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miércoles, 16 de julio de 2025

Tengen Toppa: El Corazón Excavado y la Máscara de Carne




Tengen Toppa: El Corazón Excavado y la Máscara de Carne

El sol abrasador de la superficie quemaba la nuca de Simon, pero la emoción de su nuevo hallazgo superaba cualquier incomodidad. Su taladro había chocado con algo más que roca: un cofre ancestral, incrustado con símbolos indescifrables, que emanaba una energía extraña, casi vibrante. Lo cargó con una mezcla de sudor y orgullo hasta el campamento de la Brigada Gurren, directo al lugar donde Yoko Littner revisaba planos y armas con su usual seriedad.

“¡Yoko! ¡Mira lo que encontré!”, exclamó Simon, colocando el cofre con un golpe sordo en la mesa improvisada.

Yoko, con su ceño ligeramente fruncido por la concentración, desvió la mirada hacia el objeto. Sus ojos perspicaces analizaron los grabados, pero su atención se detuvo en un pequeño botón sobresaliente, casi invisible entre la ornamentación. La curiosidad, una chispa incontrolable en su naturaleza práctica, la impulsó a presionarlo sin pensarlo dos veces.

Un destello de luz cegadora, seguido de un sonido que nadie más pareció escuchar –como el clic de una cerradura cósmica–, envolvió a Simon y a Yoko. En un instante, el mundo giró sobre su eje, las sensaciones se invirtieron y, cuando la luz se disipó, algo fundamental había cambiado.

Simon sintió una extraña ligereza en su cabeza, pero una pesadez inusual en el resto de su cuerpo. Intentó levantar una mano, y vio una mano esbelta, con guantes oscuros y una muñequera metálica, la misma que Yoko siempre usaba. Su mirada cayó, y el aire se le atascó en la garganta. Frente a él, se alzaban dos montañas, prominentes y desafiantes, cubiertas por un bikini de llamas. La ropa, los shorts ajustados, las medias altas con el diseño de cráneo… ¡Estaba en el cuerpo de Yoko!

Una risa burbujeante, casi un jadeo de pura fascinación, escapó de sus nuevos labios. “¡Wow!”, susurró, su propia voz resonando en un tono mucho más agudo. “¡Soy… soy una chica! ¡Yoko!”. Sus dedos, ahora finos y ágiles, rozaron sus nuevos pechos con una mezcla de asombro y una extraña, pero innegable, excitación. Nunca en sus sueños más salvajes, ni siquiera en las fantasías más inocentes de su adolescencia, había imaginado que le gustaría tanto ser una chica.




Mientras tanto, Yoko experimentaba el horror silencioso. La voz que salió de su garganta, ese grito ahogado que casi profirió, era la profunda y resonante voz de Simon. Su visión estaba ahora enmarcada por el familiar cabello azul y corto. Bajó la mirada y vio los hombros más anchos, los brazos más robustos, la camisa de minero y los pantalones de Simon. Un nudo de pánico se apretó en su estómago. ¡Su cuerpo! ¡Su agilidad, su fuerza, su puntería perfecta! Todo había sido… usurpado. La boca de Simon, ahora la suya, se abrió en un “¡Ahhh!” ahogado, pero solo el ruido de fondo del campamento la acompañó. Nadie, absolutamente nadie, parecía haber notado el cambio. Para la Brigada Gurren, Simon seguía siendo Simon y Yoko seguía siendo Yoko. Sus cabezas estaban en los cuerpos equivocados, pero el universo Gurren parecía indiferente a tal anomalía.

La vida en la Brigada Gurren, ya de por sí caótica y llena de peligros, se convirtió en una comedia de errores y descubrimientos personales para Simon y Yoko.





 


Simon (en el cuerpo de Yoko):

Al principio, Simon estaba en el paraíso. Exploraba su nuevo cuerpo con una curiosidad insaciable. La suavidad de su piel, la forma en que sus nuevas caderas se balanceaban con cada paso. Se pasaba horas admirándose en cualquier superficie reflectante, haciendo poses coquetas que antes solo Yoko haría, pero con una inocencia casi infantil. Descubrió la incomodidad de un bikini en un campamento militar, pero también el poder que la vestimenta de Yoko otorgaba en la moral de los demás.

