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domingo, 13 de julio de 2025

Hibike! Euphonium la desgracia de Kumiko Oumae

El Amargo Renacer: La Partitura Rota de Kumiko

Kumiko Oumae, en su tercer año y como flamante presidenta del Club de la Banda de Música de Kitauji, sentía el peso del mundo sobre sus hombros. Las angustias no dejaban de llegar. La presión de las competencias, la disciplina de sus compañeros y la sombra de los logros pasados de sus senpais la abrumaban. Recordaba con nostalgia su primer año, cuando solo era una estudiante más. Ahora, estaba a cargo, y la responsabilidad era una melodía constante de preocupación en su mente.

Lo que no sabía era que, a miles de kilómetros de distancia, un fenómeno conocido solo por unos pocos, "El Gran Cambio", se gestaba. Esta vez, solo afectó a un puñado de personas, y entre ellas estuvo Kumiko Oumae, cuyo destino estaba a punto de desafinar por completo.

En un instante, mientras Kumiko revisaba las partituras en la sala de ensayo, una extraña punzada la recorrió. El mundo se difuminó en un acorde disonante y, al recuperar la conciencia, se encontró en un entorno desconocido: una opulenta oficina llena de arte y libros antiguos. Sus manos no eran las suyas; eran grandes, arrugadas y cubiertas de manchas de la edad. Su cuerpo, pesado y cansado, apenas podía moverse con la ligereza que recordaba. Había cambiado de cuerpo con un hombre mayor.

Este hombre, Charles, era un magnate acaudalado, pero las arrugas en su rostro y el constante dolor en su espalda le recordaban a diario que no le quedarían más de 10 años de vida. Unos instantes después del cambio, Charles se vio en el cuerpo de Kumiko. Al principio, la confusión lo invadió, pero al ver el rostro joven y fresco de Kumiko en el espejo, y al sentir la energía desbordante de la juventud, una sonrisa diabólica se dibujó en sus labios. No lo podía creer; tenía juventud nueva y, además, era una chica hermosa.

El cuerpo de Kumiko reaccionó por sí solo en manos de Charles. Una ráfaga de emociones y recuerdos ajenos lo inundó: la preocupación por el club, las melodías que Kumiko tenía en la cabeza, el afecto por sus amigos. Charles tuvo que luchar contra el impulso de tararear una partitura o de preocuparse por la sección de metales. El cuerpo de la joven respondía con una ligereza y una energía que Charles no había sentido en décadas, y las expresiones de Kumiko se dibujaban en su rostro sin su consentimiento.

Charles intentó ocultar su euforia. Sabía que sería difícil hacerse pasar por ella, pues era una adolescente japonesa y él un anciano americano. Seguro que no encontraría a su cuerpo tan fácil, ya que vivía en América, del otro lado del mundo, y sabía su situación de salud terminal. La vida de este anciano, ahora en el cuerpo de Kumiko, empezaba de nuevo, y no quería dejar pasar esta oportunidad. Con sus vastos conocimientos empresariales y este hermoso cuerpo, lograría volver a hacerse rico; de eso estaba seguro.

Para Kumiko, la realidad era una pesadilla. Atrapada en el cuerpo de Charles, sintió la debilidad, los dolores crónicos y la inevitable cercanía de la muerte. Su mente joven y llena de música, sueños y aspiraciones, se vio confinada en una prisión decrépita. Intentó comunicarse, pero su voz era ronca y cansada. Nadie la veía como Kumiko; todos veían al viejo Charles, actuando extrañamente perturbado, murmurando sobre "clubes de música" y "partituras".

Charles, en el cuerpo de Kumiko, se integró rápidamente. Su mente astuta y su vasta experiencia le permitieron imitar el comportamiento de Kumiko lo suficiente como para no levantar demasiadas sospechas entre los adultos, aunque sus compañeros de banda notaban una extraña "madurez" en ella. Se matriculó en una escuela en Japón con una coartada elaborada, usando la identidad de Kumiko para sus propios fines. Su objetivo: usar su nueva juventud para reconstruir su fortuna, sin importar las consecuencias para la vida que había robado.

Kumiko, por otro lado, se pudrió en la desesperación. Su cuerpo se iba pudriendo poco a poco y, para el mundo, Charles seguía siendo Charles, solo que ahora se comportaba como un anciano con un miedo irracional a la muerte, murmurando sobre "la banda" y "su Eufonio". No había escape, no había retorno. El cuerpo de Charles, enfermo y con el tiempo contado, se acercaba inexorablemente a su fin, arrastrando el alma de Kumiko con él.

