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jueves, 3 de julio de 2025

La Broma del Hada: Un Deseo Demasiado Bien Concedido

 Esta historia se desarrola en el universo de "karakai jouzu no takagi san" o "Takagi san la reina de las bromas"


La Broma del Hada: Un Deseo Demasiado Bien Concedido

Nishikata lo sabía. Sentía esa punzada en el pecho, esa mezcla de fascinación y exasperación que solo una persona en el mundo podía provocarle: Takagi-san. Quería conocerla, sí, pero no de la forma en que los demás lo entendían. No se trataba de desenmascarar sus bromas o anticipar sus burlas; era un deseo más profundo, más íntimo. Quería desentrañar el misterio de esa sonrisa, de esos ojos que veían a través de él.

Un día, saliendo de la escuela bajo el sol de la tarde, Nishikata caminaba con sus amigos, Takao y Kimura. Sus risas y empujones lo rodeaban, mientras ellos, con la insolencia de la juventud, lo inquirían sin piedad sobre su "relación" con Takagi.

"¡Vamos, Nishikata! ¿Qué se traen tú y Takagi-san? ¡Cada día están más pegados!", soltó Takao con una sonrisa pícara.

Kimura, siempre más directo, añadió: "Sí, Nishikata, ¿ya la invitaste a salir? ¡O ella te invitó a ti!".

Nishikata, con el rostro enrojecido, se negaba a contar algo, desviando el tema con balbuceos y negaciones. Pero la verdad era que en lo más profundo de su ser, anhelaba saber más de ella, mucho más de lo que jamás admitiría en voz alta. Quería entenderla, descifrarla, ir más allá de la superficie de las bromas. Quería saber qué hacía en casa, cómo era su vida lejos de la escuela, cuáles eran sus verdaderos pensamientos.

Cuando se despidieron y él se dirigía a su casa por el sendero arbolado, un suspiro escapó de sus labios, más una súplica al universo que un pensamiento consciente. "¿Cómo me gustaría saber más de Takagi?", musitó al viento, sin saber que sus palabras, cargadas de un deseo genuino, habían llegado a oídos muy particulares.

Justo por ese lugar, revoloteando con la ligereza de una mariposa y una sonrisa traviesa que solo ella poseía, iba pasando el Hada de las Bromas. Conceder deseos era su pasatiempo, pero solo si la forma de concederlos era… divertida. Y la petición del muchacho de la frente ancha le pareció una idea ¡absolutamente deliciosa! "Este chico tiene potencial para el caos", pensó el Hada, y con un destello de magia que solo ella vio, tejió la manera más hilarante e inesperada de concederle su deseo.

En cuestión de segundos, el mundo de Nishikata se disolvió en un torbellino de colores y sensaciones. El sendero familiar, el olor a tierra mojada, el sonido de los pájaros… todo fue engullido por un vacío vertiginoso. Cuando el mareo cesó, se encontró en otro lugar, distinto al que estaba. La luz era más cálida, los techos más altos. Se hallaba en una casa que no conocía, una con un aire hogareño pero ajeno. El pánico comenzó a burbujear en su estómago. ¿Qué estaba pasando? ¿Era una broma de Takagi-san? ¡Esto era demasiado!

Desesperado, buscó una salida, una pista. Cuando de pronto, vio un espejo de cuerpo completo en una pared. Se acercó con lentitud, el corazón martilleándole en el pecho, y se vio en él. La sorpresa fue un puñetazo en el estómago, un shock tan inmenso que le robó el aliento. Él, Nishikata, el torpe y avergonzado Nishikata, tenía el cuerpo de una mujer adulta.

Pero lo más aterrador y desconcertante era su cara. Su rostro, con su característica frente y sus ojos redondos, era exactamente el mismo. Era su propia cabeza, asomando de un cuerpo completamente ajeno, con curvas inesperadas y una estatura mayor.

"¿Pero… por qué tenía el cuerpo de una… MILF?", pensó, la palabra resonando en su mente con un eco vergonzoso. "¿Era acaso un sueño? ¿Una pesadilla causada por alguna broma de Takagi?". Se pellizcó el brazo, el dolor fue real, agudo. No era un sueño.

