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viernes, 12 de septiembre de 2025

El Espejo de la Bruja: Un Intercambio de Vidas que Nadie Vio Venir

 Esta historia esta inspirada en un a que leí quizá hace unos 20 años, la escribió un autor llamado Erick, y trate de hacerla lo mas fiel posible, ojala les guste



Paco no podía creer lo que oía. Sentado en el sofá de terciopelo de la mansión de su primo, su mente luchaba por procesar las palabras que Ernesto, su primo menor, acababa de vomitar. “Definitivamente se le quemó el cerebro con tanta Coca Diet”, pensó Paco, su ceño fruncido acentuando las pecas que cubrían su rostro.

"¡Escucha, Paco! Tienes que hacerlo por mí. Hoy, ahora mismo, tienes que ir a la escuela, ¡fingiendo ser mi madre! Habla con el director y sácame de este lío. Si mi mamá se entera de que copié en el examen, ¡me matará, te lo juro!

Paco se levantó de golpe. “¿Me arrastraste hasta tu casa solo para soltarme esta locura? Mira, Ernesto, o te drogaste con algo raro o el sol te frió las neuronas. No estoy para tus juegos”. Empujó a su primo, un empujón que a Ernesto, tan pulcro y delicado, le pareció un golpe. El chico se tambaleó y casi cae sobre un jarrón de porcelana.

Paco, a sus 15 años, era un gigante. Grande para su edad, pelirrojo y con el rostro adusto. En contraste, Ernesto, de 11, era la viva imagen de un príncipe. Apuesto, bien vestido, con el pelo rubio y los modales impecables. Un chico de mamá, en todo el sentido de la palabra. “Me sacaste de mi videojuego por esto… ¿y me pides que me haga pasar por la tía Britany? ¿Acaso no te has visto en el espejo? ¡No nos parecemos en nada!”, vociferó Paco, exasperado.







“¡Te pagaré! Cien dólares. ¡Tengo el dinero aquí!”, insistió Ernesto, mostrando un fajo de billetes arrugados.

La cifra le dio a Paco una pausa. Cien dólares. ¿Qué locura podría costar tanto? La desesperación en los ojos de Ernesto era genuina. "Mira, Ernesto, aunque quisiera, es imposible. No vivimos en una novela de Harry Potter. Esto es Catemaco, Veracruz, un pueblo aburrido donde la gente dice que hay brujos, pero es puro cuento para los turistas. Y la tía Britany… ¿has visto su silueta? Es imposible que alguien me confunda con ella. Es la mujer más elegante y guapa que conozco”, explicó Paco, sin poder evitar una punzada de celos.

Una sonrisa malévola se dibujó en el rostro de Ernesto. Se acercó a Paco y bajó la voz a un susurro. “Mira lo que encontré en el desván de la abuela. Ella siempre decía que era una bruja”. Levantó un espejo antiguo, su superficie reflectante cubierta con una pesada tela.

“¿Y se supone que esta chatarra va a resolver tus problemas de calificación?”, se burló Paco.

Ernesto volvió a mirar a su alrededor, como si el viento pudiera escuchar su secreto. “Mamá no está. Viajó para ver a la abuela. Y mientras ella está fuera… ¡tú puedes ser ella! Este espejo, Paco, este espejo te convertirá en ella”.

La carcajada de Paco resonó por toda la sala. "¡Estás loco! De verdad, el único hechizo que funciona aquí es el de mi tía para hacer unos tamales de miedo".

Ernesto, con el pánico en los ojos, se acercó a Paco y le puso el fajo de billetes en la mano. “¡Por favor, funciona! ¡Lo sé! Y no te preocupes, papá está en el trabajo. Mamá ni siquiera va a llamar, se fue enojada con él. Por favor, ¡funciona o me matan!”.

Paco sonrió. Su primo era la persona más ingenua que conocía. Y cien dólares eran cien dólares. “¿Y si me hago pasar por ella? ¿Cómo funciona esta porquería mágica?”

La sonrisa de Ernesto se estiró de oreja a oreja. Retiró la tela del espejo. “¡Así!”

Lo que Paco vio lo dejó sin aliento. No era su rostro, sino el de su tía Britany, el que lo miraba fijamente desde el espejo. Era espeluznante. Era como si la imagen de ella estuviera congelada en el cristal. Un repentino mareo lo invadió. Su cabeza dio vueltas y sus ojos se cerraron.

