El Castigo
Alberto era un niño
mucho muy inquieto. Con mucha imaginación, y mucha creatividad. Le gustaba
mucho inventar cuentos, ver caricaturas... en fin, lo que le gusta a todos los
niños, solo que él le ponía mucho más ingenio y sabor a todo lo que hacía. Sus
maestros de la escuela lo consideraban casi un genio, aunque no calificaba para
obtener el título completo, sin el “Casi”. Sin embargo, como en toda persona,
él tenía sus defectos.
Desde que sus papás
se separaron, Alberto había bajado su nivel en la escuela, y por el contrario,
se había convertido en un niño muy chillón, y además muy agresivo. Por
cualquier cosa lloraba, y cuando el llanto no solucionaba sus problemas, los
solucionaba con violencia. Su forma de atacar era terrible, pues el pequeño y
acogido hijo chillón de mami, no sabía pelear, así que para agredir se bastaba
de piedras, lápices, tijeras, compases, palos, y cuanto objeto se encontrara en
su camino, se convertía en un arma mortal.
Por esa razón su
mamá, su hermana, sus maestros y compañeros de clases, le habían buscado el
modo para mantenerlo contento lo más posible, claro, sin consecuentarlo en
todo.
Sin embargo, tal
nivel de violencia no significaba que fuera un “Niño Malo”, sino que era un
niño en un muy grabe estado de confusión y soledad, que precisaba atención
especial. Él también tenía sus sentimientos. Sentía mucha tristeza por la
ausencia de su papá; sentía una especie de envidia de su hermana menor, pues al
ser la pequeña, recibía cierta cantidad mayor de atenciones que él. Y a sus 10
años tuvo una preocupación más, todos sus compañeros, cuando se encontraban en
el baño, les gustaba hablar de cómo les estaban creciendo sus miembros, y lo
que estaban aprendiendo a hacer con ellos; Incluso hablaban de la diferencia
entre los que tenían hecha la circuncisión y los que no. Pero Alberto no podía
entender de lo que hablaban, pues para él, su miembro seguía siendo igual que
siempre... es más, tal parecía que en lugar de crecer se le estaba encogiendo.
Cierto día, resulta
que entre niños, a la hora del recreo, comienzan a hablar de sus familias. Ho,
terrible equivocación. Un tema muy delicado para hablarse enfrente de Alberto.
En efecto, cuando le preguntaron a Alberto por su papá, éste comenzó a llorar.
Es verdad que hubo quienes lo comprendieron, pues conocían la situación de su
familia. Pero no podía faltar el gracioso del grupo, que no se tentó el corazón
y comenzó ha hacer comentarios y burlas sobre la separación de los papás de
Alberto, muchos de ellos, en verdad eran ofensivos, hasta los otros niños se
sintieron ofendidos por lo que decía ese “Simpático”. Lo que todos sabían, y
que no se puso a prever el gracioso, fue que todos esos comentarios habían
encendido la mecha de un explosivo que acabaría volando la mitad de la escuela.
Y sí, en el momento en el que menos se lo esperaba, Alberto tomó el ladrillo en
el que estaba sentado y se lo estampó en el rostro al infeliz que se estaba
burlando. Como si no hubiera sido suficiente, tomó una rama caída de un árbol y
le empezó a propinar una golpiza que el pobre nunca se imaginó que le tocaría.
Los otros niños quisieron detenerlo, pero por un lado temían salir golpeados en
su intento, y por el otro, las burlas también les había molestado a ellos y les
parecía justo el castigo que le estaba tocando. Obviamente no tardaron en
llegar las maestras que en su intento por detener a Alberto, una de ellas
recibió un palazo en la cara sufriendo una herida grabe.
