Tengen Toppa: El Corazón Excavado y la Máscara de Carne
El sol abrasador de la superficie quemaba la nuca de Simon, pero la emoción de su nuevo hallazgo superaba cualquier incomodidad. Su taladro había chocado con algo más que roca: un cofre ancestral, incrustado con símbolos indescifrables, que emanaba una energía extraña, casi vibrante. Lo cargó con una mezcla de sudor y orgullo hasta el campamento de la Brigada Gurren, directo al lugar donde Yoko Littner revisaba planos y armas con su usual seriedad.
“¡Yoko! ¡Mira lo que encontré!”, exclamó Simon, colocando el cofre con un golpe sordo en la mesa improvisada.
Yoko, con su ceño ligeramente fruncido por la concentración, desvió la mirada hacia el objeto. Sus ojos perspicaces analizaron los grabados, pero su atención se detuvo en un pequeño botón sobresaliente, casi invisible entre la ornamentación. La curiosidad, una chispa incontrolable en su naturaleza práctica, la impulsó a presionarlo sin pensarlo dos veces.
Un destello de luz cegadora, seguido de un sonido que nadie más pareció escuchar –como el clic de una cerradura cósmica–, envolvió a Simon y a Yoko. En un instante, el mundo giró sobre su eje, las sensaciones se invirtieron y, cuando la luz se disipó, algo fundamental había cambiado.
Simon sintió una extraña ligereza en su cabeza, pero una pesadez inusual en el resto de su cuerpo. Intentó levantar una mano, y vio una mano esbelta, con guantes oscuros y una muñequera metálica, la misma que Yoko siempre usaba. Su mirada cayó, y el aire se le atascó en la garganta. Frente a él, se alzaban dos montañas, prominentes y desafiantes, cubiertas por un bikini de llamas. La ropa, los shorts ajustados, las medias altas con el diseño de cráneo… ¡Estaba en el cuerpo de Yoko!
Una risa burbujeante, casi un jadeo de pura fascinación, escapó de sus nuevos labios. “¡Wow!”, susurró, su propia voz resonando en un tono mucho más agudo. “¡Soy… soy una chica! ¡Yoko!”. Sus dedos, ahora finos y ágiles, rozaron sus nuevos pechos con una mezcla de asombro y una extraña, pero innegable, excitación. Nunca en sus sueños más salvajes, ni siquiera en las fantasías más inocentes de su adolescencia, había imaginado que le gustaría tanto ser una chica.
Mientras tanto, Yoko experimentaba el horror silencioso. La voz que salió de su garganta, ese grito ahogado que casi profirió, era la profunda y resonante voz de Simon. Su visión estaba ahora enmarcada por el familiar cabello azul y corto. Bajó la mirada y vio los hombros más anchos, los brazos más robustos, la camisa de minero y los pantalones de Simon. Un nudo de pánico se apretó en su estómago. ¡Su cuerpo! ¡Su agilidad, su fuerza, su puntería perfecta! Todo había sido… usurpado. La boca de Simon, ahora la suya, se abrió en un “¡Ahhh!” ahogado, pero solo el ruido de fondo del campamento la acompañó. Nadie, absolutamente nadie, parecía haber notado el cambio. Para la Brigada Gurren, Simon seguía siendo Simon y Yoko seguía siendo Yoko. Sus cabezas estaban en los cuerpos equivocados, pero el universo Gurren parecía indiferente a tal anomalía.
La vida en la Brigada Gurren, ya de por sí caótica y llena de peligros, se convirtió en una comedia de errores y descubrimientos personales para Simon y Yoko.
Simon (en el cuerpo de Yoko):
Al principio, Simon estaba en el paraíso. Exploraba su nuevo cuerpo con una curiosidad insaciable. La suavidad de su piel, la forma en que sus nuevas caderas se balanceaban con cada paso. Se pasaba horas admirándose en cualquier superficie reflectante, haciendo poses coquetas que antes solo Yoko haría, pero con una inocencia casi infantil. Descubrió la incomodidad de un bikini en un campamento militar, pero también el poder que la vestimenta de Yoko otorgaba en la moral de los demás.
Su puntería, antes apenas aceptable con el taladro, se volvió instintiva y precisa. La fuerza de Yoko era asombrosa, y Simon se encontró manejando armas pesadas con una facilidad inesperada. Sin embargo, lo más sorprendente para él fue la atención que de repente recibía. Kamina, Kittan, e incluso los miembros más veteranos de la Brigada Gurren, lo miraban con un nuevo respeto (y a veces, admiración masculina disimulada) que antes solo Yoko inspiraba. Simón, el silencioso excavador, comenzó a disfrutar de esta nueva validación, aunque siempre con la dulzura y el asombro que lo caracterizaban.
Su mayor desafío era su voz. Cada vez que intentaba hablar con su tono grave habitual, salía la voz seductora de Yoko, lo que a menudo provocaba malentendidos y ruborizaba a los demás. Se acostumbró a la sensación de tener pechos, aunque a veces se le olvidaba que estaban ahí y chocaba con cosas. Empezó a preocuparse por su apariencia, lavándose el cabello con esmero y dejándoselo crecer como lo tenia Yoko y prestando atención a pequeños detalles de su vestimenta. Paradójicamente, el más rudo de los excavadores se había vuelto casi vanidoso.
Yoko (en el cuerpo de Simon):
Para Yoko, la situación era un infierno personal. La agilidad de su cuerpo femenino se había reemplazado por la torpeza musculosa de Simon. Sus movimientos, antes fluidos y precisos, se sentían pesados y desequilibrados. Su puntería, la base de su identidad como francotiradora, se había resentido brutalmente. El rifle se sentía como un juguete pesado en sus manos, y sus disparos rara vez daban en el blanco.