Cuando los abrió, Ernesto había desaparecido. El silencio lo golpeó. "¿Qué demonios…?", murmuró. Su voz. Sonaba como la de una chica. Se sintió desorientado y dio un paso, tropezando con unos zapatos de tacón que nunca había visto. Miró hacia abajo y vio una falda de corte elegante y unas piernas envueltas en medias de seda.

El pánico se apoderó de él. Levantó las manos. En lugar de sus manos anchas, con pecas y nudillos callosos, vio unas manos delgadas, con las uñas pintadas de rojo carmesí. En el dedo anular, dos anillos de diamante brillaban. La desesperación lo impulsó hacia el espejo de la chimenea.




Su tía Britany lo miró fijamente. Hermosa, elegante, con su larga melena rubia cayendo sobre sus delgados hombros. Se tocó el pecho. Sintió la suavidad de un busto que no era suyo. Su mano se movió hacia abajo, temiendo lo peor. Allí, en la falda de seda, un suave montículo. Desaparecido. Su miembro. El que tanto se había esforzado en que creciera los últimos seis meses, ahora no era más que un recuerdo.

El Juego del Espejo: Las Reglas de la Desesperación

"¡Ernesto, te juro que te mato!" gritó Paco con una voz que, para su sorpresa y horror, sonó como el suave y melódico lamento de su tía Britany.

Ernesto, doblado de la risa, entró en la sala con una sonrisa de oreja a oreja. "Hola, 'Mamá'". Cuando Paco se abalanzó con el asesinato en sus ojos, Ernesto lo esquivó con la agilidad de un duende. "¡Si me lastimas, no te cambiaré de vuelta!", soltó con una voz que rebosaba de superioridad.

Paco se detuvo en seco, la rabia convirtiéndose en pánico. Estaba atrapado.

"Este es el trato", continuó Ernesto, disfrutando cada segundo. "Vas a la escuela, te presentas como mi mamá, hablas con el director sobre mi 'engaño' y prometes castigarme. Haces que me dejen volver a clases. Y ya que estás, vas a ver al señor Clark, mi profesor, y le firmas el permiso para irme de excursión a las minas de Joplin. Mamá me lo prohibió, dijo que era demasiado peligroso".

Por un segundo fugaz, una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Paco. La idea de que su primo cayera en un pozo sin fondo le pareció, de repente, muy atractiva. "Y, ¿qué hay de mí, pajero? Se supone que yo también estoy en la escuela, ¿sabes?".

Ernesto, con una mirada de astucia que no le conocía, le respondió: "Eso también lo tengo cubierto. La voz de mi mamá y la de la tuya son muy parecidas. Solo tienes que avisar que estás enfermo". Ante la protesta inminente de Paco, añadió con un tono condescendiente: "Vamos, más que a ningún otro niño, a ti no te importa tener un viernes libre de escuela, ¿o sí?".

Paco cerró la boca, derrotado. La lógica perversa de Ernesto lo había acorralado.

"¡No puedo creer esto!", gruñó Paco. "¿Cómo lo hiciste, pequeña comadreja?".

Ernesto ignoró el insulto con una facilidad practicada. "Es el espejo. Lo encontré debajo de unas tablas sueltas en la casa de la abuela. La primera vez que me miré, de repente me transformé en una mujer con ropa del siglo XIX. Me dio un ataque de pánico".

"¡Apuesto a que gritaste como una niña!", lo interrumpió Paco.

Ernesto lo ignoró de nuevo. "Después me volví a mirar y vi mi cara. En un instante, volví a mi cuerpo. ¡Fue genial! Empecé a experimentar. Le puse el espejo a la gata de la abuela, Minina, y se transformó en mí. Con cuidado de no verme en el espejo otra vez, se lo acerqué de nuevo a Minina y volvió a la normalidad".

"Entonces, ¿cómo hiciste que tu mamá se viera en el espejo sin que le pasara nada?", preguntó Paco.

"Fácil, cabeza de músculo. Descubrí que si giraba el pomo de la parte de abajo, el espejo se reiniciaba. Así, la siguiente persona que se mirara tendría su cuerpo 'guardado'. Ahora mismo, tu cuerpo feo está ahí, listo".

"¡Cuidado con lo que dices, imbécil!".

Ernesto se infló de orgullo. Sabía que su primo grande y fornido no se atrevería a tocarlo.

