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martes, 15 de julio de 2025

Kakegurui: El Intercambio Cósmico y la Máscara del Destino



Kakegurui: El Intercambio Cósmico y la Máscara del Destino

El Salón de Apuestas Privado de la Academia Hyakkaou, un sancta sanctorum del riesgo y la ambición juvenil, vibraba con una energía eléctrica. En el centro, como dos astros en colisión, se encontraban Yumeko Jabami y Ryōta Suzui. La partida había alcanzado un punto álgido, la tensión palpable podía cortarse con un naipe. Pero esta vez, la apuesta trascendía lo material, adentrándose en un territorio inexplorado, tan fascinante como aterrador: sus propias almas.

En ese instante de máxima expectación, el tejido mismo de la realidad pareció desgarrarse. Una luz iridiscente inundó la sala, acompañada de una melodía juguetona que sonaba a campanillas y risas lejanas. De la nada, como un espectro de pura travesura, apareció el Hada de las Bromas. Su presencia era un anacronismo en aquel entorno de reglas estrictas y estrategias calculadas, una nota discordante que, sin embargo, encajaba perfectamente con la naturaleza caótica de Yumeko.

El Hada, con ojos que brillaban con picardía cósmica, observó el peculiar vínculo entre Yumeko y Ryōta: la fascinación de ella por el abismo del juego y la devoción casi masoquista de él hacia ella. “¡Oh, qué interesante dilema!”, exclamó con una voz que danzaba en el aire. “Veo almas entrelazadas por el destino del azar. Pero, ¿qué tal si subimos la apuesta un poco más? ¿Qué tal si jugamos con la propia envoltura que las contiene?”.

Una sonrisa pícara se extendió por el rostro del Hada. “Jugaremos sus cuerpos. Un intercambio, un préstamo… depende de quién gane”.

Los ojos de Yumeko se iluminaron con una curiosidad voraz. ¿Cuerpos? Su mente, siempre al filo del peligro, interpretó la propuesta a través de su prisma de intensidad y conexión física. Pensó en Ryōta, en la extraña calidez que sentía a su lado a pesar de su constante temor. Si la apuesta implicaba una intimidad profunda, una experiencia compartida en un nivel visceral, entonces no le importaba perder contra él. De hecho, la idea la excitaba, la posibilidad de experimentar el mundo a través de los ojos de Ryōta, de sentir su torpeza y su bondad desde adentro. En ese instante de ensoñación, de fantasía erótica impulsada por su sed de lo desconocido, su concentración se desvaneció. Subestimó la naturaleza literal y despojada de la apuesta del Hada.

La partida se reanudó, pero la chispa de la obsesión que normalmente consumía a Yumeko parpadeaba débilmente, eclipsada por su imaginación desbordada. Ryōta, aunque tembloroso como siempre, notó la distracción en su oponente. Por primera vez, sintió una punzada de algo parecido a la ventaja, aunque teñida de una profunda incomodidad. El azar, caprichoso como siempre, favoreció a Ryōta en esa ronda crucial.

“¡He ganado!”, balbuceó Ryōta, la sorpresa y la incredulidad pintadas en su rostro.

El Hada de las Bromas aplaudió con entusiasmo, sus risas resonando en la sala. “¡Excelente! Un ganador inesperado. Ahora, cumplamos el trato”.

Una ola de energía cósmica envolvió a Yumeko y Ryōta. Un torbellino de luces y sensaciones los sacudió hasta la médula. Cuando la confusión se disipó, la realidad se había reconfigurado de una manera escalofriante.

Yumeko se encontró mirando sus propias manos… o lo que antes habían sido sus manos. Eran más pequeñas, más torpes, con una delicada palidez. Su reflejo en el pulido suelo de madera le devolvió el rostro asustado y familiar de Ryōta Suzui. Un grito silencioso se ahogó en su garganta. No era una metáfora, no era una fantasía. Su cuerpo, su hermoso y enigmático cuerpo, había sido intercambiado con el de Ryōta.