Su puntería, antes apenas aceptable con el taladro, se volvió instintiva y precisa. La fuerza de Yoko era asombrosa, y Simon se encontró manejando armas pesadas con una facilidad inesperada. Sin embargo, lo más sorprendente para él fue la atención que de repente recibía. Kamina, Kittan, e incluso los miembros más veteranos de la Brigada Gurren, lo miraban con un nuevo respeto (y a veces, admiración masculina disimulada) que antes solo Yoko inspiraba. Simón, el silencioso excavador, comenzó a disfrutar de esta nueva validación, aunque siempre con la dulzura y el asombro que lo caracterizaban.

Su mayor desafío era su voz. Cada vez que intentaba hablar con su tono grave habitual, salía la voz seductora de Yoko, lo que a menudo provocaba malentendidos y ruborizaba a los demás. Se acostumbró a la sensación de tener pechos, aunque a veces se le olvidaba que estaban ahí y chocaba con cosas. Empezó a preocuparse por su apariencia, lavándose el cabello con esmero y dejándoselo crecer como lo tenia Yoko y prestando atención a pequeños detalles de su vestimenta. Paradójicamente, el más rudo de los excavadores se había vuelto casi vanidoso.

Yoko (en el cuerpo de Simon):

Para Yoko, la situación era un infierno personal. La agilidad de su cuerpo femenino se había reemplazado por la torpeza musculosa de Simon. Sus movimientos, antes fluidos y precisos, se sentían pesados y desequilibrados. Su puntería, la base de su identidad como francotiradora, se había resentido brutalmente. El rifle se sentía como un juguete pesado en sus manos, y sus disparos rara vez daban en el blanco.

Lo más frustrante era la forma en que los demás la trataban. Antes era respetada por su habilidad, su inteligencia y su coraje. Ahora, la veían como el inocente y a veces torpe Simon, sin esperar de ella la misma destreza. Kamina la reprendía por "su falta de espíritu" en el combate, sin saber que la verdadera Yoko estaba gritando de frustración por dentro.

La ropa de Simon era un constante recordatorio de su desgracia. La sensación de los pantalones pesados, la suciedad incrustada, el olor a tierra y sudor. Extrañaba su bikini, su libertad de movimiento, la confianza que su propia forma le daba. Se sentía atrapada, invisible en su propia piel, solo reconocida como el “pequeño Simon”. Su rostro, el rostro de Simon, era una máscara impenetrable para sus emociones, y la ironía de no poder expresar su angustia la carcomía por dentro.

El único consuelo, y a la vez una nueva fuente de frustración, era Simon. Él, con su ingenuidad, era el único que sabía la verdad. Yoko intentó desesperadamente convencerlo de que buscaran una solución, que revirtieran el hechizo, pero Simon estaba demasiado ocupado explorando su nueva feminidad, demasiado encantado con su nuevo poder. “¡Yoko, mira! ¡Puedo doblarme así de flexible ahora!”, decía Simon con entusiasmo, mientras Yoko, en el cuerpo de Simon, solo podía apretar los dientes y desear que el universo se la tragara.

La Brigada Gurren se enfrentó a un Ganmen de proporciones colosales, una bestia blindada que parecía invencible. En medio del caos de la batalla, Simon (en el cuerpo de Yoko), con su puntería mejorada, logró derribar una parte del blindaje del enemigo. Pero el golpe final tenía que ser de un ataque cuerpo a cuerpo, un taladro de energía directo al núcleo.

Yoko (en el cuerpo de Simon) sabía que la esperanza recaía en el Simon original, quien ahora manejaba su cuerpo con una gracia inesperada. Pero no era suficiente. Con un grito de frustración que resonó en la voz de Simon, Yoko se lanzó al combate, utilizando la fuerza bruta del cuerpo de Simon de una manera que nunca antes había hecho. Empujó, golpeó y abrió un camino a través de los escombros, creando una distracción vital.

En un momento crucial, Simon (en el cuerpo de Yoko) se encontró en la posición perfecta. Su mano se levantó, canalizando la energía espiral a través de su nueva forma, formando un taladro de energía deslumbrante. El instinto de Yoko, la habilidad innata de su cuerpo, se fusionó con la determinación de Simon. Lanzó el ataque, pero justo antes de impactar, una extraña resonancia los envolvió a ambos.

El cofre ancestral, abandonado en la mesa, comenzó a brillar de nuevo. El Hada de las Bromas, al ver el momento de máxima sincronía, cuando Yoko y Simon actuaron como uno, aunque en cuerpos opuestos, decidió hacer una última intervención. El destello fue más potente esta vez.