"Después de que cumplas con la escuela, te diré dónde está el espejo. Podrás mirarte y volver a cambiar. Luego, solo tienes que girar el pomo y el espejo quedará libre otra vez".

"¿Y qué pasa si alguien se mira antes que yo?".

Una sonrisa torcida apareció en el rostro de Ernesto. "Bueno, la persona desafortunada se vería exactamente como tú. Además, si el espejo se reinicia, nunca recuperarás tu cuerpo. Así que, más te vale ser amable conmigo... o si no".

El chantaje de Ernesto era tan vil como efectivo. Paco, atrapado en el cuerpo de su tía, se encontró en una posición imposible. ¿Cumpliría el trato de su primo o arriesgaría su propia vida para recuperar la suya?

"¡Dios, cómo me gustaría reventar tu cara de felicidad!" murmuró Paco, sintiéndose extrañamente hipnotizado por la belleza en el espejo. Ojos azules brillantes, una figura delgada y unas piernas estupendas le devolvían la mirada.

Ernesto se limitó a sonreír con autosuficiencia. "Será mejor que llames a tu 'sobrino' enfermo, 'mamá'", dijo, soltando una risotada.

Paco se dirigió al teléfono. Cada paso era una batalla contra el equilibrio, una danza incómoda sobre tacones de aguja que lo hacían tambalear. Marcar el número fue el siguiente desafío. Era surrealista escuchar la voz cultivada de su tía Britany, tan elegante y refinada, pidiendo permiso para que su 'sobrino', Paco, faltara a clases. La reverencia en la voz del otro lado de la línea era un cambio tan radical que casi le dio un ataque de risa. Se miró de nuevo en el espejo del pasillo. El reflejo de la mujer de 29 años lo observaba, y por un momento, la irrealidad de la situación lo abrumó. Se tocó la piel satinada de su nuevo rostro.





"Es hora de ir a la escuela, 'Madre'", anunció Ernesto, saltando de un pie a otro, rebosante de alegría.

"¿Dónde está el espejo, idiota?", le espetó Paco, la voz de la tía Britany sonando sorprendentemente autoritaria.

"¡Donde no lo vas a encontrar!", respondió Ernesto con una risa. "Te lo diré cuando hayas hecho lo que quiero en la escuela".

Paco, con un suspiro de frustración, preguntó: "¿Y cómo se supone que vamos a llegar, genio?".

"Fácil. Tú conduces ‘tu’ coche. Mamá siempre toma un taxi para ir al aeropuerto. Dice que es imposible aparcar cerca, así que solo se lleva las llaves de repuesto".

Una pequeña chispa de emoción se encendió en Paco. Al menos, podría conducir. Era una pequeña victoria en medio de la pesadilla.

"Me vas a cambiar de vuelta, ¿verdad?". El tono de Paco era una mezcla de amenaza y súplica.

Ernesto resopló. "Por supuesto, cabeza hueca. ¿Crees que quiero dos mamás corriendo por ahí? Sé realista". Le entregó las llaves del BMW de su madre. Paco notó que el llavero tenía una foto de la tía Britany. Un detalle minúsculo, pero que confirmaba la surrealidad de la situación. La ira le subió, pero se contuvo.




Paco caminó con precaución hacia el coche, con Ernesto riendo a carcajadas a sus espaldas. "¡Más vale que practiques, 'mamá'!", se burló el chico cuando Paco casi se cae. Ignorando las risas, Paco empezó a caminar de arriba abajo por el pasillo. En solo cinco minutos, había dominado el arte de caminar con tacones.

"¡Increíble! ¡Pareces mi mamá! ¡Incluso te mueves igual!", exclamó Ernesto, emocionado. "¡Estamos listos! ¡Nada puede salir mal!".

Si tan solo Ernesto supiera. La primera aventura de Paco al volante de un BMW terminó en un caos. El auto salió del garaje, rozando el buzón y la pared. Los tacones no ayudaban, y los nervios le jugaban una mala pasada. Después de un par de cuadras, se calmó. Las manos dejaron de temblar y la conducción mejoró. El viaje a la escuela estuvo lleno de bocinas y gritos, pero nadie sospechó. Todos creyeron que se trataba de otra mujer hablando por teléfono.

Afortunadamente, la escuela estaba a solo unos kilómetros. Ernesto se secó el sudor de la frente. "¡Caramba! Hubo tres veces en las que pensé que no llegaríamos", admitió.