Frente a ella, con una expresión de desconcierto que rápidamente se transformó en una mezcla de sorpresa y… ¿placer?, estaba Ryōta, habitando la forma de Yumeko. Sus dedos largos y huesudos se movían con torpeza sobre su ahora generoso busto, sus ojos se abrían con una mezcla de asombro y una incipiente comprensión de la magnitud del cambio.

“¡Esto no es lo que yo…!”, alcanzó a exclamar Yumeko en el cuerpo de Ryōta, su voz sonando extrañamente aguda y nerviosa.

“Oh, pero querida Yumeko”, interrumpió el Hada con una sonrisa que no llegaba a sus ojos traviesos. “Las apuestas son apuestas. Y las reglas fueron claras, aunque quizás no las escuchaste con la atención debida, absorta en tus propias fantasías”.

“¡Pero podemos volver a jugar, verdad? ¡Apostaremos de nuevo los cuerpos!”, suplicó Yumeko, la desesperación arañando su voz.

El Hada negó con la cabeza, su semblante tornando a una seriedad inesperada. “No, querida. Solo una apuesta por esta ocasión. Las reglas de mi juego son inmutables. Y además…”, hizo una pausa, su mirada fija en Yumeko, “hay una condición adicional. No podrás revelar a nadie, bajo ninguna circunstancia, la verdadera naturaleza de este intercambio. Tu castigo, además de vivir en un cuerpo que no es tuyo, será la soledad de este secreto”.

La crueldad de la broma del Hada se reveló en toda su extensión. Yumeko, la reina de la manipulación y el engaño, ahora estaba atrapada en una prisión de carne ajena, silenciada por un hechizo cósmico.

Ryōta, en el cuerpo de Yumeko, inicialmente experimentó una confusión abrumadora. Pero a medida que la realidad del intercambio se asentaba, una extraña sensación comenzaba a florecer en su interior. El poder, la atención, la fascinación que siempre había rodeado a Yumeko ahora lo envolvían a él. Podía sentir la fuerza latente en sus músculos, la agudeza de sus sentidos, la forma en que las miradas se posaban sobre él con una mezcla de temor y deseo. Una sonrisa sutil, casi imperceptible, comenzó a curvar sus labios.

“Yumeko…”, dijo Ryōta, su voz ahora con el tono seductor y ligeramente peligroso de ella, “parece que las cosas han tomado un giro… interesante”.

A partir de ese momento, Yumeko Jabami quedó atrapada en la anodina existencia de Ryōta Suzui, lidiando con la torpeza de un cuerpo al que nunca se había acostumbrado, soportando la mirada de sus compañeros que notaban su repentina… ¿calma? Su espíritu indomable se marchitaba bajo la máscara de la ansiedad perpetua de Ryōta. Intentaba desesperadamente comunicarse con él, con el invasor de su vida, pero solo obtenía respuestas ambiguas, evasivas, pronunciadas con su propia voz, pero con una intención que la helaba hasta los huesos.

Ryōta, por su parte, abrazó su nueva identidad con una rapidez sorprendente. La confianza que siempre le había faltado florecía ahora que habitaba el cuerpo de la jugadora más temida y admirada de la academia. Adoptó sus gestos, su forma de hablar, incluso sus adicciones al juego, pero con una diferencia sutil. Donde Yumeko buscaba el riesgo puro, Ryōta buscaba la victoria, el ascenso social, la validación que siempre había anhelado. Utilizó la reputación de Yumeko, su habilidad innata para leer a las personas, pero con una frialdad calculadora que nunca había poseído. Se convirtió en una versión distorsionada de ella, más pragmática, quizás menos apasionada, pero igualmente peligrosa.

El único confidente forzoso de Yumeko era Ryōta, y cada encuentro era una tortura. Ella intentaba desesperadamente convencerlo de que revirtieran el hechizo, de que buscaran al Hada, pero Ryōta se mostraba cada vez más distante, más cómodo en su nueva piel. “¿Por qué querría volver a ser un perdedor, Yumeko?”, le decía, usando su propio nombre con una burla apenas disimulada. “Ahora tengo poder, respeto… algo que jamás habría alcanzado siendo yo”.