Cuando la luz se desvaneció, el Ganmen estaba destruido. Simon y Yoko estaban en el suelo, aturdidos. Pero al levantarse, algo era diferente. Yoko se miró las manos: eran sus manos, sus uñas cuidadas, sus nudillos esbeltos. Tocó su rostro: su propio rostro. Volvió a ser ella.

Simon, con un grito de alegría, se tocó su cabello corto y azul, miró sus manos masculinas, su ropa de minero. Habían vuelto a sus cuerpos. El Hada de las Bromas había considerado que la broma había llegado a su fin.

Pero la broma del Hada no había sido completamente revertida. El intercambio, aunque temporal, había dejado una huella indeleble.

Yoko, aunque aliviada de recuperar su cuerpo, ahora poseía un conocimiento íntimo de la vulnerabilidad de Simon, de su bondad ingenua. Pero también, y esto fue lo más perturbador, había descubierto una parte de sí misma que nunca supo que existía. La experiencia de habitar el cuerpo de Simon, de ser invisible y subestimada, la había dejado con una nueva empatía, pero también con una amargura sutil. Se había dado cuenta de lo fácil que era ser pasado por alto, y una desconfianza incipiente hacia la aparente normalidad del mundo comenzó a germinar en ella.

Simon, por otro lado, estaba eufórico de volver a ser él mismo, pero el recuerdo de haber sido Yoko, de la feminidad, del poder que eso conllevaba, se había grabado profundamente en su psique. Ahora, cada vez que miraba a Yoko, la veía con una nueva apreciación, casi una reverencia, pero también con una conexión extraña, casi íntima. Y lo más impactante para él: había descubierto una parte de sí mismo que anhelaba esa feminidad, esa suavidad, esa atención. El taladro de Simon, que siempre había sido un símbolo de su masculinidad y su fuerza, ahora venía acompañado de una nueva fluidez en sus movimientos, casi una gracia.

Nadie más en la Brigada Gurren notó nada. Para ellos, era otra victoria más de Simon y Yoko. Pero los dos jóvenes héroes vivían ahora con una verdad que los había transformado para siempre. La desgracia de Yoko, la humillación de su cuerpo cambiado, le había enseñado una lección de vulnerabilidad y la amargura de la invisibilidad. La dicha de Simon, la fascinación por la feminidad, le había abierto los ojos a una parte de sí mismo que nunca supo que existía, cambiando su percepción de género y de sí mismo. La broma del Hada había sido una lección cruel y transformadora, dejando cicatrices invisibles pero profundas en sus almas, para que la Brigada Gurren siguiera perforando los cielos, pero con dos de sus héroes llevando un secreto que los había cambiado hasta el tuétano.

FIN

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martes, 15 de julio de 2025

Kakegurui: El Intercambio Cósmico y la Máscara del Destino



Kakegurui: El Intercambio Cósmico y la Máscara del Destino

El Salón de Apuestas Privado de la Academia Hyakkaou, un sancta sanctorum del riesgo y la ambición juvenil, vibraba con una energía eléctrica. En el centro, como dos astros en colisión, se encontraban Yumeko Jabami y Ryōta Suzui. La partida había alcanzado un punto álgido, la tensión palpable podía cortarse con un naipe. Pero esta vez, la apuesta trascendía lo material, adentrándose en un territorio inexplorado, tan fascinante como aterrador: sus propias almas.

En ese instante de máxima expectación, el tejido mismo de la realidad pareció desgarrarse. Una luz iridiscente inundó la sala, acompañada de una melodía juguetona que sonaba a campanillas y risas lejanas. De la nada, como un espectro de pura travesura, apareció el Hada de las Bromas. Su presencia era un anacronismo en aquel entorno de reglas estrictas y estrategias calculadas, una nota discordante que, sin embargo, encajaba perfectamente con la naturaleza caótica de Yumeko.

El Hada, con ojos que brillaban con picardía cósmica, observó el peculiar vínculo entre Yumeko y Ryōta: la fascinación de ella por el abismo del juego y la devoción casi masoquista de él hacia ella. “¡Oh, qué interesante dilema!”, exclamó con una voz que danzaba en el aire. “Veo almas entrelazadas por el destino del azar. Pero, ¿qué tal si subimos la apuesta un poco más? ¿Qué tal si jugamos con la propia envoltura que las contiene?”.