"¡Cállate! Yo no pedí esto, ¿sabes? Ahora, recuerda: soy tu madre. No sé cuántos años de cárcel nos caerían si alguien se entera".

"¡Relájate! ¡Nada puede salir mal!", dijo Ernesto con una seguridad que a Paco le resultaba irritante.

Paco solo resopló. "Es curioso, resoplaste igual que mamá", comentó Ernesto, ganándose una mirada de odio.

Paco ignoró a su primo. Se dirigió a la oficina del director, un lugar que conocía bien. La secretaria, la señorita Crabbe, lo recibió con una sonrisa. "Señora Díaz. Qué gusto verla. El Sr. Jiménez la recibirá de inmediato", le dijo. Era extraño ser tratado con tanto respeto.

El director salió de su oficina. Paco se sorprendió al notar que el hombre, tan intimidante en su recuerdo, lo estaba mirando con una admiración descarada. La sorpresa lo hizo parecer tranquilo y elegante.

"Por favor, pase, señora Díaz".




Paco entró en el despacho. Se sentó, cruzando las piernas como su tía solía hacerlo. "Sé que esto es incómodo para usted, señora Díaz", dijo el director con una voz suave.

"Si este pomposo idiota supiera lo incómodo que es esto, se cagaría en un ladrillo", pensó Paco. La intimidación que sentía por el hombre que lo había castigado tantas veces desapareció. De repente, ya no era tan intimidante. Paco estaba a punto de descubrir el alcance del problema de Ernesto.

“No se preocupe, señor Jiménez”, dijo Paco con la voz serena de la tía Britany, “le aseguro que será castigado severamente en casa. Le quitaré todos sus juegos de ordenador, le encantan esos juegos”.

Con una sonrisa de admiración, el director Jiménez lo acompañó fuera de la oficina. Se giró hacia Ernesto y le dijo con severidad: “Bueno, tu madre y yo hemos llegado a un acuerdo. No más juegos de ordenador y estás castigado. Apuesto a que ahora te arrepientes de haber hecho trampa, jovencito”.

“¡Sí, señora!”, respondió Ernesto, ocultando una sonrisa triunfal. Agradecía a Dios por el espejo y por haber “convencido” a Paco para que lo ayudara. El solo pensamiento de perder sus juegos de Fortnite lo hizo estremecer.

En el pasillo, Paco firmó la hoja de permiso para la excursión de Ernesto. Se sorprendió al ver que su letra, en lugar de su garabato ilegible, era la caligrafía fluida y elegante de su tía. Un suspiro de alivio lo recorrió.

Al salir, Paco sonrió para sí mismo, planeando la venganza perfecta por haber sido puesto en esta situación. Se dirigió a Ernesto con una sonrisa que era puro sarcasmo y le despeinó los mechones dorados. “Nunca podría negarle nada a mi dulce bebé, mi querido Ernesto”, dijo con la voz más melosa que pudo.

Ernesto se puso tan rojo como un camión de bomberos mientras sus compañeros se reían.

“Ay, cariño, olvidé algo”, dijo Paco a la maestra, “necesito hablar con mi hijo, es un asunto de familia”. Con una sonrisa, arrastró a un avergonzado Ernesto fuera del salón de clases.

Una vez a solas, Paco se puso serio. “Ya hice mi parte. Ahora dime, ¿dónde está el espejo?”.

“¡Búscalo tú mismo, bocazas!”, le respondió Ernesto, furioso.

“¿Qué?”, Paco logró contener el grito por poco.

“Después de la forma en que me avergonzaste ahí dentro, ¡olvídalo! Quiero que sudes buscándolo. ¡Nunca lo encontrarás!”.

“Pero, Ernesto…”, balbuceó Paco.

“Hasta luego, ‘mamá’”, dijo Ernesto, dándose la vuelta y corriendo de regreso a clase.

Paco se quedó de pie, atónito, como si lo hubieran congelado con una pistola de rayos. La rabia lo consumía. Lo encontraría, se cambiaría de nuevo, y cuando Ernesto regresara de su viaje, le daría una paliza que nunca olvidaría. Con esa determinación, se apresuró de vuelta al coche. La prisa por encontrar el espejo lo hizo conducir mejor.

