juan... bueno, esto es... increíble". Su mente no podía procesar la rapidez y la naturaleza de las transformaciones.
En ese momento, la oficinista original, ahora convertida en la estudiante pelirroja (la nueva "chica escolar"), se acercó a "Betty" (Juan). La oficinista, ahora chica escolar, miraba a Juan/Betty con una expresión de desconcierto y una pizca de curiosidad. "¿Pero qué está pasando aquí?", preguntó la estudiante, con la voz de la oficinista. Ambas estaban igual de confundidas, mirándose la una a la otra.
Mientras esto sucedía, Pedro, aún con la mirada fija en la cámara y el cartel, se dio cuenta de algo sorprendente. El cuerpo de Juan (su forma original de chico adolescente) se estaba acercando nuevamente a la cámara con determinación. ¡Era Alexa, la niña, en el cuerpo de su amigo!
"¡Juan! ¡Mira! ¡Tu cuerpo!", exclamó Pedro, señalando hacia la figura que se aproximaba.
"Betty" (Juan), al escuchar la alerta de Pedro y la mención de su cuerpo original, se giró con sorpresa. Vio a su propio cuerpo adolescente caminando hacia la cámara con una expresión decidida en el rostro. Era Alexa, la niña que se había transformado antes, ¡y parecía lista para usar la cámara de nuevo!
La oficinista convertida en chica escolar también observó la escena con creciente confusión. La situación se había vuelto un enredo de cuerpos e identidades, y parecía que la cámara mágica no había terminado con sus efectos. El siguiente movimiento de Alexa en el cuerpo de Juan podría significar un nuevo cambio para cualquiera de ellos.
Mientras Juan, en el cuerpo de Betty la oficinista, se miraba el gafete de identificación y Pedro intentaba procesar la increíble cadena de transformaciones, una figura familiar se movía con determinación hacia la cámara. Era Alexa, en el cuerpo original de Juan (el chico adolescente), que había logrado llegar al cartel. Con la esperanza de regresar a su forma infantil, asomó su rostro en el hueco que mostraba el cuerpo de la niña. Un destello de luz emergió de la cámara, y un suave clic resonó en el aire.
Cuando el destello se desvaneció, el chico adolescente que había sido Juan ya no estaba. En su lugar, de pie junto al cartel, estaba la pequeña Alexa, en su propio cuerpo infantil, con el vestido oscuro y las coletas, parpadeando y mirándose las manos con asombro. La cámara había cumplido su deseo. En el cartel, donde antes estaba el cuerpo de la niña, ahora se mostraba la silueta vacía del cuerpo original de Juan, con el hueco para la cara.
"Betty" (Juan), al ver el cambio, se giró rápidamente. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a la pequeña Alexa en su cuerpo original. La niña, con una sonrisa de alivio y sus ojos azules brillantes, estaba allí, intacta. Pero la mirada de Juan/Betty se desvió inmediatamente hacia el cartel. Allí, en el lugar de la oficinista, ahora estaba la imagen de su propio cuerpo adolescente, con la camisa blanca y la corbata, pero con el rostro en blanco.
La madre de Alexa, que había estado gritando y buscándola frenéticamente, vio a su hija pequeña de pie junto al cartel. Un suspiro de alivio se escapó de sus labios. "¡Alexa! ¡Mi niña! ¡Aquí estás!", exclamó, corriendo hacia ella. Tomó a la niña en un abrazo protector. Alexa, aún algo aturdida pero inmensamente feliz de estar de vuelta en su propio cuerpo, se dejó guiar por su madre. Juntas, se dieron la vuelta y se alejaron rápidamente de la extraña cámara y el cartel, dejando atrás el misterio sin resolver.
Juan, en el cuerpo de Betty, vio su oportunidad. Si Alexa había regresado a su cuerpo original, tal vez él también podría hacerlo. Con una determinación renovada, corrió lo más rápido que sus tacones le permitieron, tambaleándose un poco pero sin detenerse. Se lanzó hacia el cartel, empujando la caja que había estado usando y colocando su cara en el hueco del cuerpo de Juan. Mirando a través del agujero, vio la cámara, impávida, y a Pedro, que lo miraba con una mezcla de esperanza y nerviosismo.
Con su rostro en el agujero, sintiendo la extraña textura del cartel contra su piel, Juan, ahora Betty, cerró los ojos por un instante. Se concentró, deseando con todas sus fuerzas volver a ser él mismo. Abrió los ojos y esperó, expectante, el destello de luz, el clic mágico que, con suerte, lo regresaría a su propio cuerpo y a su vida normal de dieciséis años. El tiempo parecía detenerse en esa esquina de la Ciudad de México, con el destino de Juan pendiendo de un hilo.