Pero los cambios del destino llegarón de forma inesperada. Un día, mientras Yumeko (en el cuerpo de Ryōta) intentaba comunicarse desesperadamente con Mary Saotome, su antigua némesis y aliada, notó un pequeño detalle en el comportamiento de Ryōta (en el cuerpo de Yumeko). Un tic nervioso que nunca había sido característico de Yumeko, una forma peculiar de rascarse la muñeca que… le resultaba familiar.

Con una punzada de comprensión, Yumeko recordó una conversación casual que había tenido con Ryōta semanas antes de la fatídica apuesta. Él le había contado sobre un viejo hábito que tenía cuando estaba bajo mucha presión. Un hábito que… ¡ella nunca había conocido!

La verdad la golpeó con la fuerza de un rayo cósmico. El Hada de las Bromas no solo había intercambiado sus cuerpos. Había intercambiado sus mentes. Ryōta Suzui estaba ahora atrapado en el cuerpo de Yumeko Jabami, y Yumeko Jabami estaba atrapada en el cuerpo de Ryōta Suzui. La apuesta no había sido por la envoltura física, sino por la esencia misma de quiénes eran.

El horror de la situación se multiplicó exponencialmente. No solo estaba atrapada en un cuerpo ajeno, sino que la persona que ahora habitaba su propio cuerpo era Ryōta, quien, al parecer, estaba disfrutando de su nueva libertad y poder. La condición de no revelar la verdad cobraba un nuevo significado aún más cruel. ¿A quién podría contarle que ella era Yumeko atrapada en el cuerpo de Ryōta, cuando la propia Yumeko (en apariencia) negaría rotundamente tal absurdo?

La viralidad de esta historia residía en su retorcida ironía y su final amargo. La reina del juego, reducida a la insignificancia. El perdedor, elevado a la cima utilizando la identidad de otro. Una crítica feroz a la obsesión por el poder y la apariencia, envuelta en un thriller psicológico con toques sobrenaturales. El Hada de las Bromas, con su intervención caprichosa, había desatado una tragedia de proporciones cósmicas, dejando a Yumeko en una oscuridad aún más profunda que cualquier deuda o humillación en la Academia Hyakkaou. Su destino era vivir una vida que no era la suya, observar cómo otro usurpaba su lugar, sin poder revelar la verdad, condenada a pagar por una apuesta que no comprendió completamente hasta que fue demasiado tarde. La lección, si es que había alguna, era cruel: incluso en el mundo del juego, algunas apuestas tienen consecuencias que trascienden la comprensión humana, dejando tras de sí solo la amarga resaca de una broma cósmica de mal gusto.


FIN

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lunes, 14 de julio de 2025

El Precio del Desconocido: Cuando una Rana Cambia el Destino



El Precio del Desconocido: Cuando una Rana Cambia el Destino

Nejire Hado, con la brisa marina acariciando su cabello azul, paseaba por la orilla, disfrutando de la calma que precedía a cualquier misión heroica. Su sonrisa, tan luminosa como el sol de mediodía, se desdibujó ligeramente al toparse con una curiosa rana en la arena. “Hola, Sr. Rana, ¿está tratando de mostrarme algo?”, preguntó con su habitual inocencia, inclinándose ligeramente. La pequeña criatura verde, aparentemente inofensiva, la observaba con una intensidad que Nejire no supo interpretar. “¿Qué es?”, insistió, extendiendo una mano.

Lo que Nejire no sabía era que esa rana no era una simple criatura anfibia, sino el mismísimo Capitán Ginew, el formidable guerrero de las Fuerzas Especiales Ginew, cuyo poder de cambio de cuerpos, debilitado por el impacto de su nave en la Tierra, se había reducido a una última y desesperada oportunidad. Con la palabra “CAMBIO” resonando en la mente de Nejire –una voz que no era suya, una orden psíquica que la obligaba a pronunciarla– el mundo de la heroína se fragmentó en un instante. Un destello cegador, una punzada en el pecho, y un grito ahogado que nadie escuchó.