Al llegar a la casa, Paco empezó a buscar. Cocina, sala… nada. De pronto, el timbre de la puerta sonó. Abrió y su corazón se detuvo. Era su madre. Tenía la certeza de que su mamá, de alguna manera, lo descubriría. Pero se sorprendió cuando ella se acercó y le dio un beso en la mejilla.

“Britany, veo que estás en casa. No estaba segura de si habías olvidado nuestro almuerzo, estabas tan enojada con tu esposo la última vez que hablamos”.

Paco forzó una sonrisa mientras su madre seguía hablando sin parar. “¿Te importaría conducir? ¡Me encanta ir en tu auto! Es mucho mejor que el mío”.

Con el corazón latiéndole a mil, Paco las llevó a Neiman Marcus, el lugar favorito de su mamá y su tía. No podía creerlo. Se estaba saliendo con la suya. Solo tuvo que dejar que su madre divagara. Mientras conducía, notó que cada vez se sentía más cómodo al volante.




“Britany, tienes tanta suerte de haberte casado bien. Ricardo es un hombre de ensueño y le va muy bien. A menudo me pregunto cómo habría sido mi vida si no hubiera tenido que casarme con Manuel cuando me embaracé de Paco. Eso es lo que pasa cuando aceptas una cita para el baile de graduación y te emborrachas y tienes sexo después”.

Paco casi se ahoga. ¿Su mamá y su papá se habían casado por obligación? ¿Su mamá había sido una "zorra fácil" en el baile de graduación? Esto era más de lo que necesitaba saber.

“Sí, sería lindo no tener que trabajar medio tiempo en Soriana para llegar a fin de mes. Gracias a Dios por nuestra herencia, de lo contrario no habría podido pagar ni siquiera la entrada de una casa cerca de ti, ¡aunque no sea tan bonita como la tuya, claro!”. Su madre suspiró. “Tienes tanta suerte de no tener que trabajar y solo hacer tus obras de caridad”.

Paco tomó un sorbo del vino blanco que su madre había pedido. La camarera lo llamó Chardonnay. Bajó tan suave como la seda. Se dio cuenta de que las bebidas de adultos eran mucho más que Pepsi.

“Ni siquiera podría permitirme comer aquí si no fueras tan amable de pagar la cuenta”, dijo su madre, insinuando sin rodeos.

Paco pensó en los cien dólares que Ernesto le había dado, ahora en su bolso. Suspiró. Gran parte de su pago se iba a ir.

Más tarde, tuvo que ir al baño de mujeres. Su madre la acompañó. Dios, la vergüenza de bajarse las bragas... ¡todavía las bragas! Y luego, tener que orinar sentado como una chica. Se encontró limpiándose sin pensarlo. Al salir, su madre lo esperaba.

“¿No vas a retocarte el maquillaje, hermana?”.

Paco hurgó en el bolso de la tía, buscando una excusa. Forzó una sonrisa. “Me equivoqué de bolso, no hay maquillaje”.

“Qué pena”, dijo su madre. “¿Quieres usar mi labial?”.

“No, gracias… ¡Sally!”, soltó Paco, usando el nombre de su madre. La mirada de ella se endureció.

“¿No soy lo suficientemente buena para ti, Britany?”, preguntó su madre con un tono dulzón pero cortante.

“No es eso”, se apresuró a corregir Paco. “Solo creo que me veo bien así”.

Su madre no parecía convencerse. Paco se miró en el espejo y, para su sorpresa, se dio cuenta de que sí necesitaba un retoque. Recordando la marca de maquillaje de su tía, se dirigió al mostrador y le pidió a la dependienta que la maquillara. La transformación fue espectacular.




Paco sintió que jamás se libraría de su madre. La siguieron de compras, y para su asombro, se encontró disfrutando de probarse zapatos. Un par de botas de tacón de Italia le encantaron. El dependiente le preguntó: “¿Quiere cargarlas, señora Díaz?”.

El pánico se apoderó de Paco. No tenía el dinero. “¡No traje mi tarjeta de crédito!”, exclamó.

La mujer, no dispuesta a perder una venta, sonrió con profesionalidad. “¡No hay problema! Sabe que puede cargarlas sin su tarjeta”.

Y así, Paco terminó comprando las botas. ¿Qué pensaría su tía? También le compró una blusa a “su hermana Sally”. La tarde se le fue de las manos. Se sentía como si hubiera entrado en un mundo paralelo a través del espejo. Tenía que volver pronto a casa y encontrar el espejo antes de que su tío Ricardo regresara.