Así que empezó a recorrer la casa, sus nuevas piernas femeninas moviéndose con una extraña soltura. La preocupación crecía con cada paso. ¿Dónde estaba? ¿Qué era este lugar? Y entonces, en la sala de estar, vio una mesa con varias fotos enmarcadas. Se acercó con el corazón en la garganta. Cual fue su sorpresa, y el golpe de realidad, cuando en una de ellas vio a Takagi-san. Ella, con su sonrisa tranquila, estaba de pie junto a una señora y un señor, que pensó que debían ser sus padres. El cuerpo de la señora en la foto era muy similar, inquietantemente similar, al que él tenía en ese momento. Una blusa elegante, un collar llamativo y unos aretes grandes adornaban a la mujer en la imagen, y Nishikata no pudo evitar notar que su nuevo cuerpo vestía prendas parecidas.



No sabía por qué, ni cómo, pero estaba en un gran lío. Un lío enorme. Un desastre de proporciones épicas. ¿Qué iba a pasar cuando llegara Takagi-san? Y sabía que no debería tardar mucho. ¿Qué le diría al ver que él, Nishikata, tenía el cuerpo de su madre? La vergüenza que sentía en su propio cuerpo era insoportable, pero esta… esta era una nueva dimensión de la humillación.

Entonces, la segunda parte del deseo de Nishikata, esa que el Hada de las Bromas había concebido con malicia brillante, se activó. De golpe, como si un dique se hubiera roto en su mente, le llegaron todos los recuerdos de ser la madre de Takagi-san. Cada momento compartido, cada conversación, cada preocupación, cada pequeño detalle de su vida cotidiana. Todo lo que había vivido con ella, desde su nacimiento, sus travesuras, sus alegrías y sus tristezas, ahora lo sabía. Sabía mucho más de ella de lo que jamás debería saber. Se sentía invadido, abrumado, una biblioteca entera de vivencias ajenas descargándose en su cerebro. Ahora, con esa información, no solo podía hacerse pasar por su madre, sino que era su madre, en esencia, a pesar de que su propia conciencia de Nishikata seguía presente. Pero eso no solucionaba lo de la cabeza, la incongruencia de su propio rostro en el cuerpo de una mujer adulta.

En ese preciso instante, la puerta principal se abrió y Takagi-san entró, su voz melodiosa resonando por la casa, tan despreocupada como siempre. "¡Buenas tardes, mamá, ya está la cena!", la saludó, como si nada fuera inusual.

A lo que Nishikata, con una naturalidad asombrosa nacida de los recuerdos implantados, contestó: "Ya casi está, hija, pero… ¿no notas algo extraño?". El corazón le latía con fuerza, esperando una reacción, un grito, una burla.

A lo que Takagi-san respondió con su habitual calma, inclinando la cabeza ligeramente: "No, ¿por qué? ¿Algo va mal?". Su mirada era inocente, desprovista de cualquier indicio de sorpresa o sospecha.

Nishikata, con una tranquilidad fingida que lo sorprendió a sí mismo, dijo que no, que nada iba mal, pero quería su opinión sobre algo trivial. Takagi-san, con su acostumbrada serenidad, dijo que iba a subir a cambiarse antes de la cena. Nishikata pensó que era extrañísimo, casi surrealista, que solo él viera su propia cabeza en el cuerpo de una mujer adulta, mientras que para el resto del mundo era la mismísima madre de Takagi-san. Suspiró, un leve alivio. No había que dar explicaciones. De momento.

Nishikata cenó con su ahora hija, su cerebro todavía procesando la avalancha de recuerdos. Pasó muy buen momento, aprendiendo más de ella en esa noche que en todo el año escolar juntos. Ella hablaba mucho de él, del verdadero Nishikata: "Nishikata hizo esto y aquello… le hice esta broma y cayó redondito… no pude verlo a la salida porque se fue con sus amigos". En cada mención de su propio nombre, Nishikata sentía una punzada de extrañeza. Y una pregunta ominosa comenzó a formarse en su mente: ¿Si él era la madre de Takagi-san, entonces dónde estaba la verdadera madre? ¿Y qué había pasado con su propio cuerpo? ¿Estaría la mamá de Takagi-san en su cuerpo de chico, pasando por sus propias desventuras?