“¡¿Qué me está pasando?!”, exclamó Nejire, pero la voz que salió de su garganta era ronca, anfibia. Su cuerpo, antes esbelto y fuerte, se había encogido y transformado en el de la rana. El horror la invadió. Intentó moverse, pero sus extremidades no respondían como antes. El pánico se apoderó de ella mientras veía su propio cuerpo, su amado y poderoso cuerpo de heroína, erguirse frente a ella.

"No es el cuerpo más ideal, pero funcionará por ahora. Cualquier cosa es mejor que ser una rana", murmuró Ginew, ahora en la forma de Nejire, su voz sorprendentemente similar, aunque con un matiz de frialdad que la Nejire original nunca poseería. La ironía de la situación no pasó desapercibida para el Capitán. Su misión de recuperar su fuerza y reunir a sus fuerzas especiales había dado un giro inesperado, pero ventajoso. La pobre Nejire, atrapada en el cuerpo de un anfibio, solo pudo observar con impotencia cómo su propia vida le era arrebatada, su futuro como heroína desvaneciéndose en un charco de desesperación.



Los meses pasaron. Ginew, con una asombrosa capacidad de adaptación, dominó los modismos y la forma de hablar de Nejire con una facilidad alarmante. Cada día era un infierno para él, pues la personalidad de Nejire, su amabilidad innata y su curiosidad contagiosa, eran una tortura para su espíritu guerrero y despiadado. Sin embargo, el disfraz era perfecto. Nadie en la Academia UA, ni siquiera sus más cercanos amigos, sospechaba del impostor. Mientras tanto, en secreto, Ginew encargó un traje a medida de las Fuerzas Especiales Ginew, preparando su gran regreso.





Han pasado algunos años desde aquel fatídico día en la playa. Ginew ha tomado todas las características de Nejire. Su risa, sus gestos, incluso su forma de luchar en las pocas ocasiones en que ha tenido que "actuar" como heroína. La verdadera Nejire Hado, la que una vez inspiró esperanza, languidece en algún pantano olvidado, condenada a una existencia miserable, incapaz de comunicarse, de pedir ayuda, de volver a ser ella misma. La desgracia ha caído sobre ella de la manera más cruel y definitiva.

Y ahora, el día tan esperado por Ginew está cerca. El plan ha madurado. Pronto, el impostor en el cuerpo de Nejire Hado se reunirá con sus antiguos compañeros, no para salvar el mundo, sino para sumirlo en la oscuridad. Las Fuerzas Especiales Ginew resurgirán, y el mundo, engañado por la dulce fachada de una heroína, no tendrá idea del terrible destino que le espera. El villano ha ganado, y la inocencia de Nejire ha sido el precio. El mundo nunca aprenderá la lección de la confianza ciega, y la pobre rana en el pantano será la única en pagar por el engaño.

FIN

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domingo, 13 de julio de 2025

Hibike! Euphonium la desgracia de Kumiko Oumae

El Amargo Renacer: La Partitura Rota de Kumiko

Kumiko Oumae, en su tercer año y como flamante presidenta del Club de la Banda de Música de Kitauji, sentía el peso del mundo sobre sus hombros. Las angustias no dejaban de llegar. La presión de las competencias, la disciplina de sus compañeros y la sombra de los logros pasados de sus senpais la abrumaban. Recordaba con nostalgia su primer año, cuando solo era una estudiante más. Ahora, estaba a cargo, y la responsabilidad era una melodía constante de preocupación en su mente.

Lo que no sabía era que, a miles de kilómetros de distancia, un fenómeno conocido solo por unos pocos, "El Gran Cambio", se gestaba. Esta vez, solo afectó a un puñado de personas, y entre ellas estuvo Kumiko Oumae, cuyo destino estaba a punto de desafinar por completo.