Lo más frustrante era la forma en que los demás la trataban. Antes era respetada por su habilidad, su inteligencia y su coraje. Ahora, la veían como el inocente y a veces torpe Simon, sin esperar de ella la misma destreza. Kamina la reprendía por "su falta de espíritu" en el combate, sin saber que la verdadera Yoko estaba gritando de frustración por dentro.
La ropa de Simon era un constante recordatorio de su desgracia. La sensación de los pantalones pesados, la suciedad incrustada, el olor a tierra y sudor. Extrañaba su bikini, su libertad de movimiento, la confianza que su propia forma le daba. Se sentía atrapada, invisible en su propia piel, solo reconocida como el “pequeño Simon”. Su rostro, el rostro de Simon, era una máscara impenetrable para sus emociones, y la ironía de no poder expresar su angustia la carcomía por dentro.
El único consuelo, y a la vez una nueva fuente de frustración, era Simon. Él, con su ingenuidad, era el único que sabía la verdad. Yoko intentó desesperadamente convencerlo de que buscaran una solución, que revirtieran el hechizo, pero Simon estaba demasiado ocupado explorando su nueva feminidad, demasiado encantado con su nuevo poder. “¡Yoko, mira! ¡Puedo doblarme así de flexible ahora!”, decía Simon con entusiasmo, mientras Yoko, en el cuerpo de Simon, solo podía apretar los dientes y desear que el universo se la tragara.
La Brigada Gurren se enfrentó a un Ganmen de proporciones colosales, una bestia blindada que parecía invencible. En medio del caos de la batalla, Simon (en el cuerpo de Yoko), con su puntería mejorada, logró derribar una parte del blindaje del enemigo. Pero el golpe final tenía que ser de un ataque cuerpo a cuerpo, un taladro de energía directo al núcleo.
Yoko (en el cuerpo de Simon) sabía que la esperanza recaía en el Simon original, quien ahora manejaba su cuerpo con una gracia inesperada. Pero no era suficiente. Con un grito de frustración que resonó en la voz de Simon, Yoko se lanzó al combate, utilizando la fuerza bruta del cuerpo de Simon de una manera que nunca antes había hecho. Empujó, golpeó y abrió un camino a través de los escombros, creando una distracción vital.
En un momento crucial, Simon (en el cuerpo de Yoko) se encontró en la posición perfecta. Su mano se levantó, canalizando la energía espiral a través de su nueva forma, formando un taladro de energía deslumbrante. El instinto de Yoko, la habilidad innata de su cuerpo, se fusionó con la determinación de Simon. Lanzó el ataque, pero justo antes de impactar, una extraña resonancia los envolvió a ambos.
El cofre ancestral, abandonado en la mesa, comenzó a brillar de nuevo. El Hada de las Bromas, al ver el momento de máxima sincronía, cuando Yoko y Simon actuaron como uno, aunque en cuerpos opuestos, decidió hacer una última intervención. El destello fue más potente esta vez.
Cuando la luz se desvaneció, el Ganmen estaba destruido. Simon y Yoko estaban en el suelo, aturdidos. Pero al levantarse, algo era diferente. Yoko se miró las manos: eran sus manos, sus uñas cuidadas, sus nudillos esbeltos. Tocó su rostro: su propio rostro. Volvió a ser ella.
Simon, con un grito de alegría, se tocó su cabello corto y azul, miró sus manos masculinas, su ropa de minero. Habían vuelto a sus cuerpos. El Hada de las Bromas había considerado que la broma había llegado a su fin.
Pero la broma del Hada no había sido completamente revertida. El intercambio, aunque temporal, había dejado una huella indeleble.
Yoko, aunque aliviada de recuperar su cuerpo, ahora poseía un conocimiento íntimo de la vulnerabilidad de Simon, de su bondad ingenua. Pero también, y esto fue lo más perturbador, había descubierto una parte de sí misma que nunca supo que existía. La experiencia de habitar el cuerpo de Simon, de ser invisible y subestimada, la había dejado con una nueva empatía, pero también con una amargura sutil. Se había dado cuenta de lo fácil que era ser pasado por alto, y una desconfianza incipiente hacia la aparente normalidad del mundo comenzó a germinar en ella.
Simon, por otro lado, estaba eufórico de volver a ser él mismo, pero el recuerdo de haber sido Yoko, de la feminidad, del poder que eso conllevaba, se había grabado profundamente en su psique. Ahora, cada vez que miraba a Yoko, la veía con una nueva apreciación, casi una reverencia, pero también con una conexión extraña, casi íntima. Y lo más impactante para él: había descubierto una parte de sí mismo que anhelaba esa feminidad, esa suavidad, esa atención. El taladro de Simon, que siempre había sido un símbolo de su masculinidad y su fuerza, ahora venía acompañado de una nueva fluidez en sus movimientos, casi una gracia.
Nadie más en la Brigada Gurren notó nada. Para ellos, era otra victoria más de Simon y Yoko. Pero los dos jóvenes héroes vivían ahora con una verdad que los había transformado para siempre. La desgracia de Yoko, la humillación de su cuerpo cambiado, le había enseñado una lección de vulnerabilidad y la amargura de la invisibilidad. La dicha de Simon, la fascinación por la feminidad, le había abierto los ojos a una parte de sí mismo que nunca supo que existía, cambiando su percepción de género y de sí mismo. La broma del Hada había sido una lección cruel y transformadora, dejando cicatrices invisibles pero profundas en sus almas, para que la Brigada Gurren siguiera perforando los cielos, pero con dos de sus héroes llevando un secreto que los había cambiado hasta el tuétano.
FIN
Comentar no te cuesta mas que un minuto de tu tiempo y motivas al creador