Finalmente se zafó de su madre y, con la determinación de un cazador, empezó a buscar el espejo. “¡Voy a matar a Ernesto!”, pensó.

Revolvió todo el estudio, asegurándose de dejarlo todo en orden después. Luego, se metió en el cuarto de su primo. Paco odiaba esa habitación, llena de cosas caras. Desordenó todo a propósito, sintiendo una oscura satisfacción. “¡Que Ernesto se meta en problemas!”, pensó. Pero el espejo no estaba allí.

Ernesto solo tuvo unos minutos para esconderlo. Tenía que estar en la casa. Paco se puso más nervioso. La idea de estar atrapado en el cuerpo de la tía Britany, de vivir para siempre en un caos de moda y responsabilidades, lo aterrorizaba.

Recordó el vino del restaurante y fue a la nevera. Sacó una botella de Chardonnay y, con algo de dificultad, la abrió. Después de todo el estrés, necesitaba un trago. El sabor era suave. Terminó la primera copa y, fortalecido, se sirvió una segunda.

Con el valor renovado, se adentró en el súper femenino dormitorio de la tía Britany. ¿Cómo podía el tío Ricardo dormir en un lugar así? Comenzó a buscar en los armarios y los cajones. ¡Britany tenía una cantidad ridícula de ropa! Después de buscar, encontró, un cajón lleno de lencería de encaje. Los ojos de Paco se abrieron de par en par. La ropa interior era increíblemente sexy. Levantó un precioso Camisón de encaje negro.

Paco se miró en el espejo, con el camisón negro de encaje. "Me pregunto cómo se verán las mujeres desnudas. Hay mucho tiempo para volver a cambiarme", pensó, y se desnudó lentamente. ¡Wow! Se paró frente al espejo del tocador, recuperando el aliento. Su tía Britany era una auténtica bomba. Se puso el camisón ll negro de encaje y se miró de nuevo. ¡Parecía una hermosa modelo! Paco empezó a tocar su nuevo cuerpo, y se sintió muy bien. La excitación lo invadió, una sensación que no sabía cómo manejar.





La puerta del dormitorio se abrió y Paco se giró para encontrarse con el tío Ricardo, que lo miraba con una amplia sonrisa.

“¡Britany! ¡Qué agradable sorpresa! Estoy tan contento de que decidieras no ir a casa de tu madre y que estés aquí, saludándome con mi negligé favorito. Me alegro de haber llegado a casa antes”.

Paco, atónito, no supo qué decir. Se quedó mirando a Ricardo con los ojos abiertos. El hombre cruzó la alfombra, tomó a un Paco aún más sorprendido en sus brazos y lo besó. Las manos del tío Ricardo empezaron a acariciar sus pechos. ¡Dios mío, se sentía tan bien! La mente inmadura de Paco no podía procesar el torrente de emociones y sensaciones femeninas que lo invadían. Se encontró con sus ahora delgados brazos alrededor del cuello de Ricardo y le devolvió el beso con un entusiasmo que lo asustó. Se rió cuando el hombre lo levantó y lo llevó de vuelta a la cama.




Paco, ahora como si fuera una mujer primitiva, se frotó contra el cuerpo de Ricardo. Él, entre jadeos, susurró: "¡Dios, hoy estás ardiendo, Britany!".

La cubrió de besos, y ella gimió. Sus manos se aventuraron a despojar a Ricardo de su ropa. Pronto, los dos estaban enredados en las sábanas. Ricardo nunca la había conocido tan entusiasta o apasionada. Era una locura. Paco nunca había experimentado tanto placer. Tener a "su hombre" en sus brazos era maravilloso, ¡maravilloso! Hicieron el amor tres veces esa noche.

"¡Britany, cariño, deberíamos discutir más a menudo! ¡Guau, doble guau! ¡Estuviste increíble! Huelo el vino en tu aliento y lo saboreo en tus labios sensuales. ¡Tendré que aumentar nuestra bodega si esto sigue así!", bromeó Ricardo.

Paco sonrió, satisfecha. Su marido era bueno, y estaba completamente enamorado. Envolvió sus encantadoras piernas y brazos alrededor de él, y se quedaron dormidos. Paco nunca había sido tan feliz.

A la mañana siguiente, se despertaron y volvieron a hacer el amor.

