La Condena Compartida: La Broma Cruel de la Bruja del Mercado
Marina, con fiebre y la nariz congestionada, miraba con desesperación el póster gigante de Mamoru que cubría una de las paredes de su habitación. Era hoy. El concierto que llevaba meses esperando, el clímax de su adolescencia, y su maldito resfriado se lo arruinaba todo. La frustración le quemaba la garganta.
Recordó entonces la poción que había comprado hacía un año a aquella bruja de mirada astuta en el Mercado de Sonora. "Solo una vez, solo por unas horas", se repitió con la voz de la bruja resonando en su mente, mientras revolvía frenéticamente en su cajón hasta encontrar el frasco violeta. Un líquido espeso y brillante, como lavanda líquida.
Su hermano, Hugo, su polo opuesto en la vida y en el físico, estaba tirado en el sofá, absorto en un partido de deportes en la televisión, su musculatura relajada. Marina se acercó con una sonrisa nerviosa, ocultando el frasco detrás de su espalda.
—Hermano, necesito un favor… gigante —dijo, la voz más aguda de lo usual por la fiebre, mientras agitaba el frasco discretamente.
Antes de que Hugo pudiera reaccionar, antes de que pudiera preguntar o quejarse, Marina le arrojó la mitad del líquido a la cara y tomó el resto de un trago. Una sacudida eléctrica, fría y dolorosa, recorrió sus cuerpos, seguida de un vértigo nauseabundo que los hizo caer al suelo. La visión se volvió borrosa, los sonidos se distorsionaron. Cuando abrieron los ojos, el mundo había girado sobre su eje.
Ella estaba en el cuerpo musculoso y alto de Hugo. Él, en su diminuto y frágil cuerpo de adolescente.
—¡¿QUÉ DEMONIOS, MARINA?! —rugió Hugo, pero su voz ahora era aguda, quebradiza, casi un chillido histérico. Los ojos de Marina (en el cuerpo de Hugo) se abrieron de par en par.
—¡Solo será por el concierto! ¡Prometo que volveremos a la normalidad! —dijo Marina, intentando sonar convincente, aunque al oír su nueva voz grave, un escalofrío (que no era por la fiebre) la recorrió. Había cometido el error más grande de su vida, y arrastrado a su hermano con ella. Solo le dijo Metete a la cama si no no te vas a curar el resfriado.
El Concierto (y el Principio del Fin)
Marina, con una mezcla de pánico y excitación, se vistió con unos jeans ajustados y una blusa algo escotada del guardarropa de Hugo, intentando replicar su estilo. Llegó al estadio, abriéndose paso entre la multitud. El concierto era vibrante, Mamoru era aún más guapo en persona, su voz llenaba el aire. Marina se movía con los brazos de Hugo, intentando contonearse como lo habría hecho en su propio cuerpo, disfrutando de la música.
Pero algo no encajaba. A pesar de sus intentos por parecer femenina, a pesar de su atuendo y sus movimientos algo torpes, la gente la trataba como a un hombre. "¿Quieres una cerveza, amigo?", le preguntó un tipo fornido. "¿Vienes solo, campeón?", le dijo otro. Su reflejo en los vidrios de las tiendas la hacía estremecer. Ese no era ella. Era la silueta familiar de su hermano, con sus hombros anchos y su mandíbula cuadrada. Hasta su forma de caminar se sentía ajena, pesada, grosera. La experiencia que había soñado se tiñó de una extraña sensación de irrealidad y desconexión.
Mientras tanto, Hugo estaba atrapado en casa, viviendo la pesadilla. Su madre lo regañó por "fingir" voz grave y por no estar en Cama cuidando el resfriado. Sus amigos lo llamaron para salir, pero colgó el teléfono al oír su propio tono de niña saliendo de su boca. La irritación de su madre, las risas ahogadas de sus amigos. Hasta el perro, un viejo labrador que siempre lo recibía con entusiasmo, lo miró raro, ladeando la cabeza con confusión.
