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miércoles, 15 de octubre de 2025

Paradoja Temporal: Nosotras Somos Las Orange Caramel una historia de K-Pop



I. El Descubrimiento y el Deseo

Sandra no era solo la hermana de uno de mis mejores amigos; era mi cómplice, mi confidente, y la única que compartía mi obsesión desmedida por el K-Pop (música coreana). Yo, un hombre joven en mis veintes, me había enganchado por completo a la estética, el ritmo y el fenómeno cultural de Corea. Sandra, a través de mí y de vídeos virales, terminó compartiendo esa pasión, en particular por el grupo After School y su irreverente sub-unidad, Orange Caramel.

Un día fui a visitar a Sandra y, como era costumbre, terminamos viendo vídeos del grupo. Me senté tras ella mientras señalaba la pantalla. En el televisor, las tres integrantes de Orange Caramel ejecutaban una coreografía llena de energía, vestidas con una explosión de colores vibrantes. Sandra estaba totalmente absorta, moviendo sus pies y hombros al ritmo de la música.

Su hermano que estaba junto a mi decía que no les gustaban pero sospechosamente movía su pie al ritmo de la música casi imperceptible

"Ellas son increíbles," murmuró Sandra, sin despegar los ojos de la pantalla. "Mira lo kawaii que son. A veces... siento una conexión tan extraña con ellas, una sensación de que ya he visto estos vídeos muchísimas veces."

Su madre, que pasaba por allí, se rio. "Niña, te has enganchado tanto a esos 'vídeos de chinos' que ya estás alucinando. Lo que pasa es que los has visto una y otra vez," nos reprendió con cariño.

Pero no era solo Sandra; algo en esas melodías y esas tres figuras femeninas en la pantalla me atraía con una fuerza inexplicable. Me llamó especialmente la atención un teaser de uno de sus comebacks que parecía llevar una carga de nostalgia que no me correspondía. Era una sensación incómoda y punzante, como el dolor fantasma de una vida que, por todos los medios, no me pertenecía. Era como si mi alma hubiese vivido ese baile antes.

Unos días después, ocurrió. Sandra encontró un simple diente de león, de esos que flotan con el viento. Con la ingenuidad de una niña, sopló y pidió un deseo. Un deseo que yo, en ese momento, pensé que era trivial, pero que cambiaría para siempre el curso de nuestra existencia: "Quiero ser una Orange Caramel, una de las tres." Yo, por mi parte, deseé lo mismo, no por la fama, sino por la inexplicable familiaridad con esa vida.



Dicen que solo uno de cada cien mil dientes de león concede un deseo real. Y ese día, tuvimos la mala suerte de encontrar el de la paradoja.

Y no sabía que en este deseo de ambos íbamos a involucrar a alguien que no nos esperábamos, a mi mejor amigo, hermano de Sandra

II. El Salto y la Transformación

Apenas el último fragmento del diente de león se perdió en el aire, todo se volvió neblina, un torbellino de colores brillantes, música acelerada y la sensación de un vacío cayendo.

Cuando el caos cesó, la luz nos encegueció. Estábamos de pie, no en la sala de Sandra, sino en un camerino bullicioso, lleno de personal, cables y un coro de voces coreanas. Yo ya no era yo. Al mirar un espejo, descubrí la verdad: éramos tres jóvenes de dieciocho años, vestidas con uniformes de trainees de K-Pop. Mi transformación era total; de hombre me había convertido en una mujer joven, con un cuerpo que se sentía extrañamente familiar.

"Pero... ¿qué nos pasó?" balbuceó la que ahora era Sandra. "¡Mira mi pelo! ¡Soy una chica!"

El personal de producción nos miraba con impaciencia. "¡Raina! ¡Nana! ¡Lizzy! ¿Qué esperan? Tienen que salir al escenario. ¿Qué les pasa? ¿Están nerviosas?"

Raina, Nana y Lizzy. Los nombres de las integrantes de Orange Caramel.

En ese momento, la memoria nos inundó. No fue solo un cambio físico de género y apariencia; fue una paradoja temporal que reescribió la historia, no solo la nuestra, sino también la del mundo. El deseo nos había transportado a ocho años atrás, al momento en que Orange Caramel se formó, implantándonos en los cuerpos y mentes de las tres integrantes originales. No éramos solo nosotros transformados, éramos ellas.