"Estoy seguro de que te alegras de haber enviado a Ernesto a ese viaje, ¿verdad, Britany?", dijo Ricardo.

"¡Yo también!", ronroneó Paco. Sensualmente, se levantó y se maquilló el rostro con los productos que había comprado, queriendo lucir lo mejor posible para su hombre. Luego, decidió prepararle el desayuno.

"¿Tocino y huevos?", preguntó Paco.

"¡Me encanta! Es tan agradable que me prepares un desayuno caliente, cariño. Tan considerada", respondió Ricardo.

Paco lo besó. "Me alegra hacerlo. Me hace sentir bien, Ricardo, hacerlo por mi hombre. Eres tan dulce".

Se deslizó a la cocina y preparó el desayuno. Cada paso era un placer. Al final, Ricardo la recompensó con un beso, y eso fue pura dicha. Después, volvieron a la cama.

Ricardo la abrazó y le dijo: "¡Y pensar que el jueves estaba preocupado por nuestro matrimonio, Britany!". Se rió, encantado.

La llevó a dar un romántico paseo por el jardín. Las flores se sentían maravillosas, y fue aún más increíble caminar de la mano con su marido. Esa noche, cenaron en el Café de France. Paco se sentía sexy y radiante en su vestido de seda negro y dorado.

Tuvieron otra noche de pasión, y a la mañana siguiente, Paco le preparó otro desayuno.

Ricardo la besó y le dijo: "¡Maldición, cariño, lamento tanto esta cita de golf con unos clientes! Preferiría quedarme en casa contigo".

Paco lo besó. "No te preocupes, querido. Pásalo bien. Tengo cosas que hacer en la casa".

Paco se alegró de que su marido se fuera. Sabía que el avión de la verdadera Britany llegaría pronto. No sería bueno que "su" hombre viera a la otra mujer. El antiguo Paco se armó de valor. No iba a renunciar a su hombre. Había hecho sus planes mientras él dormía. Lo hacía más por él que por sí misma, se dijo con firmeza. Ricardo se merecía una esposa cariñosa, no una arpía que se quejaba todo el tiempo.

Escuchó un coche y miró por la ventana. La "perra" había llegado. Era hora de poner su plan en marcha.


El Final Inesperado: Vidas Cambiadas para Siempre

Britany se bajó del taxi y, con el ceño fruncido, entró en su casa. Estaba segura de que su breve ausencia le había dado la perspectiva que necesitaba para arreglar las cosas con Ricardo. Dejó su bolso en el perchero y exclamó: "Ernesto, Ricardo, ¡ya estoy en casa!". Oyó el sonido de unos tacones y, al girarse, se quedó sin aliento. La mujer que se acercaba era ELLA. Atónita, vio su propio rostro sonriéndole.

La falsa Britany levantó un espejo y quitó la tela que lo cubría. Dentro del espejo, había una imagen de su sobrino, Paco. Britany se sintió mareada. Cerró los ojos y se desmayó.

Cuando se recuperó, lo único que pudo hacer fue gritar. Y gritarle a su propia cara, que le sonreía.

“¿Quién eres?”, logró decir, pero su voz era la de un adolescente, rasposa y sin pulir.

“Soy tu tía, la señora Britany Díaz, por supuesto”, respondió la impostora con frialdad y una sonrisa complaciente. “¿Cómo te sientes, ‘Paco’?”.

“¿Paco? ¿Por qué me llamas Paco? ¿Qué le pasa a mi voz y por qué me siento tan raro?”. Britany se puso de pie, torpe. Volvió a gritar, esta vez al ver su reflejo en el espejo del pasillo: un chico. Se tocó el cuerpo musculoso. Era real. Era su sobrino Paco.

“¿Qué me has hecho?”, gritó.



“Te he convertido en mi antiguo yo. Ahora eres Paco y yo soy tu encantadora tía Britany, ¡así que compórtate, jovencito!”, se rió la impostora con superioridad.

“¡Estás loca! ¡Nunca te saldrás con la tuya! ¡Mi marido no se dejará engañar!”.

La única “Britany” que quedaba se rió. “¡De ninguna manera! ¡Pasamos el fin de semana más delicioso juntos! Él es tan maravilloso… no voy a renunciar a mi hombre. Ahora es mío. Tú no lo apreciabas ni lo merecías. Yo sí”.

“¡Estás demente!”, dijo Britany, su nuevo cuerpo temblando de miedo.

