I. El Origen de la Mofa
La gala benéfica era un evento de etiqueta, pero para Mario y Raúl, era sobre todo una oportunidad de lucir sus carísimos trajes y de reírse de sus novias, Sandra y Paula.
Mario, un hombre de negocios de veintiocho años con un ego proporcional a su cuenta bancaria, caminaba con paso firme. A su lado, Paula, su novia, se esforzaba por mantener el equilibrio en unos altísimos tacones de aguja. Unos metros detrás, Raúl, que se creía el galán de la noche, se burlaba a viva voz de Sandra.
"¡Pero qué lentas son con los tacones! ¡Perecen dos patos mareados!", se mofó Raúl, su voz resonando en el elegante vestíbulo.
"Ya quisiéramos verte a ti, Raúl, en estos zapatos," replicó Sandra, con la respiración entrecortada.
Mario se volteó con una sonrisa condescendiente. "Es que caminar con elegancia y rapidez es un arte, querida. Y a ti, Paula, esos tacones te quedan fantásticos, pero avanza, que pareces una tortuga. ¿Por qué las mujeres son tan lentas para todo?"
Las chicas se miraron, exasperadas. Había una mezcla de hartazgo y un brillo en sus ojos que parecía prometer venganza. Los cuatro continuaron por el largo pasillo alfombrado del evento, con los chicos haciendo bromas sobre la 'debilidad femenina' y las chicas apretando los labios.
II. El Intercambio Inexplicable
De pronto, un extraño zumbido llenó el aire, aunque solo los cuatro parecieron percibirlo. Fue un instante fugaz, un chispazo casi imperceptible.
Al llegar a las puertas del gran salón, Mario, el altísimo y fornido hombre de traje, se sintió mareado. Al mismo tiempo, Raúl sintió una súbita oleada de calor.
Se detuvieron en seco. Mario se miró las manos y dio un grito ahogado. Sus manos eran más pequeñas, sus brazos esbeltos y delicados. Se tocó el pecho y sintió el encaje del vestido de lentejuelas. Giró la cabeza y vio a un hombre, que lucía su traje de diseñador, pero con la melena rubia y sedosa de Paula.
"¿Paula?" preguntó con voz aguda.
El hombre, ahora con la voz profunda de Mario, gritó: "¡Mario! ¿Qué diablos te ha pasado? ¡Te has convertido en Sandra!"
La verdad se impuso con una violencia física. Mario estaba en el cuerpo de Sandra, con su vestido de gala azul, y Raúl estaba en el cuerpo de Paula, con el impresionante vestido verde. La transformación había sido total e inexplicable: un fenómeno desconocido, tal vez magia o un simple ajuste kármico. Lo que es seguro es que ocurrió justo cuando se mofaban de ellas.
III. El Primer Trauma de Ser Mujer
La urgencia era recuperar sus cuerpos, pero el pánico los paralizaba. Tuvieron que seguir avanzando por el pasillo para no hacer un escándalo.
Raúl (en el cuerpo de Paula), el más alto y delgado, sentía un calor sofocante y una incomodidad brutal.
"¡Qué lentas son con los tacones! ¡Me lleva! ¡Maldita sea el momento en que se me ocurrió reírme de ellas por ir lentas!", masculló. "¡Espera que nos devuelva a nuestros cuerpos! ¡No puedo con esto, son como zancos! Si sigo así, voy a caerme de cara."
Mario (en el cuerpo de Sandra), más bajo y con el vestido que le picaba, estaba a punto de explotar.
"¡Relájate, Raúl! ¿Quién demonios pudo haber hecho esto? No, no hay idea. Mucha gente, pero ahora mismo, lo importante es: ¿Cómo salimos de aquí sin que se den cuenta?"
Y entonces, los vieron. Las figuras altas, vestidas con sus trajes y con sus propios cuerpos, eran Sandra y Paula, riéndose sin disimulo mientras entraban al salón. Parecían estar disfrutando de su escarmiento.
"¡Ellas están allí, dándonos una lección! ¡No les preocupa que hayamos intercambiado cuerpos, ¿y si han sido ellas?! ¿Sabrán hacer magia?", dijo Mario, sintiendo una punzada de miedo.
"No lo sé," respondió Raúl. "Pero si queremos volver a nuestros cuerpos, tendremos que demostrarles que estamos arrepentidos por burlarnos de ellas... ¿Tú crees que si no han sido ellas y no nos regresan a nuestros cuerpos nunca más?"