Nosotros éramos los dueños de los cuerpos, pero ahora éramos también las portadoras de sus recuerdos, sus talentos y sus vidas.

Comprendimos el horror: en esta nueva línea de tiempo, nunca habíamos existido como nuestros 'yo' originales, ni como el hombre y la chica que éramos. Ahora éramos Raina (que en el pasado era mi amigo), Nana (Sandra), y yo... Lizzy.



III. La Vida como Lizzy

Al principio fue una pesadilla. Tuvimos que aprender a cantar en un idioma que apenas conocíamos, a bailar coreografías complejas y a vivir bajo el microscopio de la fama. Pero la memoria implantada de Lizzy, la original, me ayudó. Sabía moverme, sabía cantar, sabía ser la maknae (la menor) del grupo.



La transformación física fue la más extraña y a la vez, la más satisfactoria. Yo, que siempre fui un hombre, me encontré totalmente cómodo en el cuerpo de Lizzy. La transición de identidad, de gustos y de maneras, fue aterradora al principio, pero gradualmente, me sentí... completo. Era como si mi verdadero yo siempre hubiese estado atrapado en el cuerpo equivocado, y la magia del deseo me hubiera liberado.

Los años pasaron. Fuimos Orange Caramel. Fuimos famosas, icónicas por nuestro concepto dulce y juguetón. Ganamos premios, viajamos por el mundo. La fama era una montaña rusa, y nosotras, tres almas atrapadas en una vida ajena, éramos las estrellas.

En cada entrevista, en cada presentación, sentía la dualidad. El hombre que fui se mezclaba con la mujer que era. Pero cuanto más vivía como Lizzy, más me identificaba con ella. Mi vieja identidad, la de mi vida pasada, se fue desvaneciendo hasta convertirse en un recuerdo lejano. Yo era Lizzy. Una mujer, feliz, libre y talentosa.

Raina (mi amigo) y Nana (Sandra) también encontraron su propia paz. Mi amigo, que ahora era Raina, se sentía más cómodo y libre en esa identidad femenina y queer. Sandra, ahora Nana, había cumplido su sueño, pero con la carga de una identidad reescrita. Éramos un grupo, y éramos una familia que había trascendido la barrera del tiempo y el género.


IV. La Aceptación

Llegamos a los 25 años. La fama, como todo, comenzó a ceder. En un receso de promoción, mi amigo (Raina) me encontró mirando fijamente una foto nuestra de cuando éramos niños, una que, inexplicablemente, apareció en un viejo álbum de fotos de Lizzy.

"¿Qué ves?" me preguntó.

"Al hombre que fui, al niño que soñaba con el K-Pop, sin saber que el destino nos convertiría en la fantasía," le dije con una sonrisa melancólica. "A veces me pregunto si la paradoja se corregirá y nos regresará."

Raina se acercó y me tomó la mano. "No. No quiero volver. La magia nos dio lo que no sabíamos que necesitábamos. Yo era un hombre que no se encontraba, y ahora soy una mujer que se ama. Tú... siempre fuiste Lizzy, solo que en el cuerpo equivocado."

Aceptamos la paradoja. Éramos Raina, Nana y Lizzy. Habíamos sido transformados por magia, un fenómeno inexplicable, pero el resultado era real: tres hombres y una mujer se habían convertido en tres mujeres que compartían un vínculo inquebrantable. Nos ofrecieron la oportunidad de ser un grupo estable y de vivir una vida cómoda.

Nos miramos, las tres. La chica que fue Sandra, el amigo que fue un hombre en busca de su lugar, y yo, el hombre que encontró su verdadera identidad como Lizzy.

"¿Aceptamos?" preguntó Nana.

"Nosotras somos Orange Caramel," dije, sonriendo. "Y esta es nuestra vida."

No hubo un regreso, no hubo un "volver a la normalidad". Solo una vida nueva, aceptada y vivida plenamente. La transformación había sido total, liberadora e irreversible. Éramos nosotras, las chicas del K-Pop, y la paradoja temporal se había convertido en nuestra feliz realidad.





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