La falsa Britany la abofeteó. “Cuida tu lengua, jovencito. ¿Quieres que le diga a tu madre, mi hermana Sally, que fuiste grosero?”.

La cara que ahora usaba Britany se quedó helada. “¿Mi madre, Sally?”, repitió estúpidamente.

La nueva Britany se regocijó de ver al chico tan aturdido. Sintió un poco de lástima, pero no iba a renunciar a su marido. “Paco, tienes dos opciones. Puedes comportarte y aceptar tu nueva vida como un adolescente… tendrás muchos años más para vivir como mi sobrino y podrás regresar a la escuela”.

“¡Pero yo odiaba la escuela! ¡Y no quiero ser un chico!”.

“O si no te gusta ser Paco, ¡puedo transformarte en un perro y llevarte a la perrera!”.

“¡No lo harías!”.

“¡Inténtalo!”.

La antigua Britany miró el rostro duro e implacable. Comenzó a sollozar. Sabía que nadie le creería. “Tú ganas, perra”, murmuró, y recibió otra bofetada.

“Cuida tu lengua, jovencito. ¡Me llamas tía Britany y me muestras respeto o te vas a la perrera! ¡Ahora, repítelo!”.

El chico enterró la cara en sus manos pecosas. El nuevo Paco sollozó. “Lo siento, tía Britany. Haré lo que digas”.

La nueva y ahora eterna Britany sonrió, le revolvió el pelo rojo y dijo: “No será tan malo, Paco. Te adaptarás de inmediato. Yo sé que lo he hecho”. El nuevo Paco se estremeció. Sería un hombre, y uno inútil, por el resto de su vida.

“Bueno, será mejor que te lleve a casa. Mi hermana, tu madre, ha estado llamando. Le dije que te quedarías el fin de semana. Aquí está tu horario de clases. Te dije que estabas enfermo el viernes, así que ten cuidado, ya que tu padre es estricto. Ahórrate el cinturón”.

El adolescente empezó a llorar. La puerta del garaje se abrió, y su antiguo marido entró.

“No sabía que estabas aquí, Paco”, dijo Ricardo.

El nuevo Paco tuvo que ver cómo la nueva Britany le devolvía el beso a su marido con cariño y se acurrucaba en sus brazos.

“Vuelvo enseguida, Ricardo. Tengo que llevar a Paco a casa. Despídete de tu ‘tío Ricardo’, Paco”, le dijo la nueva ‘Britany’ con una sonrisa triunfal.

Con el corazón roto, ‘Paco’ asintió. Lloró todo el camino a su nuevo hogar.

“¡Ahora seca esas lágrimas y sé un hombre, Paco!”, le ordenó la hermosa mujer.

El nuevo Paco vio a Sally, su nueva madre, abrazar a su hermana. “Gracias por darme el fin de semana sin el mocoso, Britany. A veces es una verdadera prueba”.

“No hay problema, hermana”, respondió ‘Britany’ con una sonrisa cortés.

“Espero que te hayas portado bien con tu tía”, le preguntó su nueva madre.

Él solo asintió hosco y se dirigió a su nueva habitación. Apretó los puños. Se vengaría de todos.


Epílogo: La Vida en el Nuevo Espejo

Ricardo se convirtió en el hombre más feliz. Su esposa era cariñosa, sexy y una gata salvaje en la cama. Le compraba todo lo que quería y nunca volvieron a discutir. La vida era maravillosa.

Britany, ahora en el cuerpo de Paco, dejó de ver a sus nuevos tíos, tan felices y enamorados que le daba asco. En la escuela se peleaba más que nunca, y su madre siempre le decía que fuera más como su primo Ernesto. Odiaba cómo sus padres lo trataban. Tuvo que conseguir un trabajo en un lugar de hamburguesas para ahorrar para un coche. Sabía que no entraría a la universidad, así que se preparaba para trabajar con su padre. Estaba pensando en dejar la escuela.

Ernesto se alegró de que sus padres se llevaran tan bien. Su nueva madre le prestaba menos atención, lo que le agradaba. Estaba furioso con Paco por destruir el espejo. “El imbécil lo escribió incluso en mi ordenador, que siempre le digo que no toque”, pensó. Pero, “al menos no hubo ningún daño por tener a Paco convertido en mi madre … así que está bien, lo que bien acaba”, se consoló.

El final.

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