Alberto se dio
cuenta de eso, y detuvo su ataque, pero ya era muy tarde, al chico que se
sentía tan gracioso burlándose, estaba bañado en un charco de sangre, y hubo
que llevarlo de urgencia al hospital, junto a la maestra que ocupó puntos en la
cara. Mientras, Alberto fue llevado a la dirección mientras que esperaban a que
llegara su mamá y los padres del niño agredido. Pero al mismo tiempo, otras
maestras interrogaban a los niños sobre lo ocurrido y todos le dieron la razón
a albero, lo defendieron, y contaron lo que había pasado sin omitir detalle
alguno.
Cuando llegó la mamá
de Alberto la directora le explicó lo que había ocurrido, y aunque de alguna
forma se explica que haya tenido un arranque de violencia que cualquier otro
niño hubiera tenido, no justificaba el grado de agresión y el estado en el que
había quedado el otro niño. Por lo tanto, las políticas de la escuela exigían
una sanción mayor, la cual debió ser la expulsión definitiva de la escuela,
pero como en éste caso Alberto tenía cartas a su favor, decidieron que la
expulsión o suspensión fuera solamente por un mes, con la condición que
presentara un certificado de que estaba recibiendo tratamiento psicológico para
controlar esa furia que había en él.
No sé si alguien se
lo ha preguntado, pero ¿por qué cuando el niño hace algo mal en la escuela, y
lo regañan y lo castigan, cuando llega a casa lo vuelven a regañar y a
castigar? Yo opino que en ese momento lo que necesita es un poco más de cariño
y comprensión, un hombro en que llorar y desahogar lo que le está causando
sufrimiento.
Pero pese a todo,
Alberto fue castigado en cuanto llegó a su casa. Y su mamá lo regañaba y le
hablaba seco y cortante. Aunque no le quitaron la comida, el pobre niño no
podía comer, sentía remordimiento de lo que había hecho, sabía que no debió
golpear “Tanto” al otro niño, se sentía muy mal por haber golpeado a su
maestra, y por haberlos asustado a todos. Sentía mucha culpa y vergüenza por
haber sido suspendido de la escuela y lo de ir al doctor en realidad le daba
mucho miedo. Así que pasó dos días enteros llorando y sin poder probar bocado.
El tercer día,
mientras comía a regañadientes, Alberto escuchó que su mamá platicaba con su
abuela. Discutían sobre lo que iban a hacer durante todo ese mes. Aunque
Alberto fuera un “Casi” genio, no significaba que no se retrasara por perder
las clases. La abuela sugirió una locura: llevar a Alberto como oyente al
colegio donde ella trabajaba. La abuela de Alberto era maestra de ciencias
sociales en un colegio femenino de monjas, es decir, que cubrían desde
preescolar hasta licenciatura, pero solo admitían niñas o mujeres como
estudiantes. La sugerencia venía por el hecho de que en el “Expediente” de
Alberto no había agresiones hacia niñas. Por el contrario, siempre se le
reconocía que con las niñas era muy atento, amable, y les daba un trato
especial.
Y así fue, ese mismo
día en la tarde, la abuela de Alberto habló por teléfono con la directora de la
sección de primaria del colegio (Ya que ella trabajaba de Preparatoria para
arriba), y le planteó la situación de su nieto. La directora al principio se
preocupó, pues la agresividad del niño era una clara señal de peligro, pero
ante la insistencia de la abuela, la directora dijo que lo iba a considerar,
pero que lo tenía que aprobar la Madre Superiora. Huy, “Qué terrible Martirio”.
Con la superiora era con quien más influencia tenía la abuela, así que no hubo
ningún problema, y al día siguiente, Alberto se presentó en el colegio para
niñas.
Después de que la
directora expresara su incomodidad por la situación, y declarar que mantendría
vigilado al niño, le asignó un salón, donde también se le puso sobre aviso a la
maestra titular. Cuando Alberto entró al aula, inmediatamente tuvo una
sensación extraña. Se sintió intimidado, víctima y presa de esas 45 miradas que
caían sobre él. Su bienvenida estuvo a cargo de una niña llamada Cristina,
quien se puso de pié para reclamar por la presencia de un niño en su clase, y
demostrar su completa inconformidad.