En un instante, mientras Kumiko revisaba las partituras en la sala de ensayo, una extraña punzada la recorrió. El mundo se difuminó en un acorde disonante y, al recuperar la conciencia, se encontró en un entorno desconocido: una opulenta oficina llena de arte y libros antiguos. Sus manos no eran las suyas; eran grandes, arrugadas y cubiertas de manchas de la edad. Su cuerpo, pesado y cansado, apenas podía moverse con la ligereza que recordaba. Había cambiado de cuerpo con un hombre mayor.

Este hombre, Charles, era un magnate acaudalado, pero las arrugas en su rostro y el constante dolor en su espalda le recordaban a diario que no le quedarían más de 10 años de vida. Unos instantes después del cambio, Charles se vio en el cuerpo de Kumiko. Al principio, la confusión lo invadió, pero al ver el rostro joven y fresco de Kumiko en el espejo, y al sentir la energía desbordante de la juventud, una sonrisa diabólica se dibujó en sus labios. No lo podía creer; tenía juventud nueva y, además, era una chica hermosa.

El cuerpo de Kumiko reaccionó por sí solo en manos de Charles. Una ráfaga de emociones y recuerdos ajenos lo inundó: la preocupación por el club, las melodías que Kumiko tenía en la cabeza, el afecto por sus amigos. Charles tuvo que luchar contra el impulso de tararear una partitura o de preocuparse por la sección de metales. El cuerpo de la joven respondía con una ligereza y una energía que Charles no había sentido en décadas, y las expresiones de Kumiko se dibujaban en su rostro sin su consentimiento.

Charles intentó ocultar su euforia. Sabía que sería difícil hacerse pasar por ella, pues era una adolescente japonesa y él un anciano americano. Seguro que no encontraría a su cuerpo tan fácil, ya que vivía en América, del otro lado del mundo, y sabía su situación de salud terminal. La vida de este anciano, ahora en el cuerpo de Kumiko, empezaba de nuevo, y no quería dejar pasar esta oportunidad. Con sus vastos conocimientos empresariales y este hermoso cuerpo, lograría volver a hacerse rico; de eso estaba seguro.

Para Kumiko, la realidad era una pesadilla. Atrapada en el cuerpo de Charles, sintió la debilidad, los dolores crónicos y la inevitable cercanía de la muerte. Su mente joven y llena de música, sueños y aspiraciones, se vio confinada en una prisión decrépita. Intentó comunicarse, pero su voz era ronca y cansada. Nadie la veía como Kumiko; todos veían al viejo Charles, actuando extrañamente perturbado, murmurando sobre "clubes de música" y "partituras".

Charles, en el cuerpo de Kumiko, se integró rápidamente. Su mente astuta y su vasta experiencia le permitieron imitar el comportamiento de Kumiko lo suficiente como para no levantar demasiadas sospechas entre los adultos, aunque sus compañeros de banda notaban una extraña "madurez" en ella. Se matriculó en una escuela en Japón con una coartada elaborada, usando la identidad de Kumiko para sus propios fines. Su objetivo: usar su nueva juventud para reconstruir su fortuna, sin importar las consecuencias para la vida que había robado.

Kumiko, por otro lado, se pudrió en la desesperación. Su cuerpo se iba pudriendo poco a poco y, para el mundo, Charles seguía siendo Charles, solo que ahora se comportaba como un anciano con un miedo irracional a la muerte, murmurando sobre "la banda" y "su Eufonio". No había escape, no había retorno. El cuerpo de Charles, enfermo y con el tiempo contado, se acercaba inexorablemente a su fin, arrastrando el alma de Kumiko con él.

No nada que hacer, solo la dura realidad de la injusticia. Charles nunca aprendió el valor de la juventud ni la belleza de una vida vivida con pasión. Solo la explotó. Kumiko, la dedicada presidenta de la banda, nunca pudo volver a su música ni a sus amigos. Su espíritu fue consumido por la vejez y la enfermedad de otro, condenada a una muerte prematura en un cuerpo ajeno, mientras su propio cuerpo, joven y vibrante, era usado por un hombre sin escrúpulos que no apreciaba su sacrificio dejando a todos los que amo Kumiko y haciendo otra vez una vida solitaria pero llena de riquezas.