No nada que hacer, solo la dura realidad de la injusticia. Charles nunca aprendió el valor de la juventud ni la belleza de una vida vivida con pasión. Solo la explotó. Kumiko, la dedicada presidenta de la banda, nunca pudo volver a su música ni a sus amigos. Su espíritu fue consumido por la vejez y la enfermedad de otro, condenada a una muerte prematura en un cuerpo ajeno, mientras su propio cuerpo, joven y vibrante, era usado por un hombre sin escrúpulos que no apreciaba su sacrificio dejando a todos los que amo Kumiko y haciendo otra vez una vida solitaria pero llena de riquezas.




SEGUNDA VERSIÓN

El primer aliento fue una revelación. No hubo el estertor familiar, ni el peso en el pecho que le recordaba sus ochenta años de cigarros y estrés. Fue un aliento ligero, casi musical, que llenó unos pulmones jóvenes y sanos. Charles abrió los ojos, no a la vista de su lujoso apartamento con vistas a Central Park, sino a un techo desconocido, decorado con estrellas fluorescentes que brillaban débilmente en la penumbra matutina de algún lugar de Japón.

Se arrastró fuera de la cama, y sus movimientos fueron fluidos, elásticos y libres de dolor, una sensación que había olvidado décadas atrás. Algo andaba muy mal, o milagrosamente bien. Se dirigió al espejo de un armario y el reflejo le devolvió la mirada de una completa extraña. Una joven de cabello castaño y alborotado, de piel suave y sonrojada, con unos ojos ambarinos desorbitados por el terror. Vestía un pijama con osos.

Era la cara de ella, de una tal Kumiko Oumae, pero el shock, el pánico y la naciente, depredadora alegría que burbujeaba en el fondo de esos ojos, eran todos suyos. Una imagen de su antiguo rostro, decrépito, surcado por las arrugas de una vida de excesos, cruzó su mente como un eco del pasado. Se tocó la mejilla tersa y una sonrisa torcida, una que no encajaba en absoluto en ese rostro asustado, comenzó a dibujarse.

«"El Gran Cambio"», había leído en algún oscuro foro de internet. Un fenómeno global, aleatorio y raro. Nunca pensó que le tocaría. Y nunca, en sus más salvajes sueños, imaginó que la lotería cósmica le entregaría este premio.

América. Su cuerpo. Su viejo y moribundo cuerpo estaba al otro lado del mundo. Un cuerpo al que los médicos, siendo optimistas, le daban diez años de vida. Este cuerpo, sin embargo… este cuerpo era un cheque en blanco. Juventud, belleza, vitalidad. ¿Buscar su antiguo yo? ¿Intentar revertir el cambio? Sería una estupidez monumental. Y Charles, el magnate que construyó un imperio de la nada, nunca fue estúpido.

Aquella vida había terminado. Que el océano se tragara sus cenizas. Esta era una segunda oportunidad.

Con una calma que contrastaba con la expresión de pánico del rostro en el espejo, comenzó a investigar. Estaba en la habitación de la chica. Sobre el escritorio, un bombardino de latón brillante. Partituras, libros de texto y fotos de una banda escolar. En un diario, leyó las angustias de Kumiko: la presión de ser la presidenta del club, el estrés por las próximas competencias nacionales, sus dudas sobre el futuro.

Charles casi se ríe en voz alta. Trivialidades. Niñerías. Estas no eran preocupaciones reales. El mundo real era un campo de batalla de poder, dinero e influencia. Y él, con su mente llena de décadas de estrategia corporativa y la ventaja de este rostro inocente, podía conquistarlo todo de nuevo. Nadie sospecharía jamás de una colegiala japonesa.

Se asomó a la ventana. Abajo, otros estudiantes con uniformes similares caminaban hacia la escuela. Pero Charles no veía el camino a la preparatoria Kitauji. Veía un horizonte de rascacielos, mercados bursátiles y salas de juntas. Veía un nuevo imperio esperando a ser construido.

La vida de Kumiko Oumae, la dedicada y angustiada presidenta del club de música, había terminado esa misma mañana, en el instante en que él respiró por primera vez a través de sus pulmones.

La vida de Charles, el fénix renacido en el cuerpo de una hermosa joven, estaba a punto de comenzar. Y no pensaba desperdiciar ni un solo segundo de su nueva y preciosa juventud. La verdadera angustia, pensó con una frialdad cruel, sería la de esa pobre chica al despertar en un cuerpo decrépito, en un continente extraño, con el reloj de la muerte haciendo tictac en sus oídos. Pero ese ya no era su problema.

FIN

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