Juan, en el cuerpo de Betty, con el rostro en el hueco del cartel, deseaba con todas sus fuerzas volver a ser él mismo. La imagen en el letrero mostraba ahora su propio cuerpo adolescente. Cerró los ojos, esperando el destello mágico.
Un intenso destello de luz brotó del objetivo de la cámara, mucho más brillante que los anteriores, iluminando la esquina de la calle de la Ciudad de México. El familiar y etéreo clic resonó en el aire, indicando que la transformación se había completado una vez más.
Cuando el resplandor se desvaneció, el cuerpo de la oficinista Betty ya no estaba frente al cartel. En su lugar, de pie con una expresión de alivio y una sonrisa incrédula, estaba Juan, en su propio cuerpo adolescente, con su camisa blanca y su corbata, mirando sus manos como si no creyera lo que veía.
Pedro, que había estado conteniendo la respiración, lanzó un grito de alegría. "¡Juan! ¡Lo lograste! ¡Eres tú de nuevo!" Corrió hacia su amigo, y ambos se abrazaron, aliviados de que la pesadilla de las transformaciones de Juan hubiera terminado.
Mientras tanto, a lo lejos, la oficinista original (quien había sido la chica escolar pelirroja) se acercaba rápidamente al cartel. Había visto a Alexa regresar a su cuerpo original y ahora a "Betty" (Juan) volver a ser Juan. Su mente, aún confusa por el intercambio, dedujo que la única manera de recuperar su propia identidad era usando la cámara. Se dirigía hacia el letrero que ahora mostraba el cuerpo de la oficinista, con la esperanza de que la magia también obrara a su favor.
Con el alivio y la adrenalina aún fluyendo por sus venas, Juan y Pedro decidieron que era suficiente aventura por un día. Necesitaban procesar todo lo que había sucedido. Mientras caminaban de regreso a casa, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados. Ambos hablaban sin parar, reviviendo cada momento de las extrañas transformaciones. La emoción de lo vivido se mezclaba con la incredulidad, y sus risas nerviosas resonaban en la calle. Tenían una historia increíble que contar, aunque sabían que nadie les creería.
A medida que Juan y Pedro se alejaban, sus figuras se hacían más pequeñas en la distancia. Dejaban atrás la esquina que había sido el escenario de tan bizarros acontecimientos. La cámara antigua, con su trípode y el cartel de "¡ÉL NUEVO TU", permanecía solitaria en la acera, tan enigmática como cuando la encontraron. Nadie más se acercaba a ella en ese momento. Permanecía allí, silenciosa, esperando quizás a su próxima víctima, o tal vez a que el ciclo de transformaciones se reanudara en otro momento, bajo la indiferente mirada de la vibrante Ciudad de México.
Varias horas después de que Juan y Pedro se despidieran, y las luces de la Ciudad de México parpadearan bajo un cielo estrellado, la calle donde se encontraba la extraña cámara estaba desierta. Eran las tres de la mañana. Un solitario Pedro, con la mochila al hombro y una expresión pensativa, se dirigía a paso lento hacia el lugar donde tantas cosas increíbles y aterradoras habían sucedido esa tarde. Pedro, un chico de origen humilde y huérfano, vivía con su tía Jimena. La vida con ella era dura; ella no lo quería de verdad, lo golpeaba y regañaba constantemente. En la quietud de la noche, una idea, nacida de la desesperación y la esperanza, había germinado en su mente: tal vez, solo tal vez, la cámara ofrecía una oportunidad. Una oportunidad de escapar, de ser alguien diferente, alguien adulto y libre.
Al llegar, Pedro vio que la imagen en el cartel había cambiado una vez más. Donde antes había estado la figura de Juan, la de Betty, la de Alexa y la de la escolar pelirroja ahora se veía la silueta de una mujer joven, de unos 23 años, con un atuendo elegante y el cabello largo en una cola de caballo y morado oscuro. El cuerpo era esbelto y, aunque el rostro en el cartel estaba en blanco, a Pedro no le importaba. Lo que le interesaba era la promesa de ser alguien adulto, alguien capaz de valerse por sí mismo, de dejar de estar a merced de su tía. Sus ojos brillaron con una mezcla de nerviosismo y una determinación férrea.
Pedro no dudó. Se acercó al cartel con pasos firmes, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Las historias de Juan y las transformaciones de Alexa y la oficinista pasaron por su mente, pero la desesperación de su situación actual pesaba más. Este era su boleto de salida, su única oportunidad de una vida diferente.
Se posicionó frente al hueco del cartel, asomando su rostro. A través del agujero, vio el objetivo de la cámara, mirándolo fijamente, como si supiera sus intenciones. La frialdad de la lente no lo detuvo. Estaba listo. Su vida con la tía Jimena, los golpes y los regaños, todo eso quedaría atrás. Una nueva vida, un nuevo "él", estaba a solo un flash de distancia.