SEGUNDA VERSIÓN

El primer aliento fue una revelación. No hubo el estertor familiar, ni el peso en el pecho que le recordaba sus ochenta años de cigarros y estrés. Fue un aliento ligero, casi musical, que llenó unos pulmones jóvenes y sanos. Charles abrió los ojos, no a la vista de su lujoso apartamento con vistas a Central Park, sino a un techo desconocido, decorado con estrellas fluorescentes que brillaban débilmente en la penumbra matutina de algún lugar de Japón.

Se arrastró fuera de la cama, y sus movimientos fueron fluidos, elásticos y libres de dolor, una sensación que había olvidado décadas atrás. Algo andaba muy mal, o milagrosamente bien. Se dirigió al espejo de un armario y el reflejo le devolvió la mirada de una completa extraña. Una joven de cabello castaño y alborotado, de piel suave y sonrojada, con unos ojos ambarinos desorbitados por el terror. Vestía un pijama con osos.

Era la cara de ella, de una tal Kumiko Oumae, pero el shock, el pánico y la naciente, depredadora alegría que burbujeaba en el fondo de esos ojos, eran todos suyos. Una imagen de su antiguo rostro, decrépito, surcado por las arrugas de una vida de excesos, cruzó su mente como un eco del pasado. Se tocó la mejilla tersa y una sonrisa torcida, una que no encajaba en absoluto en ese rostro asustado, comenzó a dibujarse.

«"El Gran Cambio"», había leído en algún oscuro foro de internet. Un fenómeno global, aleatorio y raro. Nunca pensó que le tocaría. Y nunca, en sus más salvajes sueños, imaginó que la lotería cósmica le entregaría este premio.

América. Su cuerpo. Su viejo y moribundo cuerpo estaba al otro lado del mundo. Un cuerpo al que los médicos, siendo optimistas, le daban diez años de vida. Este cuerpo, sin embargo… este cuerpo era un cheque en blanco. Juventud, belleza, vitalidad. ¿Buscar su antiguo yo? ¿Intentar revertir el cambio? Sería una estupidez monumental. Y Charles, el magnate que construyó un imperio de la nada, nunca fue estúpido.

Aquella vida había terminado. Que el océano se tragara sus cenizas. Esta era una segunda oportunidad.

Con una calma que contrastaba con la expresión de pánico del rostro en el espejo, comenzó a investigar. Estaba en la habitación de la chica. Sobre el escritorio, un bombardino de latón brillante. Partituras, libros de texto y fotos de una banda escolar. En un diario, leyó las angustias de Kumiko: la presión de ser la presidenta del club, el estrés por las próximas competencias nacionales, sus dudas sobre el futuro.

Charles casi se ríe en voz alta. Trivialidades. Niñerías. Estas no eran preocupaciones reales. El mundo real era un campo de batalla de poder, dinero e influencia. Y él, con su mente llena de décadas de estrategia corporativa y la ventaja de este rostro inocente, podía conquistarlo todo de nuevo. Nadie sospecharía jamás de una colegiala japonesa.

Se asomó a la ventana. Abajo, otros estudiantes con uniformes similares caminaban hacia la escuela. Pero Charles no veía el camino a la preparatoria Kitauji. Veía un horizonte de rascacielos, mercados bursátiles y salas de juntas. Veía un nuevo imperio esperando a ser construido.

La vida de Kumiko Oumae, la dedicada y angustiada presidenta del club de música, había terminado esa misma mañana, en el instante en que él respiró por primera vez a través de sus pulmones.

La vida de Charles, el fénix renacido en el cuerpo de una hermosa joven, estaba a punto de comenzar. Y no pensaba desperdiciar ni un solo segundo de su nueva y preciosa juventud. La verdadera angustia, pensó con una frialdad cruel, sería la de esa pobre chica al despertar en un cuerpo decrépito, en un continente extraño, con el reloj de la muerte haciendo tictac en sus oídos. Pero ese ya no era su problema.

FIN

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