Las maestras
llamaron a calmar a Cristina, y ella, con toda la molestia del mundo, se sentó
en su lugar y guardó silencio. Luego la maestra le asignó su lugar a Alberto y
comenzaron las clases. A la hora del Recreo, Cristina se presentó con otras dos
niñas, Amanda y Rebeca, y entre las tres le ordenaron que se marchara de la
escuela, le dijeron que no lo querían allí. Pero al mismo tiempo, llegaron Rosa
y Leticia, quienes lo defendieron y le quitaron a las tres enfadosas de encima.
Tal parecía, que solo a ellas tres les molestaba la presencia de Alberto,
mientras que las otras niñas estaban fascinadas de que hubiera un niño entre ellas.
Pasaron los días, y
Alberto continuó yendo a clases entre niñas, incluyendo a tres que se podía
decir que lo odiaban. Como un cambio casi instantáneo, Alberto parecía volverse
más sumiso, se sometía mucho, sobre todo a los gritos y regaños de Cristina y
sus amigas, y por otro lado, se le veía feliz con sus nuevas amigas. Se podía
decir que en ese colegio, Alberto estaba como un pez en el agua. Sin embargo,
Cristina no se iba a quedar con los brazos cruzados, y no iba a tolerar la
presencia de un niño en su escuela par niñas.
Una tarde se reunió
con Rebeca y Amanda, para planear lo que iban a hacer con su indeseable
invitado. Según parecía, las maestras no iban a hacer nada por sacarlo de la
escuela, pues ya hasta la directora de la primaria estaba contenta de que él
estuviera allí. Una solución era, que como él tenía antecedentes de violencia,
lo acusarían de cualquier cosa, pero entonces todas las niñas del salón
saltarían en su defensa dándole cuartadas. Entonces, como dice el Refrán: Si no
puedes con tu enemigo, únetele. Pero unirse a Alberto sería aceptarlo en su
mundo, y era precisamente lo que no querían. Pero lo pensaron mejor y se dieron
cuenta de que él no era el enemigo, eran ellas las enemigas de él, así que
entonces él se les debía unir. Lo planearon muy bien, y se repartieron el
trabajo, de acuerdo a las posibilidades de cada una, claro que para unas niñas
de “Colegio”, no eran pocos los recursos físicos ni económicos para hacer
alguna diablura.
Al día siguiente,
antes de irse al Colegio, Alberto entró en la ducha y descubrió dos cositas que
le extrañaron, aunque la verdad no quiso decir nada. Tenía un pequeño dolor en
el centro de ambas tetillas o pezones, como que los tenía hinchados o
estirados, pero no le quiso dar importancia. Lo otro era algo que él ya había
visto antes, y era que el escaso tamaño de su miembro, cada vez se hacía menor,
incluso esta mañana no podía notar claramente la presencia de sus testículos,
como que habían desaparecido. Pero igual, como estaba en el papel del “niño regañado”,
no quiso molestar a nadie con sus problemas y lo calló.
Al llegar a la
escuela, sufrió el susto de su vida, pues se encontró con Cristina, Amanda y
Rebeca, y las tres lo saludaron de una forma muy Melosa. Es más fueron tan
amables, que le ayudaron a llevar sus cosas al salón, incuso le sacudieron su
pupitre antes de que él se sentara. Como podrán darse cuenta, el hecho de que
alguien que te cae tan mal o a quien le caes tan mal, de pronto de porte tan
bien contigo, es señal de que algo va a pasar, generalmente algo malo, o bien,
que algo te van a pedir. ¡Total! Empezaron las clases y las tres “Diablillas”
seguían en su papel de amabilidad. Le pasaron las respuestas del cuestionario,
le prestaron sacapuntas cuando lo necesito, Goma, regla, en fin, lo estaban
tratando como a un príncipe. Alberto estaba asustadísimo, y Rosa y Leticia
empezaron a sospechar y se mostraron molestas y a la defensiva.