La Traición de la Poción
Al regresar del concierto, Marina, con el corazón aún latiéndole, se dijo si tomo la poción de nuevo todo ira bien pero la bruja que le había indicado en un pequeño pergamino. "Solo mezcla el resto del vial con agua de luna llena y bébelo al amanecer". Con la última gota de esperanza, bebió… y nada pasó. El sol ya salía, tiñendo el horizonte de naranja y rosa, pero sus cuerpos no se movieron.
Hugo, histérico, la empujó, su pequeña mano infantil golpeando el pecho de Marina (en el cuerpo de Hugo). "¡¿DÓNDE ESTÁ MI CUERPO, IDIOTA?! ¡Dijiste que volveríamos a la normalidad!"
—¡NO SÉ! ¡DEBERÍA HABER FUNCIONADO! —chilló Marina, con la voz grave de su hermano, la desesperación creciendo en su pecho.
Corrieron a la calle donde estaba el puesto de la bruja. Habían memorizado cada detalle: las telas colgantes, las extrañas baratijas, el olor a hierbas quemadas. Pero el puesto había desaparecido sin dejar rastro, como si nunca hubiera estado allí. Solo quedaba un callejón vacío y sucio. Un vagabundo, que dormitaba en un umbral cercano, los miró con ojos vacíos.
—"Esa señora…", gruñó el vagabundo, su voz ronca. "Solo aparece cuando alguien está lo bastante desesperado para no leer la letra pequeña".
La poción no tenía reversa. Nunca la tuvo.
El Ajuste Amargo
Los meses siguientes fueron un infierno de adaptación y desilusión. Marina intentó al principio negarlo. Se puso vestidos del armario de su madre, pero en el cuerpo musculoso de Hugo, solo atraía miradas burlonas y confusas, como si fuera un travesti sin sentido del estilo. Compró pelucas, pero su rostro masculino las hacía ver como un disfraz barato y ridículo. Incluso siguió a Mamoru a otra ciudad para otro concierto, pero su persistencia y su apariencia la hicieron ser confundida con un acosador y expulsada del recinto.
Hugo, por su parte, cayó en una profunda depresión. Perdió su trabajo de entrenador en el gimnasio local; ¿qué cliente tomaría en serio a una chica de 17 años que se quejaba de su voz y su fuerza? Su novia, Laura, lo dejó. "Lo siento, Hugo", dijo ella con incomodidad, "no salgo con menores. Y esto... esto es demasiado raro". Hasta afeitarse las piernas, algo que Marina solía hacer, se sintió como una derrota humillante, una traición a su propia masculinidad.
Final: La Vida Sigue (Pero Rota)
Un año después.
Marina, ahora Hugo, trabaja como repartidor en una furgoneta. Su antigua colección de pósters de Mamoru y sus CDs ahora están en una caja polvorienta bajo la cama, un recuerdo doloroso de la obsesión que arruinó su vida. A veces, en la ducha, cuando el agua caliente golpea su cuerpo masculino, llora. Pero hasta sus lágrimas se sienten ajenas, extrañas, como si la emoción perteneciera a otra persona. Vive con el cansancio constante y la amargura de una vida que no le pertenece.
Hugo, ahora Marina, estudia de nuevo la preparatoria. Cada mañana, se ata el pelo con rabia, la diadema de chica apretando su cabeza. Odia su vida, odia su cuerpo. Odia el maquillaje, la ropa "linda", las miradas. No quiere ser una mujer, no quiere esta vida de fragilidad y expectativas. Ha perdido su identidad, su futuro. Se ha vuelto huraña, solitaria, una sombra de lo que Marina fue.
La bruja nunca regresó. Nadie aprendió nada de valor. Solo quedaron dos extraños, dos almas rotas, atrapadas en cuerpos que nunca quisieron, condenados a una existencia de desdicha permanente.
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