Los problemas, sin embargo, llegaron con la hora de acostarse, y con la llegada del papá de Takagi-san. Él entró en casa, con la fatiga del día en sus hombros, y se acercó a su esposa (ahora Nishikata) para darle un beso. El contacto fue un choque eléctrico para Nishikata, que tuvo que aguantar la náusea, la verdad, quería vomitar. Le dio de cenar a su "marido" con manos temblorosas, mientras Takagi-san, ajena a la tensión, se fue a la cama. El papá se sentó a ver la televisión y, con una sonrisa relajada, dijo: "Querida, ven y siéntate junto a mí, ya sabes cómo me gusta tenerte junto a mí cuando estamos solos…".

Nishikata lo pensó mucho, un torbellino de pánico y vergüenza recorriéndolo. Pero con los recuerdos de la mamá de Takagi-san invadiéndolo, la memoria muscular de la esposa que era, no le quedó de otra. Se acercó al papá y se sentó junto a él. El papá la abrazó con naturalidad y le dio un beso en la mejilla, un beso que se sintió escalofriantemente real. "Mi amor", susurró el papá, con una voz cargada de anticipación, "el fin de semana nuestra hija sale de excursión, no estará por tres días. Días que aprovecharemos para estar solos, tú y yo…".

Esto le dio pánico a Nishikata. ¡Pánico absoluto! ¿Regresaría a la normalidad en esos tres días? ¿O los pasaría con el papá de Takagi-san, en el papel de su esposa? La idea lo heló hasta los huesos.



A la mañana siguiente, el baño fue un problema, una confrontación incómoda con su nueva realidad. Tuvo que verse desnuda frente al espejo, sus ojos (sus propios ojos) analizando con una mezcla de horror y curiosidad las curvas y formas de su cuerpo prestado. Aunque la tentación era abrumadora, se resistió a tocar, pensando que si lo hacía, ya no habría vuelta atrás. Luego, se dio cuenta de que no le costó nada vestirse, desde la ropa interior (que se sentía extraña pero familiar), una blusa que se ajustaba a su nuevo busto, pantalón y zapatos de tacón bajo. Se maquilló de acuerdo con sus recuerdos, con una destreza sorprendente. Se peinó, y decidió averiguar qué pasaba con su propio cuerpo. La sorpresa fue aún mayor: no pasaba nada. Su cuerpo, el de Nishikata, también estaba en casa, y se comportaba como siempre, como si él estuviera dentro. Parece que algo lo había dividido.

Entonces se acordó del deseo de conocer más a Takagi-san. De alguna manera, se le había concedido de la forma más literal y retorcida posible. Pero ahora no sabía si él era la mamá de Takagi-san con recuerdos de Nishikata, o si Nishikata tenía el cuerpo y los recuerdos de la Mamá de Takagi-san, pero su mente había sido… clonada, o dividida. La incertidumbre lo carcomía.

Miró los días en el calendario. Tres días. Se resignó a la idea de que seguramente no podría regresar a la normalidad. Tres días. Se resignó a pasar tres días como la esposa del papá de Takagi-san, una resignación que sabía a ceniza en su boca. Lo que no sabía, lo que el Hada de las Bromas había planeado, era que esos tres días serían solo el comienzo del verdadero tormento, una inmersión completa en una vida que nunca fue la suya, y de la cual no habría escapatoria. La broma apenas comenzaba.


La Broma del Hada: Un Deseo Demasiado Bien Concedido (El Vacío de una Vida Prestada)

El tic-tac del reloj en la cocina resonaba como los golpes de un martillo, cada segundo una sentencia. Nishikata, atrapado en la piel y los recuerdos de la madre de Takagi, sentía el peso de la resignación crecer en su pecho. Los tres días del viaje de Takagi-san, que antes se vislumbraban como una eternidad de vergüenza y pánico, ahora se extendían ante él como un abismo sin fin. Se resignó a pasar ese tiempo como la esposa del papá de Takagi-san, un pensamiento que le revolvía el estómago, pero que la marea de recuerdos de "esposa" hacía parecer inevitable.



La primera noche sin Takagi-san fue una tortura. El papá, despreocupado, se acercó a "su esposa" con la familiaridad de años, buscando la intimidad que Nishikata jamás había imaginado. Cada caricia, cada palabra cariñosa, era un golpe, cada penetración una tortura, y cada nueva posición algo que mejor querría olvidar. para la conciencia del joven atrapado. Tenía que fingir, responder con las frases adecuadas, mover su cuerpo con la familiaridad de la madre de Takagi fingiendo que le gustaba, haciendo ruidos y frases de mas, mas, pero mientras por dentro, la mente de Nishikata gritaba en silencio. La repulsión era un nudo en su garganta, la vergüenza, un rubor constante que nadie más veía. Durmió (o intentó dormir) al lado del papá, sintiendo la cercanía de un hombre al que conocía como "el padre de su amiga", no como su cónyuge.