A la hora del recreo
empezaron a jugar, e intencionalmente de las dos partes, comenzaron un juego de
Voleibol de tres contra tres. Cuando terminaron, Alberto tuvo que ir al baño y
obviamente no había baño de niños, así que a él le habían asignado el baño de
las maestras, que se encontraba dentro del mismo cuarto de baño de las niñas.
Cuando salió, se topó de frente con Cristina y sus dos acompañantes, que iban
cargando cubetas con agua. Alberto pidió permiso para pasar, pero ellas le
cerraron el paso hasta acorralarlo en un rincón donde ya no tuvo escapatoria, y
entonces recibió un terrible baño de agua helada que lo dejó empapado hasta los
huesos. Alberto comenzó a llorar, pero la cosa no se detuvo allí, pues luego
regresó Rebeca con la manguera del jardín continuaron con la ducha. Cuando las
tres niñas se dieron por satisfechas dejaron el castigo y volvieron a su
actitud hipócrita, pidiéndole disculpas y diciéndole que lo sentían mucho.
Luego le hicieron ver que si se quedaba con la ropa mojada se iba a enfermar,
así que se tenía que secar pronto, pero él objetó que no se podía desvestir
enfrente de ellas, y que además no tenía ropa para cambiarse.
Ellas le dijeron que
no se preocupara, y lo hicieron entrar a uno de los baños y le cerraron la
puerta, luego le pasaron una toalla y una bolsa para que pusiera toda su ropa
mojada. Él les regresó la bolsa, y ellas se dieron cuenta de que no venía toda
la ropa, y le dijeron que si no se las daba, “Aquello” se le iba a echar a
perder, y entonces él recordó su descubrimiento de en la mañana así que accedió
a darles todo. Ahora quedaba la duda de cómo iba a salir del baño para regresar
a clases, ni modo que envuelto en la toalla. Entonces Amanda le entregó una
bolsa con un paquete nuevesito, recién sacado de la tienda, que contenía unas
pantaletas de niña y un brasiersito, también para niña (o sea, que no era para
mucho relleno). Alberto se molestó y les dijo que no se lo iba a poner, pero
ellas lo amenazaron con abrir la puerta y vestirlo ellas, entonces él decidió
obedecer. Luego, la misma Amanda le dio una Blusa de esas de cuello redondo.
Después de que se la puso, Cristina le pasó unas calcetas blancas,
evidentemente de niña y un Jomper (Vestido) del uniforme. A esto último si se
negó con más fuerza, y entonces si quiso rebatirles y hasta pegarles. Pero
ellas le intentaron lavar el seso para convencerlo, le dijeron que de todas
formas no tenía ropa para vestirse, y que si le decía a las maestras, le iban a
sugerir igual que se pusiera el vestido. Luego le dijeron que si él decía la
verdad a ellas las castigarían, pero que ellas también podían inventar que era
él el de la idea de vestirse así y entonces lo castigarían a él. Si por el
contrario, él accedía a vestirse completamente como niña, podrían decir que todo había sido un
accidente y que ellas trataron de enmendar su error prestándole esa ropa. De
esa manera, todos saldrían bien librados. Así que al pobre de Alberto no le
quedó más y se terminó de poner el vestido, las calcetas, y los zapatos que le
llevaba Rebeca.
Ya que casi estaba
listo entraron Rosa y Leticia en el baño buscando a Alberto, a lo que él
inmediatamente se quiso esconder, pero las otras chicas lo detuvieron. Sus
amigas se sorprendieron mucho de ver lo que estaba pasando, y lógicamente
preguntaron. Entonces entre los cuatro involucrados les contaron a sus amigas
el cuento que habían inventado, y claro que las otras no lo creyeron y
dedujeron inmediatamente la verdad. Pero una vez involucradas ellas también
quisieron ayudar a terminar el trabajo. Entonces Rebeca sacó una peluca muy
bonita y se la acomodaron a Alberto y luego Rosa le pintó los labios y las
uñas, mientras que Leticia sacaba algo de papel sanitario para llenarle un
poquito su pequeño brasier. Alberto se levantó y se miró en el espejo casi se
va de espaldas. Era completamente una niña, una niña más de ese colegio de
niñas. Entre risas pensaron que debían elegirle un nombre a su nueva compañera
y pensaron por un momento que no tenían ninguna compañera llamada Lizbeth. Pero
pensaban que si Alberto empezaba con “A”, que debían seguir ese patrón,
entonces decidieron hacerle un nombre combinado, y llamarla Lizbeth Anahí.