Una sonrisa pícara se extendió por el rostro del Hada. “Jugaremos sus cuerpos. Un intercambio, un préstamo… depende de quién gane”.

Los ojos de Yumeko se iluminaron con una curiosidad voraz. ¿Cuerpos? Su mente, siempre al filo del peligro, interpretó la propuesta a través de su prisma de intensidad y conexión física. Pensó en Ryōta, en la extraña calidez que sentía a su lado a pesar de su constante temor. Si la apuesta implicaba una intimidad profunda, una experiencia compartida en un nivel visceral, entonces no le importaba perder contra él. De hecho, la idea la excitaba, la posibilidad de experimentar el mundo a través de los ojos de Ryōta, de sentir su torpeza y su bondad desde adentro. En ese instante de ensoñación, de fantasía erótica impulsada por su sed de lo desconocido, su concentración se desvaneció. Subestimó la naturaleza literal y despojada de la apuesta del Hada.

La partida se reanudó, pero la chispa de la obsesión que normalmente consumía a Yumeko parpadeaba débilmente, eclipsada por su imaginación desbordada. Ryōta, aunque tembloroso como siempre, notó la distracción en su oponente. Por primera vez, sintió una punzada de algo parecido a la ventaja, aunque teñida de una profunda incomodidad. El azar, caprichoso como siempre, favoreció a Ryōta en esa ronda crucial.

“¡He ganado!”, balbuceó Ryōta, la sorpresa y la incredulidad pintadas en su rostro.

El Hada de las Bromas aplaudió con entusiasmo, sus risas resonando en la sala. “¡Excelente! Un ganador inesperado. Ahora, cumplamos el trato”.

Una ola de energía cósmica envolvió a Yumeko y Ryōta. Un torbellino de luces y sensaciones los sacudió hasta la médula. Cuando la confusión se disipó, la realidad se había reconfigurado de una manera escalofriante.

Yumeko se encontró mirando sus propias manos… o lo que antes habían sido sus manos. Eran más pequeñas, más torpes, con una delicada palidez. Su reflejo en el pulido suelo de madera le devolvió el rostro asustado y familiar de Ryōta Suzui. Un grito silencioso se ahogó en su garganta. No era una metáfora, no era una fantasía. Su cuerpo, su hermoso y enigmático cuerpo, había sido intercambiado con el de Ryōta.

Frente a ella, con una expresión de desconcierto que rápidamente se transformó en una mezcla de sorpresa y… ¿placer?, estaba Ryōta, habitando la forma de Yumeko. Sus dedos largos y huesudos se movían con torpeza sobre su ahora generoso busto, sus ojos se abrían con una mezcla de asombro y una incipiente comprensión de la magnitud del cambio.

“¡Esto no es lo que yo…!”, alcanzó a exclamar Yumeko en el cuerpo de Ryōta, su voz sonando extrañamente aguda y nerviosa.

“Oh, pero querida Yumeko”, interrumpió el Hada con una sonrisa que no llegaba a sus ojos traviesos. “Las apuestas son apuestas. Y las reglas fueron claras, aunque quizás no las escuchaste con la atención debida, absorta en tus propias fantasías”.

“¡Pero podemos volver a jugar, verdad? ¡Apostaremos de nuevo los cuerpos!”, suplicó Yumeko, la desesperación arañando su voz.

El Hada negó con la cabeza, su semblante tornando a una seriedad inesperada. “No, querida. Solo una apuesta por esta ocasión. Las reglas de mi juego son inmutables. Y además…”, hizo una pausa, su mirada fija en Yumeko, “hay una condición adicional. No podrás revelar a nadie, bajo ninguna circunstancia, la verdadera naturaleza de este intercambio. Tu castigo, además de vivir en un cuerpo que no es tuyo, será la soledad de este secreto”.

La crueldad de la broma del Hada se reveló en toda su extensión. Yumeko, la reina de la manipulación y el engaño, ahora estaba atrapada en una prisión de carne ajena, silenciada por un hechizo cósmico.

Ryōta, en el cuerpo de Yumeko, inicialmente experimentó una confusión abrumadora. Pero a medida que la realidad del intercambio se asentaba, una extraña sensación comenzaba a florecer en su interior. El poder, la atención, la fascinación que siempre había rodeado a Yumeko ahora lo envolvían a él. Podía sentir la fuerza latente en sus músculos, la agudeza de sus sentidos, la forma en que las miradas se posaban sobre él con una mezcla de temor y deseo. Una sonrisa sutil, casi imperceptible, comenzó a curvar sus labios.