Pero... Después de la intimidad, el ritual del baño fue una confrontación aún más íntima con su nueva y aterradora realidad. Se vio una vez más desnudo en el espejo, su propia cara asomando de un cuerpo con curvas aun desconocidas, un busto prominente y caderas más anchas. Sus ojos, los de Nishikata, recorrían con una mezcla de horror y una extraña curiosidad las formas que ahora le pertenecían. Después de la noche con "su esposo" Estaba todo pegajoso y el condón aun seguía en su vagina, era algo que nunca pensó, dándose cuenta que las mujeres después de hacer el amor no la tenían fácil, era algo muy espeluznante e incluso algo asqueroso.

Pero cuando Nishikata estaba solo, si se tocaba, y se masturbaba, era el unico placer que tenía siendo la madre de Takagi, la sexualidad femenina era muy placentera sin un hombre junto a el..  

Después, se dio cuenta que ya tenia aprendida la rutina, sus manos moviéndose con una memoria muscular ajena, seleccionando la ropa interior, la blusa que se ajustaba a su nuevo busto, un pantalón o falda, y zapatos cómodos o de tacón. Se maquilló de acuerdo con los recuerdos de la madre de Takagi, con una destreza sorprendente, peinándose el cabello castaño con una naturalidad escalofriante.

Una vez mas fue a su antigua casa para espiar al Nishikata que estaba ahí, y si... Su cuerpo de Nishikata también estaba en casa, y se comportaba como siempre. Su yo físico seguía su rutina escolar, asistiendo a clases, respondiendo a sus amigos, riéndose con Takagi-san y enojándose por sus bromas, completamente ajeno a la pesadilla que su "otro yo" estaba viviendo. Parecía que el Hada de las Bromas no solo había intercambiado cuerpos, sino que había dividido su esencia. Una parte de Nishikata estaba atrapada en el cuerpo de la madre, y otra parte, su cuerpo original, continuaba su vida, un autómata inconsciente, bajo el control de... ¿quién? ¿La verdadera madre de Takagi? ¿O simplemente un eco de su propia programación?

Nishikata, ahora en la piel de la madre de Takagi, se resignó a hacerse pasar como la esposa del papá de Takagi-san. Pero la resignación era solo la primera capa de su tormento. Cada día que pasaba, la conciencia de la madre de Takagi, sus hábitos, sus gestos, sus patrones de pensamiento, se arraigaban más profundamente en su ser. Él seguía siendo Nishikata por dentro, el joven de secundaria, con sus propios recuerdos y su propia vergüenza intacta. Pero por fuera, y cada vez más por instinto, era ella. Preparaba las comidas favoritas del papá, reía de sus chistes aburridos, se sentaba junto a él en el sofá con una familiaridad que le helaba la sangre, se dejaba abrazar y después ponía su cabeza de su marido en sus piernas. No era un disfraz; era una fusión forzada.

El verdadero dolor, sin embargo, no fue la incomodidad física o la vergüenza de su nueva vida doméstica. Fue la soledad. Nishikata estaba completamente solo en esa pesadilla. No podía hablar con nadie, no podía explicarle a Takagi-san lo que le había sucedido. Su propio cuerpo estaba ahí fuera, viviendo su vida normal, ajeno a su sufrimiento. Se había borrado del mapa para todos, excepto para sí mismo. Era un fantasma atrapado en el cuerpo de otra persona, condenado a vivir una vida ajena, con recuerdos ajenos, y a responder a un nombre que no era el suyo.

Los días pasaron. Takagi-san regresaba del colegio, y la casa volvia a llenarse de su risa y sus bromas. Nishikata, ahora como "su mamá", la observaba con una intensidad que nadie notaba. Conocía sus sueños más profundos, sus miedos secretos, sus pequeñas manías. Había accedido a su universo más íntimo. Pero el precio era que ya no podía ser él mismo para ella. Solo podía ser la figura materna, la confidente, la observadora silenciosa de la vida de la chica que tanto quería descifrar. Sin embargo eso le daba algo de felicidad a su pobre y oscura vida, llegaban momentos donde pensaba en que era su hija, y de pronto el golpe que realmente no lo era.