Alberto, perdón, Lizbeth Anahí sentía mariposas en el estomago, sabía que algo
malo podía pasar, pero lo estaba disfrutando, y le agradaba la idea de seguir
así el resto del día.
Por alguna extraña
razón, toda la ira, toda la tristeza del estar castigado, todos sus problemas
desaparecieron, y en compañía de sus cinco amigas, salió al patio a terminar su
recreo. Por fortuna para las 6, las maestras sí se creyeron el cuento y
permitieron que se quedara así.
Terminó el día de
clases, y vino lo bueno, cuando la Abuela de Alberto lo fue a recoger, y se
encontró con Lizbeth Anahí. La maestra de su grupo le explicó lo que había
ocurrido (el cuento oficial), y entonces todo se tomó con calma. Lo malo fue
cuando “Alberto” llegó a su casa y declaró que le gustaba estar así vestido, y
que quería seguir cumpliendo su castigo vistiendo como niña todo el tiempo.
Aunque con un poco de resistencia, su mamá y su abuela accedieron, y le dieron
el gusto, obviamente devolvieron la ropa, menos la ropa interior, pero le
compraron su propio uniforme de niña. Además le hicieron sufrir un martirio
terrible, cuando le mandaron poner extensiones en el cabello, de esas que se
amarran cabello por cabello. Al final volvió a ser la niña tan linda y hermosa
que había visto en los espejos del baño del colegio. También le compraron
vestidos y ropa para usar de diario.
Todavía quedaban 3
semanas para que se cumpliera el castigo, en las cuales, Lizbeth mejoró mucho
su personalidad, se volvió mucho más tranquila, obediente, menos respondona,
más limpia y aseada. Incluso más responsable. Era toda una niña linda. El
cambio le estaba cayendo tan bien a su familia, que ya estaban considerando que
regresara a su propia escuela como niña, o ver la posibilidad de que por lo
menos terminara el ciclo escolar en el colegio. Lo que nadie sabía, excepto la
misma Lizbeth, era que su órgano masculino estaba casi totalmente desaparecido,
cambio que había comenzado aún antes que el cambio de ropa, y que venía
acompañado de un lento aumento de busto que nadie podía apreciar como algo
anormal en una niña, que era lo que todo
el mundo veía. Hasta que finalmente su mamá se dio cuenta y lo llevó a ver al
médico, donde descubrieron que efectivamente, Alberto se había convertido
completamente en una niña, y que como tal, se estaba desarrollando
perfectamente.
¿Pero cómo era
posible eso? Obviamente no se había vuelto niña por vestirse así. Intensos
estudios, que duraron más del mes de castigo, revelaron la verdad, y mientras
ésta se aclaraba, la directora del colegio permitió que Lizbeth siguiera
asistiendo. Resulta que en un principio, Alberto había nacido hermafrodita,
para los que no lo saben, son personas que al nacer tienen los órganos sexuales
de ambos sexos. Pero más allá de tener dos sexos, de los cuales, el femenino
pasó desapercibido, en realidad se trataba de una niña que había desarrollado
sus genitales como masculinos. No existía ninguna pista de esta feminidad salvo
por un pequeño hundimiento tras sus pequeños testículos, el cual revelaría su
verdadera vagina. Y ahora, en su pubertad, las hormonas estaban reajustando su
cuerpo como correspondía. No solo había reducido el tamaño de su pene hasta
convertirlo en un Clítoris, y sus testículos, que en realidad eran sus ovarios,
se habían introducido en su cuerpo hasta ocupar su lugar, sino que también se
había abierto la entrada a su vagina.