“Yumeko…”, dijo Ryōta, su voz ahora con el tono seductor y ligeramente peligroso de ella, “parece que las cosas han tomado un giro… interesante”.

A partir de ese momento, Yumeko Jabami quedó atrapada en la anodina existencia de Ryōta Suzui, lidiando con la torpeza de un cuerpo al que nunca se había acostumbrado, soportando la mirada de sus compañeros que notaban su repentina… ¿calma? Su espíritu indomable se marchitaba bajo la máscara de la ansiedad perpetua de Ryōta. Intentaba desesperadamente comunicarse con él, con el invasor de su vida, pero solo obtenía respuestas ambiguas, evasivas, pronunciadas con su propia voz, pero con una intención que la helaba hasta los huesos.

Ryōta, por su parte, abrazó su nueva identidad con una rapidez sorprendente. La confianza que siempre le había faltado florecía ahora que habitaba el cuerpo de la jugadora más temida y admirada de la academia. Adoptó sus gestos, su forma de hablar, incluso sus adicciones al juego, pero con una diferencia sutil. Donde Yumeko buscaba el riesgo puro, Ryōta buscaba la victoria, el ascenso social, la validación que siempre había anhelado. Utilizó la reputación de Yumeko, su habilidad innata para leer a las personas, pero con una frialdad calculadora que nunca había poseído. Se convirtió en una versión distorsionada de ella, más pragmática, quizás menos apasionada, pero igualmente peligrosa.

El único confidente forzoso de Yumeko era Ryōta, y cada encuentro era una tortura. Ella intentaba desesperadamente convencerlo de que revirtieran el hechizo, de que buscaran al Hada, pero Ryōta se mostraba cada vez más distante, más cómodo en su nueva piel. “¿Por qué querría volver a ser un perdedor, Yumeko?”, le decía, usando su propio nombre con una burla apenas disimulada. “Ahora tengo poder, respeto… algo que jamás habría alcanzado siendo yo”.

Pero los cambios del destino llegarón de forma inesperada. Un día, mientras Yumeko (en el cuerpo de Ryōta) intentaba comunicarse desesperadamente con Mary Saotome, su antigua némesis y aliada, notó un pequeño detalle en el comportamiento de Ryōta (en el cuerpo de Yumeko). Un tic nervioso que nunca había sido característico de Yumeko, una forma peculiar de rascarse la muñeca que… le resultaba familiar.

Con una punzada de comprensión, Yumeko recordó una conversación casual que había tenido con Ryōta semanas antes de la fatídica apuesta. Él le había contado sobre un viejo hábito que tenía cuando estaba bajo mucha presión. Un hábito que… ¡ella nunca había conocido!

La verdad la golpeó con la fuerza de un rayo cósmico. El Hada de las Bromas no solo había intercambiado sus cuerpos. Había intercambiado sus mentes. Ryōta Suzui estaba ahora atrapado en el cuerpo de Yumeko Jabami, y Yumeko Jabami estaba atrapada en el cuerpo de Ryōta Suzui. La apuesta no había sido por la envoltura física, sino por la esencia misma de quiénes eran.

El horror de la situación se multiplicó exponencialmente. No solo estaba atrapada en un cuerpo ajeno, sino que la persona que ahora habitaba su propio cuerpo era Ryōta, quien, al parecer, estaba disfrutando de su nueva libertad y poder. La condición de no revelar la verdad cobraba un nuevo significado aún más cruel. ¿A quién podría contarle que ella era Yumeko atrapada en el cuerpo de Ryōta, cuando la propia Yumeko (en apariencia) negaría rotundamente tal absurdo?

La viralidad de esta historia residía en su retorcida ironía y su final amargo. La reina del juego, reducida a la insignificancia. El perdedor, elevado a la cima utilizando la identidad de otro. Una crítica feroz a la obsesión por el poder y la apariencia, envuelta en un thriller psicológico con toques sobrenaturales. El Hada de las Bromas, con su intervención caprichosa, había desatado una tragedia de proporciones cósmicas, dejando a Yumeko en una oscuridad aún más profunda que cualquier deuda o humillación en la Academia Hyakkaou. Su destino era vivir una vida que no era la suya, observar cómo otro usurpaba su lugar, sin poder revelar la verdad, condenada a pagar por una apuesta que no comprendió completamente hasta que fue demasiado tarde. La lección, si es que había alguna, era cruel: incluso en el mundo del juego, algunas apuestas tienen consecuencias que trascienden la comprensión humana, dejando tras de sí solo la amarga resaca de una broma cósmica de mal gusto.