El tiempo se estiró en una existencia monótona y desesperante. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses. Nishikata, como la madre de Takagi, veía a su propio cuerpo (el "otro Nishikata") interactuar con Takagi-san en la escuela, notando cómo ella continuaba sus bromas, su cercanía, su misteriosa conexión. Había momentos en que el "otro Nishikata" parecía frustrado o avergonzado por las travesuras de Takagi, y el Nishikata atrapado en el cuerpo de la madre sentía una punzada de celos, de nostalgia por esa vida que le había sido arrebatada.

La ironía era una cadena alrededor de su cuello. Su deseo se había cumplido: ahora conocía a Takagi-san mejor que nadie. Conocía sus más íntimos secretos, sus pensamientos más recónditos. Era la persona más cercana a ella, su madre. Pero la había perdido para siempre como Nishikata, el compañero de clases, el blanco de sus bromas, el chico que la admiraba en secreto. La cercanía que había anhelado se había transformado en una distancia insuperable, una barrera de identidad y rol.


Epílogo: El Rostro de la Condena

Un año había pasado desde aquel fatídico día. Nishikata, o sea la madre de Takagi, se había acostumbrado a su nueva realidad, aunque la palabra "acostumbrarse" era un eufemismo cruel para el tormento silencioso que vivía. Se había convertido en la madre de Takagi-san, y la esposa de su padre, con una eficiencia casi mecánica. Su tormento no se había hecho menor; de hecho, se había intensificado. Pero ahora, su sufrimiento no era solo por su propia pérdida, sino por Takagi. Quería ser la mejor madre y la mejor esposa, quería que la vida de Takagi siguiera sin tropiezos, sin las sombras que ahora conocía. Se esforzaba en cada detalle, en cada comida, en cada conversación, para que la fachada de normalidad fuera perfecta.

Entonces, un día, el Hada de las Bromas volvió a pasar por ese lugar. Observó su creación. Una ceja se arqueó en su rostro etéreo. Su hechizo, aunque maravillosamente caótico, había salido con un pequeño "defecto": le había dejado la cabeza al chico. Una anomalía. Aunque nadie se había dado cuenta de la cabeza de Nishikata en el cuerpo de la madre, al Hada le gustaba la perfección en sus travesuras. Así que, como un favor especial, un capricho de su naturaleza caprichosa, y sin consultarlo, le puso la cabeza de la verdadera madre de Takagi-san. Pero nada más. Solo el rostro.

De pronto, Nishikata se dio cuenta de que algo había cambiado. La sensación de su propio rostro en el espejo fue reemplazada por una nueva. Se vio al espejo, y ahora su cara era idéntica a la de las fotos de la madre de Takagi-san, la misma que había visto el primer día. Era un cambio físico perfecto y ahora era muy parecida a Takagi, solo que adulta,  Pero nada más. Ni sus sentimientos, ni su locura, ni la profunda y solitaria agonía de su existencia habían cambiado. Seguía siendo Nishikata, el joven de secundaria, atrapado en un cuerpo que no era suyo, con una cara que tampoco lo era, viviendo una vida que le había sido impuesta. La broma del Hada era más cruel de lo que había imaginado: le había quitado su rostro, para que ni siquiera ese último vestigio de su identidad permaneciera.

Unos años después, bajo un cielo azul salpicado de nubes, Takagi-san y Nishikata (el otro) contraían nupcias. La "mamá de Takagi" lloraba a mares en la primera fila, un torrente incontrolable de lágrimas que nadie entendía del todo. Lloraba por tres razones, cada una un puñal en su corazón: su querida hija se casaba y encontraba la felicidad; se casaba con él, con el cuerpo que una vez fue suyo, con su propia "otra mitad", pero sin él, solo otra versión suya. Y la peor de todas, la más amarga, la que lo condenaría por el resto de sus días, era que, en lo más profundo de su ser, a pesar de todo, seguía odiando ser la madre de Takagi. Había vivido la vida de Takagi y ahora la había amado como hija, pero la envidia original, el resentimiento por la pérdida de su propia vida, nunca lo había abandonado. Era un odio que se mezclaba con el amor maternal, una tortura constante. Se había resignado. Esa sería su condena, su broma eterna. El resto de sus días, atrapado en ese cuerpo y esa vida ajena, conociendo a Takagi-san mejor que nadie, y sufriendo en silencio por cada momento que no era suyo.

FIN

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