Todo el mundo estaba
consternado, sobretodo Alberto, o mejor dicho, Lizbeth Anahí, pues no
comprendían lo que estaba pasando. Para él, ahora ella, todo cambiaría de una
forma drástica, y ya no volvería a ser igual. Por supuesto que tuvo que recibir
terapia psicológica. Pero en cierto modo, no fue tan necesario, pues más allá
del cambio, ella se sentía y veía de una forma muy natural. Como que al
transformarse su cuerpo, su mente se sintió más relajada, pues su subconsciente
se encontró y ubicó como le correspondía, tal y como había pasado desde que
había empezado a vestirse como niña.
Lizbeth terminó el
ciclo escolar en el colegio, y al año siguiente regresó a su escuela, claro,
sin dejar de ver a sus cinco amigas que le habían revelado la verdad de su
vida. Ya en su escuela, todos pudieron descubrir el clímax de su
transformación, al comprobar que aunque los niños le comenzaron a hacer burlas
cuando la reconocieron, ella lo manejó de una forma muy inteligente,
defendiéndose verbalmente. Ya no había esa agresividad ni esa violencia, que
seguramente era Lizbeth tratando de escapar de Alberto, y que escogía el mínimo
pretexto para estallar. Ahora ya no peleaba físicamente, sino que le sacaba la
vuelta a quienes se querían burlar de ella, respondiendo o contestando a esas
burlas, o de plano, ignorándolas. Aunque por un lado seguía siendo una
chillona, pero ahora le sacaba más provecho a su inteligencia, tanto, que tuvo
que presentar varios exámenes en los que finalmente la calificaron como una
“Niña Genio”. Pero muy a pesar s ser muy inteligente, ella prefirió seguir
estudiando con sus mismos amigos, compañeros y compañeras, antes que irse a una
escuela especial.
La parte difícil de
la historia viene cuando Lizbeth y su familia se enfrentan a tener que
legalizar su transformación, o tener un cómo presentarle documentos legales que
acreditaran su nuevo nombre y su nueva identidad. Fue muy costoso, y muy
tardado. Finalmente a sus 18 años le liberaron sus documentos, pero el costo
(Económico) fue muy elevado. Sin embargo valió cada centavo, pues ahora podía
terminar sus estudios y sus nuevos documentos saldrían con su nuevo nombre y
así podría pedir trabajo sin tener que dar explicaciones.
Ahora ella es
maestra de computación, y ya en un mundo de adultos no se le nota tanto lo
“Genio”, de no ser porque más de “alguno” quisiera que ella fuera su “Bella
Genio”. Por el momento no tiene pareja, pues no la considera “Indispensable”
además de estar algo decepcionada de los hombres: “Son pura violencia y
agresividad” dice ella, “Son unos salvajes”.
Así que allí sigue,
viviendo su vida como toda una chica, sigue frecuentando a sus amigas del
colegio, y a las de la escuela pública, porque claro que allí también las tuvo.
Ahora tiene la mala costumbre de convertirse en el alma de las fiestas y de ser
un imán para los chicos, cosa que le envidian sus amigas. Pero como ya habíamos
dicho, a ella no le interesa formalizar nada, aunque aprovecha el momento
cuando le toca. Por ahora su vida ha tenido muchos cambios y está en espera de
los que vienen para poder contárselos a ustedes en otra oportunidad.
Es un relato interesante, pero tuvo un par de inconsistencias, como que el/la proyagonista tuviera diez años, cuando los cambios de la pubertad comienzan a los doce, lo que me gusto mucho fue como tocaste el tema de los hermafroditas es una linea interesante y real, espero que mi comentario no te moleste, me gusta tu trabajo y ya te sigo en mi feed pendiente de tus publicaciones, suerte
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