Y entonces, con un cegador destello de luz blanca que iluminó la calle desierta por un instante, y un clic ensordecedor, la cámara de "El Nuevo Tú" hizo su trabajo una vez más. La vida de Pedro, el chico huérfano, estaba a punto de cambiar para siempre.
El intenso destello de la cámara había cegado a Pedro por un instante. Cuando la luz se disipó y sus ojos se adaptaron, la sensación que lo invadió fue completamente ajena. Su cuerpo no era el de siempre. Lo sentía delicado y extrañamente ligero, una ligereza que nunca había experimentado en su vida de adolescente. Sus manos, que antes eran las de un chico, ahora se sentían más pequeñas y suaves.
Pedro bajó la mirada, sorprendido. Los brazos que ahora veía eran delgados, y el pecho que sentía diferente bajo la camisa no era el suyo. Instintivamente, llevó una mano a su cabeza y la otra a su hombro. Fue entonces cuando alcanzó a ver unos mechones de cabello morado oscuro, casi púrpura, que caían desde su cabeza. No era su cabello castaño habitual.
Una mezcla de asombro y una punzada de pánico recorrió su nuevo cuerpo. Había deseado un cambio, pero esta transformación era más allá de lo que había imaginado. La cámara de "El Nuevo Tú" había vuelto a obrar su magia, y Pedro ya no era Pedro. Miró a su alrededor, buscando un reflejo, una confirmación de lo que sus sentidos le decían. El epílogo de su historia apenas había comenzado, y ya era el inicio de una nueva y extraña aventura para "ella".
El cegador destello de la cámara había disipado la figura de Pedro, el chico huérfano. Cuando la luz se desvaneció, una nueva figura se irguió frente al cartel.
Pedro se sintió extrañamente ligero, su cuerpo no era el de siempre. La sensación era delicada, y sus manos, ahora más pequeñas y suaves, se movieron con una gracia desconocida. Un vistazo hacia abajo le dio una primera y sorprendente confirmación: las formas que ahora poseía eran claramente femeninas, con una curva suave y elegante que se extendía hacia arriba.
Con una mezcla de asombro y una punzada de incredulidad, Pedro bajó la mirada por completo. "Conque esto fue lo que sintió Juan en el cuerpo de Betty", pensó, mientras sus ojos recorrían su nueva forma. Vio un cuerpo hermoso y con curvas bien delineadas, desde el pecho hasta la cintura y las piernas. Era un cuerpo esbelto, con una elegancia que nunca habría imaginado.
Pedro continuó explorando su nuevo cuerpo. No podía creer que llevara puesto un vestido blanco de manga larga con detalles negros, que terminaba en una minifalda. Aunque traía puestas unas mallas negras, el conjunto no dejaba de verse increíblemente sexy. La tela se sentía suave contra su piel, y los tacones que ahora calzaba le daban una altura y una postura diferentes.
La curiosidad lo llevó a buscar más confirmación. Recordó la mochila que había traído consigo. La abrió con sus nuevas manos y encontró un pequeño espejo. Al mirarse, la sorpresa fue aún mayor. El rostro que vio no era el suyo. Era el de una joven hermosa, con ojos grandes y expresivos, y un cabello morado oscuro, recogido en una coleta alta. Era realmente hermosa.
Mientras se admiraba en el espejo, un electroshock repentino recorrió su mente. No era doloroso, pero era abrumador. Imágenes y sensaciones ajenas a él comenzaron a inundarlo: recuerdos, conocimientos, experiencias. Eran los recuerdos de la chica cuyo cuerpo había obtenido. Ahora era Susana Garza, una joven acaudalada, pero que se sentía aburrida, a quien siempre le daban todo sin esfuerzo. Susana había visto ese mismo espejo en el cartel y, cansada de su vida monótona, había decidido cambiar. La verdad era que no sabía con quién se había intercambiado, pero se había ido de allí sin querer regresar a quien fue.
Pedro, ahora Susana Garza, no dejaría pasar esta oportunidad. Los recuerdos implantados le revelaron que sabía dónde estaba el auto de Susana y que se abría con su huella digital. También sabía dónde vivía. Estaba a punto de dejar atrás su vida de Pedro, el chico huérfano, y esperaba que quienquiera que usara la cámara y se llevara su vida estuviera contento. Susana Garza, con sus nuevos recuerdos y su nueva vida, se sentía más feliz que nunca, dispuesta a olvidar que alguna vez fue Pedro, el chico huérfano. Su nueva vida, como una joven y hermosa mujer adulta, acababa de comenzar.
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