FIN

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lunes, 14 de julio de 2025

El Precio del Desconocido: Cuando una Rana Cambia el Destino



El Precio del Desconocido: Cuando una Rana Cambia el Destino

Nejire Hado, con la brisa marina acariciando su cabello azul, paseaba por la orilla, disfrutando de la calma que precedía a cualquier misión heroica. Su sonrisa, tan luminosa como el sol de mediodía, se desdibujó ligeramente al toparse con una curiosa rana en la arena. “Hola, Sr. Rana, ¿está tratando de mostrarme algo?”, preguntó con su habitual inocencia, inclinándose ligeramente. La pequeña criatura verde, aparentemente inofensiva, la observaba con una intensidad que Nejire no supo interpretar. “¿Qué es?”, insistió, extendiendo una mano.

Lo que Nejire no sabía era que esa rana no era una simple criatura anfibia, sino el mismísimo Capitán Ginew, el formidable guerrero de las Fuerzas Especiales Ginew, cuyo poder de cambio de cuerpos, debilitado por el impacto de su nave en la Tierra, se había reducido a una última y desesperada oportunidad. Con la palabra “CAMBIO” resonando en la mente de Nejire –una voz que no era suya, una orden psíquica que la obligaba a pronunciarla– el mundo de la heroína se fragmentó en un instante. Un destello cegador, una punzada en el pecho, y un grito ahogado que nadie escuchó.

“¡¿Qué me está pasando?!”, exclamó Nejire, pero la voz que salió de su garganta era ronca, anfibia. Su cuerpo, antes esbelto y fuerte, se había encogido y transformado en el de la rana. El horror la invadió. Intentó moverse, pero sus extremidades no respondían como antes. El pánico se apoderó de ella mientras veía su propio cuerpo, su amado y poderoso cuerpo de heroína, erguirse frente a ella.

"No es el cuerpo más ideal, pero funcionará por ahora. Cualquier cosa es mejor que ser una rana", murmuró Ginew, ahora en la forma de Nejire, su voz sorprendentemente similar, aunque con un matiz de frialdad que la Nejire original nunca poseería. La ironía de la situación no pasó desapercibida para el Capitán. Su misión de recuperar su fuerza y reunir a sus fuerzas especiales había dado un giro inesperado, pero ventajoso. La pobre Nejire, atrapada en el cuerpo de un anfibio, solo pudo observar con impotencia cómo su propia vida le era arrebatada, su futuro como heroína desvaneciéndose en un charco de desesperación.



Los meses pasaron. Ginew, con una asombrosa capacidad de adaptación, dominó los modismos y la forma de hablar de Nejire con una facilidad alarmante. Cada día era un infierno para él, pues la personalidad de Nejire, su amabilidad innata y su curiosidad contagiosa, eran una tortura para su espíritu guerrero y despiadado. Sin embargo, el disfraz era perfecto. Nadie en la Academia UA, ni siquiera sus más cercanos amigos, sospechaba del impostor. Mientras tanto, en secreto, Ginew encargó un traje a medida de las Fuerzas Especiales Ginew, preparando su gran regreso.





Han pasado algunos años desde aquel fatídico día en la playa. Ginew ha tomado todas las características de Nejire. Su risa, sus gestos, incluso su forma de luchar en las pocas ocasiones en que ha tenido que "actuar" como heroína. La verdadera Nejire Hado, la que una vez inspiró esperanza, languidece en algún pantano olvidado, condenada a una existencia miserable, incapaz de comunicarse, de pedir ayuda, de volver a ser ella misma. La desgracia ha caído sobre ella de la manera más cruel y definitiva.

Y ahora, el día tan esperado por Ginew está cerca. El plan ha madurado. Pronto, el impostor en el cuerpo de Nejire Hado se reunirá con sus antiguos compañeros, no para salvar el mundo, sino para sumirlo en la oscuridad. Las Fuerzas Especiales Ginew resurgirán, y el mundo, engañado por la dulce fachada de una heroína, no tendrá idea del terrible destino que le espera. El villano ha ganado, y la inocencia de Nejire ha sido el precio. El mundo nunca aprenderá la lección de la confianza ciega, y la pobre rana en el pantano será la única en pagar por el engaño.

FIN

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