Mario palideció. "Tendremos que aprender a vivir en los cuerpos de ellas, ¡no quiero ni pensarlo!"
IV. La Cruda Realidad de los Prejuicios
El siguiente paso fue caminar. Y ahí, el karma les cobró el precio total.
"Oye, Mario, la verdad es que no sé si seré capaz de vivir en este cuerpo," se quejó Raúl, ahora Paula, con voz afeminada. "Me siento tan delicada con este vestido... y los tacones. Y sí, cuesta mucho andar, y me siento expuesto. Uff, ¡este pelo largo me molesta! ¡Qué calor me da! ¡Y los pendientes! No paran de golpearme la cara con cada paso, ¡qué pesadez! Y... ¿dónde están los bolsillos? ¡Tengo que llevar el bolso todo el rato en la mano!"
Mario asintió, tratando de no tropezar. "Yo me siento inseguro. Pero no es solo el cuerpo. Es la forma en que los hombres te miran... y es muy raro, pero... no puedo evitar sentirme más vulnerable, más... frágil."
"¿Has dicho 'insegura'? ¡Estás hablando en femenino, guey!" se burló Raúl, aunque sin malicia.
"¡Pues ya que hemos intercambiado cuerpos, quiero saber qué se siente ser mujer! Habrá que meterse en el papel... ¡Venga, anímate, Paula! Digo, ¡Raúl! ¡Tenemos que entrar!"
A pesar de su incomodidad, un pequeño atisbo de algo nuevo comenzaba a aflorar. Mario, ahora Sandra, se dio cuenta de la absurda complejidad de la ropa femenina, de la presión estética, del juicio silencioso. Raúl, ahora Paula, comprendió la dificultad de los movimientos, el esfuerzo para parecer "elegante" y la molestia constante del cabello y los accesorios.
La burla sobre la 'lentitud' se había convertido en una dolorosa lección de empatía.
V. La Sentencia del Deseo
Cuando finalmente entraron al salón, las vieron de lejos. Sandra (en el cuerpo de Mario) y Paula (en el cuerpo de Raúl) les hicieron un gesto, invitándolos a acercarse.
"¿Qué tal la caminata, 'chicos'?" preguntó Sandra con su propia voz, ahora baja y masculina.
"Hemos aprendido la lección," dijo Mario, la voz de Sandra temblando levemente. "Lo sentimos. Fuimos unos idiotas por burlarnos."
Paula (en el cuerpo de Raúl) sonrió de forma enigmática. "Tranquilos. El universo solo os ha dado una pequeña 'experiencia inmersiva' para que entendáis que no es fácil ser mujer. Y por cierto, los bolsillos sí existen... se llaman 'bolsos', y tienen un diseño mucho más bonito que los suyos."
Sandra se acercó a Mario, y Paula a Raúl. El mismo zumbido inaudible se escuchó de nuevo. La luz, el vértigo... y al abrir los ojos, volvieron a estar en sus cuerpos. Mario, alto y en traje. Raúl, también.
"¡Ha funcionado!" gritó Mario, abrazando a Sandra.
"¿Pero por qué el cambio de voz?" preguntó Raúl, confuso.
Sandra (la real) les mostró sus manos. "Porque no es solo el cuerpo. Es el alma la que tiene que cambiar," dijo con una voz que, aunque femenina, ahora sonaba más fuerte y segura. "No fue un cambio de cuerpos, fue un cambio de perspectiva. Una lección de empatía que los ha devuelto a su identidad de género, pero con una nueva sensibilidad."
Desde esa noche, Mario y Raúl nunca volvieron a burlarse de sus novias. Mario se convirtió en un defensor de la inclusión y la moda femenina, y Raúl, aunque seguía siendo algo patán, se hizo más considerado.
El fenómeno inexplicable había obrado su magia: no transformó permanentemente el género, sino la mente. El castigo había sido una bendición: un viaje al mundo de su pareja que redefinió por completo la relación entre los cuatro, y la percepción de la identidad de género y el feminismo en la mente de los hombres. El tacón de aguja, el símbolo de su burla, se convirtió en el faro de su nueva comprensión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Te ha pasado que quieres decir algo pero las palabras no son suficientes? Ahora puedes colocar imágenes o vídeos en comentarios, con los siguientes códigos:
[img]URL de la imagen[/img]
[video]URL del video[/video]